Por Partido Obrero (Tendencia)
Los resultados de las elecciones del domingo 27 de octubre han enterrado el cadáver largamente insepulto del macrismo. El ‘mejor equipo de todos los tiempos’ fracasó por completo en lidiar con el desarrollo de la crisis capitalista mundial, de un lado, y Argentina, del otro. La ‘apertura al mundo’ facilitó que el impacto de la crisis mundial se hiciera sentir sin mediaciones.
En el terreno histórico concreto quedó al desnudo la falacia de que el capital financiero internacional es un motor de desarrollo de las fuerzas productivas. La clase obrera debe sacar todas las conclusiones del agotamiento de esta experiencia, porque ella demuestra que la perspectiva del progreso social recae enteramente en manos de los trabajadores.
El retorno del peronismo al gobierno, sin embargo, no tiene nada de épico. No estuvo precedido ni fue celebrado por “gloriosas jornadas”. Mientras el macrismo consiguió 2.3 millones de votos adicionales desde las Paso, los F-F mendigaron 267 mil. La ‘coalición’ peronista dejó la iniciativa política en manos del gobierno después del 11 de agosto, con el argumento ‘revolucionario’ de que había que esperar al 27 primero y al 10 de diciembre después, para alcanzar la legitimidad constitucional.
En el entretiempo la inflación carcomía los ingresos del pueblo a tasas excepcionales. Macri, por su lado, dilapidó 22 mil millones de dólares para pagar la deuda externa y financiar la fuga de capitales. A la clase media le ofreció un botín electoral en la forma de altísimas tasas de interés para las Leliq, por un lado, y la posibilidad de comprar 10 mil dólares por persona, por el otro. En resumen, le financió con premios el retiro de depósitos en los bancos. El rédito electoral y político no fue despreciable: ganó Santa Fe, apabulló en Córdoba y ‘salvó’ las intendencias de La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, y las emblemáticas Lanús y Tres de Febrero.
“Re-equilibrio político” o agravamiento de la crisis
El “equilibrio político”, que según el avispero macrista se habría alcanzado con esta reconfiguración electoral, no ha ayudado en nada, sin embargo, a la posibilidad de lograr “una transición ordenada”. En el júbilo de la victoria, Cristina Kirchner ordenó desde una tribuna que Macrí debía asumir toda la responsabilidad de gobierno hasta el 10 de diciembre. La respuesta de los ‘mercados’ fue fulminante: se hundieron las acciones de compañías argentinas en Wall Street y todavía más los bonos de la deuda externa.
El flamante presidente electo, Alberto Fernández, se enfrenta ahora a la disyuntiva de gobernar por cinco semanas con Macri, o precipitar un adelantamiento del traspaso de gobierno. El “equilibrio político” temporal ha agudizado el desequilibrio político general que se viene acentuando desde hace dos años. La ficción electoral, donde el estado y sus aparatos hacen creer que prima la soberanía popular, se desvanece en el aire bajo la presión de la crisis del régimen social. El ‘cepo’ instaurado para ‘cuidar’ las descuidadas reservas y sostener un tipo de cambio arbitrario, ha sido pulverizado a la velocidad del sonido en los mercados paralelos. Las listas de precios que los proveedores han enviado a los supermercados reflejan una tendencia hiperinflacionaria.
La ‘transición ordenada’ de Fernández-Fernández
La aceptación formal o bajo cuerda, por parte de Alberto Fernández, de un programa transitorio acordado con Macri, desataría una crisis en el bando victorioso antes de que le pasen el bastón de la presidencia. La situación política no está determinada por el recuento de los votos entre los dos punteros del comicio sino, enteramente, por la bancarrota financiera, el hundimiento industrial y el crecimiento enorme de la pobreza. Antes de poder poner en marcha el “pacto social”, Alberto Fernández debe decidir si hace uno con Macrí, con el verso de la “transición ordenada”, o deja que se pudra todo el proceso político. Con la inyección de votos que recibió a última hora, Macri no tiene la menor intención de favorecer al peronismo, asumiendo el costo final de la crisis.
El default, o sea la declaración de bancarrota, es apenas un aspecto de la crisis. De conjunto, el nuevo gobierno está obligado a promover una reactivación industrial para la cual no tiene financiamiento, ni podrá obtenerlo del FMI o de los mercados internacionales. La estatización de la banca y de los recursos básicos, que ofrecería esa posibilidad financiera, está fuera de la perspectiva y de los intereses de la burguesía que respalda a F-F y de la que está dispuesta a cambiar su camiseta macrista para mediar con el nuevo gobierno. Lo que se encuentra en bancarrota es un régimen social, que ha paralizado las fuerzas productivas por décadas.
Desde que Moyano anunciara, en la Nueve de Julio, hace dos años, que había que esperar a 2019, la burocracia sindical ha trabajado para el salvamento del moribundo gobierno macrista. No se va a mover de esta política, cuando cree ver ahora el espejismo del “pacto social” y el Consejo Económico y Social, que la va a tener como socia fundadora. Antes, sin embargo, va a tener que tragarse sapos enormes, como una potencial hiperinflación o un nuevo acuerdo con el FMI. Está planteada una gran irrupción popular en choque abierto con el freno de la burocracia sindical.
Crisis internacional
La nueva reacción del fascista Bolsonaro contra la derrota de Macri, amenazando incluso con disolver el Mercosur, muestra que detrás del FMI también se encuentra Trump, que ve el desbaratamiento de su política intervencionista en América Latina. Los ataques de Bolsonaro responden también al pánico que ha causado en los círculos fascistizantes las rebeliones en Ecuador y en Chile. En plena ‘transición’, Macri no dudó en remover al embajador venezolano en Argentina, con la clara intención de provocar una crisis diplomática al próximo gobierno peronista. La ‘transición’ transita entre provocaciones. Según los ‘medios hegemónicos’, Trump exige que los Fernández mantengan a Argentina en el ‘grupo de Lima’ – los gobiernos latinoamericanos que han declarado el boicot económico a Venezuela de la mano del fascista norteamericano.
En esta ‘transición’ ha quedado instalada una crisis internacional que Macri y AF no resolverán con ‘desayunos’ incluso si quisieran. La catástrofe social se integra con una perspectiva de choques y presiones internacionales. Bolivia se ha convertido en otro cobayo de la política de los Trump y Bolsonaro. Llamamos a iniciar una acción internacional de unidad de los trabajadores de los países del Mercosur y de toda América Latina, contra los Bolsonaro, Trump. Duque, etc., y en apoyo a las rebeliones populares en Chile y Ecuador.
El FIT-U
En esta situación excepcional, largamente prevista en las filas de la izquierda revolucionaria, los resultados del FIT-U expresan con claridad a una fuerza políticamente agotada. Perdió 161 mil votos desde las Paso, que son más si se computa lo obtenido por el Nuevo Más en las primarias. Es la peor votación desde su fundación desde 2011, que es más expresiva si se tiene en cuenta el paso de una década. Acerca del FIT-U vale lo mismo que para el conjunto de las fuerzas políticas – que dio una abordaje electoral a una situación catastrófica.
Desde la negativa a desarrollar una campaña para echar a Macri, desde el comienzo de una crisis que se fue agudizando, el método electoralista se hizo cada vez más acentuado. Del Caño, por ejemplo, planteó que el Congreso (de macristas y pejotistas) se convirtiera en árbitro de la crisis, en una sesión televisada. En episodios anteriores, el bloque del FIT-U hizo eje en el debate parlamentario de los acuerdos con el FMI y la cuestión de la deuda externa. El FIT-U ‘compró’ la ficción de que la soberanía popular pasa por las elecciones y que una dirección socialista se construía creciendo en el Congreso. En esta línea estratégica votó a favor de varios proyectos de leyes del oficialismo – el último fue la mentirosa “emergencia alimentaria”, que Lavagna había diseñado como el puntapié para una ‘transición ordenada’.
En lugar de recaracterizar la situación política a partir de las rebeliones de Ecuador y Chile, insistieron en poner un ropaje electoral a la catástrofe de Argentina. En el debate presidencial, Del Caño pidió a sus competidores de la burguesía “un minuto de silencio” por los muertos por la represión en Ecuador – una comedia trágica y un réquiem para una movilización con perspectivas revolucionarias. En el final de la campaña, los dirigentes del Polo Obrero salieron por la televisión, en forma reiterada, a proclamar su deseo de “que Macri termine su mandato”. La reconstrucción de una izquierda revolucionaria es el asunto más urgente y estratégico de la etapa que se ha abierto.
Fuera el FMI
El hundimiento del programa del FMI no significa que se haya roto el acuerdo de Argentina con el FMI. El FMI sigue tutelando a Argentina con sus condicionamientos. Es la llave de las negociaciones para pagar la deuda externa. Una ‘transición’ con el FMI, es un nuevo acuerdo con el FMI. Un nuevo acuerdo con el FMI es incompatible con las necesidades mínimas de las masas.
En función de todo este planteo nos proponemos impulsar deliberaciones políticas en las organizaciones y tendencias obreras y de los sindicatos para impulsar la lucha inmediata por un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar, el 82% móvil para los jubilados, un aumento del 70% de las asignaciones sociales – salud y medicamentos gratuitos.
Una lucha de este alcance no debe demorar, porque ya viene muy demorada. No son las reivindicaciones que promete ejecutar Alberto Fernández.
Las contradicciones de la ‘transición’ y más aun una lucha popular puede plantear una crisis política, ante la descontada resistencia del gobierno ‘transitorio’. Esa crisis política afectará al conjunto del régimen y a sus resultados electorales. En esta perspectiva sostenemos la vigencia de la convocatoria a una Asamblea Constituyente Soberana.
La crisis política no conocerá tregua más allá de la ‘transición’. Por esto defendemos la vigencia de las reivindicaciones señaladas.
Al conjunto de la izquierda militante y por sobre todo al Partido Obrero del cual formamos parte, llamamos a discutir el fracaso sin atenuantes del FIT-U y su política, y retomar la construcción del partido revolucionario de la clase obrera.