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El “pico” de la catástrofe social y sanitaria está por delante

por Jorge Altamira. Argumenta que necesita “aplanar” la curva de contagios, para retrasar la llegada de enfermos a un sistema sanitario sin recursos.

Reconoce (…) la destrucción sistemática de la salud pública (…), en beneficio de la privada.  Se le escapa (…) que en el entretiempo achatado no se hace nada para proteger al personal de salud, por ejemplo, mediante la reducción de la jornada laboral y la incorporación de más médicos y muchas más enfermeras. Tampoco construyendo más unidades hospitalarias. Ha lanzado una convocatoria para contratar nuevo personal, por el lapso de tres meses, los más cruciales para sus vidas, con el ‘incentivo’ de un sueldo de $30 mil pesos, y el despido anunciado.

Acerca de la construcción de hospitales o de la finalización de aquellos a medio construir, el asunto es peor (…). Al gobierno no se le ocurrió intimar Techint, impidiéndole despedir y para que construya hospitales a toda velocidad, resignando beneficios, bajo la supervisión de una auditoría de trabajadores.

Hasta Trump, ha ordenado a General Motors ha reconvertir parte de sus plantas para fabricar respiradores. Además de hospitales, son necesarias viviendas para salir del hacinamiento. La industria de la construcción, se convierte ahora en imprescindible.

(…) Asistimos a una cuarentena de fachada. Se prohíbe a las personas salir de sus casas, y a cerrar comercios y centros comerciales (…), pero la inmensa mayoría de la industria (…), está autorizada a continuar operando. Lo único que se despeja son las calles, vigiladas por la Policía y la Gendarmería. Es por esto que numerosas ciudades han impuesto su cuarentena excluyente, que no permite el ingreso de camiones que trasladan la producción.

La prioridad que se otorga al beneficio capitalista en perjuicio de la salud, es común a todos los países. “Aplanar” la curva, y no derribarla (…), tiene en cuenta el interés del capital en detrimento de las masas trabajadoras.

Es una necedad sostener que una cosa es encerrar a pueblos acostumbrados históricamente al sometimiento, otra cosa es hacerlo en países democráticos. Es un atropello intelectual y moral clasificar en esos términos a obreros y campesinos que protagonizaron, en el siglo XX, las mayores sublevaciones y revoluciones de la historia.

Al final, someterse a una cuarentena prolongada es una señal de conciencia política. Las masas chinas y el proletariado surcoreano nos auguran nuevas revoluciones.

Es obvio que para levantar el sistema de salud y sostener una cuarentena son necesarios los recursos correspondientes. Pero ellos están ahí: integrar el sistema privado de salud a la campaña nacional, bajo control de auditorías supervisadas por los trabajadores. Reconvertir industrias para construir hospitales. Dejar de pagar centenares de miles de millones de pesos en concepto de intereses de la deuda externa.

El gobierno que se queja por su falta de recursos no hace más que despilfarrarlos. Los subsidios que se han otorgado a diversas categorías de trabajadores desocupados o que han perdido sus trabajos particulares, y también las jefas de hogar, se los está comiendo la inflación de precios de los alimentos. ¿No es evidente la necesidad de someter a toda la industria de la alimentación a un control obrero, y obligarla a reducir los precios al nivel de sus costos de producción menos las ganancias? ¿No hay que hacer lo mismo con la industria farmacéutica? Los Daer, Raúl y Héctor, burócratas de la Alimentación y de la Sanidad, respectivamente, encubren este latrocinio patronal.

Los recursos están. Primero hay que cesar el pago de la deuda y sus intereses. Segundo, hay que convertir al Banco Central en el único emisor de crédito, mediante la conversión del conjunto de la banca en sus sucursales. Se trata de una medida imprescindible para financiar la construcción de hospitales, más instalaciones de terapia intensiva, constatación de trabajadores de la salud, aumento de sus salarios. Tercero, los recursos no pueden ser chupados por la inflación, para lo cual se debe establecer un control de precios con todo rigor, solamente posible bajo el control de los trabajadores. Cuarto, hay que reconvertir en forma compulsiva a la industria que pueda producir, respiradores, equipos de detección de infecciones.

Los capitalistas y sus propagandistas alertan acerca de una interrupción de la ‘cadena de pagos’ y reclaman que sea financiada por medio de un rescate fiscal. El rescate en cuestión, que los Fernández ya han puesto en marcha, incluso como prioridad, signifcaría un gran vaciamiento de recursos. El estado debe ordenar la continuidad de la producción en la cadena de producción esencial, estableciendo una cuenta de compensaciones (‘clearing’) entre unidades de producción, en el cual los saldos deudores queden como créditos del estado a la industria. La financiación de este crédito debe salir de un aumento del 50 al 80% de los impuestos a los ingresos personales del 20% más rico de la población.

Es necesario un gran protocolo de salud. Nos referimos al trabajo en industrias imprescindibles y a la vida cotidiana en las barriadas. No son necesarias las operaciones de seguridad de las fuerzas de seguridad: las barriadas pueden organizar sus propias cuarentenas, cuando imperan situaciones de hacinamiento. El protocolo en la industria debe ser el que redacten los trabajadores – incluida la reducción de la jornada laboral sin perjuicio al salario de bolsillo.

En lugar de esto, las patronales han comenzado con las suspensiones y despidos. Esto (…) es socialmente significativo. La clase dominante (…), no ofrece- una salida, carece de ella. Sus intereses particulares chocan con esa sociedad. Lo hacen con la complicidad de la burocracia sindical. Pero la burguesía no cuenta solamente con su capital operativo – tiene un capital acumulado fabuloso. El fabuloso “1%” cuenta con billones y billones de dólares. Es incapaz (…) en ‘reconvertirlos’ para movilizar recursos productivos imprescindibles y atender a los obreros en cuarentena. La desocupación (…) ha crecido en Estados Unidos un 50% en apenas dos semanas. (…) O el Estado aplica un impuesto excepcional o incluso confiscatorio a esas fortunas, o se impone la expropiación sin indemnización. En varios países la burguesía se prepara para nacionalizar compañías, con el propósito de evitar sus quiebras o su adquisión por capital extranjero. La etiqueta del procedimiento no le quita nada a lo que son operaciones de rescate del capital.

La expansión de la epidemia ha pinchado el mito de la ‘globalización’. Desde enero no se registra casi ninguna colaboración internacional en la lucha contra la pandemia; la OMS sólo hace recomendaciones. La disputa y la rivalidad internacional ha saltado al primer plano de la escena como nunca. Todos cierran fronteras – a personas como a equipos de salud o intercambio de especialistas. El Banco Central Europeo, bajo la dirección de Francia y Alemania, ha buscado quebrar la deuda pública de Italia. Los gobiernos de la Unión Europea no se ponen de acuerdo para emitir un ‘coronabono’ que financie los gastos de salud.

Alemania denuncia que Estados Unidos quiere apropiarse de sus empresas de salud, en medio del derrumbe del valor de los capitales en las bolsas. Francia advirtió que recurriría a nacionalizaciones para impedir que ello ocurra con sus compañías. El enfrentamiento de Trump contra China es mayor que nunca. Si la pandemia se prolonga en el tiempo, y con ello el derrumbe capitalista, la guerra subirá al primer punto de la agenda mundial. Trump, por de pronto, ha acentuado las sanciones y las operaciones subversivas contra Venezuela, Cuba, Irán y Rusia. Todos los gobiernos capitalistas han cerrado sus fronteras a los refugiados y a los ciudadanos de otros países, aunque integran su mismo bloque político. Los campos de refugiados, Gaza y Cisjordania, y la mayor parte de África están amenazadas de genocidio.

La aceptación de las cuarentenas por parte del inglés Johnson y de Trump, constituyen un recule de quienes advierten que esta crisis pone al capitalismo en una encrucijada histórica. Han debido retroceder por el temor de que una expansión de la letalidad de la ‘pandemia provoque un levantamiento popular. Pero saben y sostienen que el capitalismo no puede funcionar poniendo en cuarentena a la fuerza de trabajo del capital. Es lo que plantea también Piñera y Bolsonaro, ambos apoyados por el capital financiero (en Brasil el ministro Guedes), que arriesgan una confrontación que puede acabar con un golpe o un autogolpe – el que sea más adecuado para evitar un estallido popular. Piñera sigue acechado por la rebelión popular. Cualquier economista que se respete a si mismo sabe que el capitalismo ha entrado en una depresión que no será revertida por el descubrimiento de una vacuna, que será operativa en año y medio. Las caídas de los PBI en tasas del 20% alcanza y sobra para encadenar una quiebra capitalista, que alcanzará proporciones mayores a las que indica su fenomenal tasa de endeudamiento. La cuestión de recuperar una elevada tasa de ganancia (…), plantea una destrucción de capital sobrante nunca vista antes en la historia.

La clase obrera y las masas todas enfrentan el desafío más grande de la historia, desde que Hitler lanzó la segunda guerra mundial. A través de un programa de acción internacional que vaya a fondo en las reivindicaciones inmediatas, los explotados alcanzarán la consciencia y la capacidad de organización para acabar con el capitalismo y reorganizar la sociedad sobre bases socialistas internacionales.

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