Por Pablo Vega. El temporal de lluvia que azotó Jujuy apenas retrasó un día, del martes al miércoles, el tradicional «baile del torito», que se realiza todos los 1 de febrero, momento de las vísperas de las fiestas patronales en honor a la Virgen de la Candelaria en la ciudad de Humahuaca, donde promesantes se mimetizan en un toro cargado de cohetillos y adoran por calles del pueblo entre el público que participa de la celebración.
El torito es fabricado con un armazón de hierro, cubierto sobre el cual lona cosida de moro artesanal. Emula la figura de un toro de grandes dimensiones y lleva sobre sí cuernos propios del animal, mientras que los ojos son iluminados por intensas luces de linternas.
La imagen es trabajada desde siempre por las familias humahuaqueñas Lerma y Cari, quienes se encargan de coser sobre el lomo de la figura al menos 30 metros de tiras de cohetillos que en un momento determinado son encendidos.
La esperada expresión cultural para la noche de cada 1 de febrero en la ciudad quebradeña este año se disfrutó durante la jornada central, el miércoles tras una larga procesión, debido a que un temporal de lluvia impidió que se lleve a cabo la adoración el día anterior.
«Un legado» artesanal
Marta Selva Alejo es una de las encargadas de preparar el armazón del torito desde hace unos 60 años, enseñanza que, contó a Télam, les transmite como «un legado» a sus hijos el delicado trabajo artesanal «para que nunca se pierda la tradición».
Una de sus simbologías es «la eterna pelea entre el bien y el mal», indican los creyentes al explicar que, durante el baile, el toro aparenta realizar cornadas al público en la fecha en que se rinde culto a la Virgen de la Candelaria, patrona de los criadores de ganado vacuno.
«Humahuaca, con su tradicional torito, desafía también al pecado, (en) la noche de vísperas de la fiesta patronal de la Candelaria. Solía decir mi mamá: no tienes que pecar porque el torito te va ‘astiar’ (cornear)», refrenda en su libro «Personajes de la Quebrada», el maestro y músico Fortunato Ramos.
La expresión de los promesantes «comenzó hace muchos años con un torito y como quedaba bastante gente sin poder apreciarlo frente a la catedral, con el paso del tiempo más hombres se animaron a danzar por lo que en la actualidad suman seis», explicó Marta Selva Alejo.
Cómo se lleva a cabo
La adoración dura entre 5 y 10 minutos entre las angostas calles del pueblo. Por ellas, hombres mimetizados avanzan encorvados en zigzag, hasta que se consumen las baterías de cohetillos que al tronar provocan la sensación de que el animal se estuviera prendiendo fuego, a la vez que forman una enorme humareda tan grande como la ovación que nace de los presentes.
Toda la escena transcurre mientras un erke (instrumento de viento con diferentes formas y tamaños) suena ronco a lo lejos. Su exhalación se entremezcla con la música incesante de múltiples bandas de sikuris, que se sumergen en una energía emocional única de los pobladores que se encargan de colmar la Plaza 25 de mayo y Sargento Mariano Gómez.
Los hombres encargados de llevar a cuestas en sus espaldas dobladas los seis toritos que bailaron este año se concentraron en la casa de la familia Lerma, cercana al epicentro de la fiesta patronal.
Una vez que cayó la noche, los toreros se arrodillaron frente a la imagen de la Virgen de la Candelaria que permanecía en la puerta de la iglesia catedral, donde realizaron sus últimos rezos y cuando resonaron los primeros cohetillos sobre sus dorsos comenzaron a bailar.
En esos pocos minutos los promesantes, considerados privilegiados por la cantidad de aspirantes que buscan llevar la imagen taurina, enfrentaron el salto con dificultades determinadas en la visión limitada por su posición encorvada, el embolsamiento del humo de los cohetillos y charcos de agua que había dejado la lluvia unas horas antes.
«Lo que motivó llevar el torito es la salud de mi hija. Estoy en representación de ella, que padece una enfermedad y, como la tengo ‘promesada’ bajo el manto de la virgen, ahora lo voy a expresar con este baile tan significativo», reveló a Télam, Federico Zamboni, actual concejal de Humahuaca.
El legislador consideró que la celebración muestra «la devoción que tenemos a nuestra patrona» porque -admitió- «cumplió» con sus plegarias. «Mi hija tiene cinco años y es un agradecimiento debido a que con el tiempo sentí que estaba protegida y fue mejorando», añadió.
A su vez, Francisco Cayo (37 años) mostró su alegría de poder ser uno de los toritos por primera vez. «Soy devoto hace mucho tiempo y siempre tuve el entusiasmo de ser parte de esta expresión cultural», reconoció.
En diálogo con Télam, enfatizó que durante su paso zigzagueante solo pensó en «agradecer para que mi familia y mis hijos sigan adelante, reconfortarme espiritualmente, además de pedir que los humahuaqueños pasemos de la mejor manera esta pandemia».
Josué Yamil Rivero (31) es efectivo de la Policía de Jujuy y se animó por primera vez a llevar a cuestas el torito. «Fue por una promesa que le hice a mi madre en el 2019, quien se encontraba muy enferma y por diferentes cuestiones no pude lograrlo en el 2020», relató.
El inexperto torero lamentó la muerte de su madre el 12 de marzo pero mantuvo su palabra en esta edición, al explicar lo hizo porque, «es nuestra fiesta patronal, se vive y siente distinto en este pueblo la devoción por la Virgen de la Candelaria».
«Soy muy creyente, por mi trabajo a veces no puedo asistir a las celebraciones, pero participar este año con unos de los mayores símbolos de la fiesta me nace solo agradecimiento», completó.
Con tan solo 27 años, Ricardo Castro bailó por cuarta vez para la «mamita» de la Prelatura de Humahuaca, quien refirió: «Es un momento muy especial de mi vida, me acabo de recibir de técnico en Gestión Ambiental; mi padre lleva una enfermedad ahora de la mejor manera y siempre le pedí a la virgen que me ayude».
El joven consideró que danzar con el torito «es un orgullo y privilegio porque a muchos les gustaría estar en mi lugar», manifestó a Télam Castro, quien además forma parte de una banda de sikuris.
El llanto emocionado de los promesantes se intensifica una vez que culmina el baile, esta vez a paso lento arrastran el armazón que quedará en la iglesia del pueblo por 365 días hasta que nuevamente vuelvan a danzar los entrañables toritos.