Estaba animado el Ernesto. Antes me había dicho que ya no salía por las noches porque no quería correr algún riego y yo no me di cuenta que, como siempre, él sabía más.
También me dijo que un nuevo libro estaba listo en la imprenta, pero -parece que siempre hay un pero en esta fucking provincia- falta que algún contador oficial autorice pagar lo que hay que pagar. No alcanzó a ver su libro editado que seguramente se presentará en la Feria del Libro de Buenos Aires y varios funcionarios dirán que Ernesto Aguirre fue un gran poeta y otras babosadas por el estilo, esas que se dicen cuando el hombre ya no está y no molesta más.
Para muchos, la palabra de Aguirre fue una molestia. Porque decía cosas brillantes e inquietantes.
Porque nos obligaba a pensar, a ser solidarios y a reírnos de nosotros mismos.
Fue muy exigente con su vida y también con la vida de sus seres queridos. Tenía cierta parquedad a la hora de expresar sus sentimientos por esa exigencia. Quizás también sea por eso que sus poemas, en la madurez de su escritura, eran de una justa brevedad.
Su vida, queridos amigos, fue breve; injustamente breve.