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Juicio de lesa humanidad: una testigo relató cómo secuestraron a su tío en un Falcon amarillo

«Yo lo vi cuando lo llevaban», aseguró Lucía Marina Torres ante el Tribunal, en la audiencia de esta semana del jucio por delitos de lesa humanidad que se desarrolla en Jujuy. Se refería a su tío, Manuel Ismael Vivas, uno de las víctimas cuyas historias se develan en este proceso, denominado «Nuna Puka», que en quechua significa Almas Rojas, en referencia a los militantes del Partido Comunista detenidos ilegalmente en 1976. Algunos de ellos permanecen como desaparecidos. 

Fueron pocos los testigos que se presentaron en la audiencia. Dos de los que estaban citados no pudieron prestar declaración por no sentirse «en condiciones emocionales aptas para declarar». 

El Tribunal Oral Federal en lo Criminal 1 rechazó el pedido del Ministerio Público Fiscal, que había solicitado que se hicieran más de una audiencia por semana para que no se extienda tanto el proceso. De este modo, el próximo jueves será la última audiencia de este año. 

Este juicio devela la causa acumulada “Galeán y otros”, vinculada con lo ocurrido a 17 personas que fueron secuestradas en la localidad de Tumbaya entre enero de 1976 y enero de 1977, algunas de las cuales permanecen en calidad de desaparecidos: Paulino Prudencio Galeán, su hermano Crecente Galéan, Rosalino Ríos, Elías Juan Toconás, Rosa Santos Mamaní, Carlos Villada y Vicente Cosentini.

Los procesados son Carlos Gutiérrez, Alberto Callao, Armando Ruiz, Raúl Claros, Siro Goyechea, Juan Vaca, Catalino Soto, Francisco Espiándola, Melanio Portal, Jorge Mendoza, Federico Colmenares, Félix Batalla y Ramón Herrera. Están acusados por los delitos “de privación ilegal de la libertad agravada”, “tormentos agravados”, “violación de domicilio”, “sustracción ilegal de objetos”, “robo en despoblado” y “homicidio agravado”.

Lucía Marina Torres atestiguó en primer lugar. «Yo lo vi cuando lo llevaban», dijo en referencia a su tío, Manuel Ismael Vivas. En 1976 la mujer tenía 18 años. El 20 de octubre de ese año, cuando volvía del colegio, se cruzó con un Falcon amarillo en el que iba su tío sentado entre dos personas de civil. Le hizo un gesto que ella entendió como un saludo. Recordó incluso que él tenía puesta una campera marrón. En aquel momento, la joven pensó que lo habían ido a buscar para hacer algún trabajo de electricidad, pues ese era su oficio. 

Relató que sus abuelos le contaron que al tío lo llevaron a la finca que tenían en Tilquiza. «Revolvieron todo diciendo que era subversivo y no encontraron nada».

Más adelante, contó que su madre se encargó de buscarlo, de presentar habeas corpus, de peregrinar de la Central de Policía al Servicio Penitenciario, pero «nunca más lo vio». En cambio, conoció al comisario Ernesto Jaig y al coronel Carlos Bulacios, y oyó los nombres de los militares represores Mariano Braga y Juan Carlos Jones Tamayo. En sus visitas a los centros de detención supo que estaban detenidos también los hermanos Galeán (Paulino y Crescente) y Elías Toconás, otras tres de las víctimas del caso que se ventila en este juicio.

Luego fue el turno de Nemesio Flores, uno de los detenidos. «Los policías que me detuvieron creían que era del Partido Comunista y esa dice fue la causa de su detención”, señaló, y relató que estuvo 15 días alojado en la Central de Policía, donde «nos daban de comer algunos veces».

Después fue trasladado al Servicio Penitenciario, donde se encontró con Santiago Abán. También recordó que estaban detenidos los hermanos Galean, Paulino y Crescente y Emilio Ávalos. Contó que cerca de fin de año dos veces los llevaron al aeropuerto esposados «y nos volvieron a traer».

El último testigo en declarar fue René Manuel Arce, quien fue compañero de trabajo de Paulino Galeán en la Dirección de Arquitectura. Lo recordó como una buena persona, «que quería un país mejor, con justicia social».

Dijo que Paulino fue detenido dos veces; la segunda, por parte de «dos hombres de traje, uno de ellos el Gaucho Martín», uno de los acusados. En aquella oportunidad, lo apresaron en el mismo lugar de trabajo. «Nunca más lo vimos; su auto, un Fiat 600 azul, quedó estacionado», relató Arce. Uno de los jueces preguntó sobre la reacción de los compañeros de trabajo: «El temor era tan grande que solo comentábamos en voz baja», respondió Arce.

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