La felicidad…  todavía una esperanza

Por Raúl Choquevilca – periodista – ex comunero. Acabo de llegar a San Salvador de Jujuy desde Ocumazo y lo que veo una vez más es una agitada ola de inclinación febril hacia un festejo o celebración cristiana como la que será en la mayoría de los hogares, esta noche. Y seguramente se repetirá lo mismo dentro de una semana, referido al cambio de tiempo en el calendario gregoriano.

En el mundo andino el Año Nuevo ya comenzó el 21 de junio pasado. Esta noche de una supuesta «espiritualidad» como dentro de una semana, la renovación de un tiempo denominado «año nuevo», en fin…

Desde mi formación y percepción indígena no comulgo con estas prácticas. Respeto toda orden religiosa, pero ello no quita que emita una simple opinión a considerar u obviar, sin compromiso.

A estas celebraciones me adhiero como una ocasión más de reunión familiar.

Lo demás me resulta indiferente dada la incongruencia que observo en estas acciones, plagadas de hipocresía y cinismo que conllevan estos festejos.

Cabe decirlo, ya que se impone una falacia de idea única y proverbial de salvación o bendición humana, cuando en realidad se tapa y oculta lo más ominoso de la conducta humana: odio, crueldad y violencia práctica y simbólica a mansalva.

Muchos de los personajes o actores que «celebrarán» anoche lo harán contentos que hay una sociedad masificada, alienada, manipulada, casi indiferente a la tragedia y dolor que se les aplica a diario.

Los malditos de arriba se regodearán y celebrarán que el aparato de control, represión y persecución. Funciona al borde de la perfección. Celebrarán que no hay capacidad de reacción y crítica.

Que no hay oposición, que la misma agoniza o desfallece.

Entre ellos muchos personajes vinculados a una fuerte responsabilidad social, económica y político celebrarán porque han logrado adormecer o domesticar a las masas sociales, sus dirigentes o representantes.

Así dadas las cosas, qué lejos se está de cumplir los loables mandatos cristianos, de paz, amor y justicia. Lo que manifiesto lo hago a título personal y me hago cargo de lo que digo.

No puedo evitar mi perspectiva de pensamiento indígena, vapuleado desde hace 532 años.

En este marco el cristianismo no es mi credo de devoción ya que por historia fue y sigue siendo un oprobio para los pueblos del Abya Yala (América).  Una institución cómplice de la opresión y castigo de las inmensas mayorías del mundo entero desde las políticas públicas que se aplican desde los gobiernos de turno.

De tal suerte lograron construir un imaginario social que pretende destruir la diversidad cultural que caracteriza a la humanidad.

Se obsesionan con el pensamiento único y la verdad absoluta a rajatabla.

Imposible de lograr unidad mientras haya conciencia indígena y resistencia, que reafirma sus derechos y demanda justicia y respeto.

A tal punto oprimen que reinciden, cometen impunemente injusticias y crímenes sociales de lesa humanidad.  Propalan delirios y paranoias de salvación sin importarles la siembra de confusión con banderas de un «Cristo Salvador» que realmente se identifica con el amor, bondad y justicia social, de veras.

Pero ciertamente, aquellos responsables en realidad hacen la contra. Lo que se ve es mucho odio, exclusión, persecución y sed de venganza crueles. Matar al adversario pareciera que fuera la política en marcha. Lo más grave es que se aplauden y consienten estas prácticas.

Solo pretendo llamar a la reflexión sobre hechos y acciones contradictorias de la actualidad, que chocan con los principios y valores humanistas que se pregonan casi a diario.  JALLALLA! …

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