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La universidad pública y el movimiento campesino indígena

Feria campesina realizada en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy

Por Eugenia Calvo*, en Pública y Gratuita. “Que la Universidad se pinte de pueblo” es una de las frases más reconocidas de Ernesto Che Guevara; que en un discurso dado en diciembre de 1959 también dijo: “la Universidad debe ser flexible, pintarse de negro, de mulato, de obrero, de campesino, o quedarse sin puertas, y el pueblo la romperá y él pintará la Universidad con los colores que le parezca”.

El movimiento estudiantil y los estudiantes universitarios han participado de las luchas del conjunto de la sociedad que tiene como iconos la Reforma Universitaria del 18, pasando por el Mayo Francés. En América Latina se puede mencionar, por ejemplo, el movimiento estudiantil que tuvo un desenlace fatal, conocido como la Masacre de Tlatelolco.

Este movimiento siempre expresó, además de las demandas particulares, la demanda de la sociedad en su conjunto. No olvidó de denunciar las crisis económicas, los abusos de autoridad o de reclamar por la libertad de los presos políticos.

En Argentina y en el mundo este movimiento acompañó de luchas del campo popular.

¿Eso sigue sucediendo hoy? Para responder esto, quizás,  deberíamos preguntarnos acerca del carácter que tiene la formación universitaria. A dónde apunta, qué es lo que expresa, a quiénes expresa.

En las últimas décadas, la formación universitaria ha puesto mayor énfasis en una formación que acompañe la reproducción del capital. Esto lo podemos identificar, por ejemplo, en las carreras tecnológicas, donde se trabaja en la modificación genéticas de las semillas para desarrollar aumento de la productividad. O para que tal o cual cultivo puedan incorporar nuevas zonas e incorporar de esta manera territorios y relaciones sociales a la lógica del capital (a la reproducción ampliada del capital).

Así vemos cómo han desaparecido prácticas y manejo de cultivos, y junto con ellos también van desapareciendo formas de pensar las relaciones entre las personas, de pensar la naturaleza, de pensar la comunidad, lo colectivo.

Hay que evitar caer en un pensamiento reaccionario o retrógrado; es importante valorar que muchos de los conocimientos desarrollados tienen una función más amplia que la señalada; pero al estar subordinado a la lógica del capital, no hace más que reproducirlo. Y en muchas ocasiones su uso ha producido la ruptura de relaciones sociales; el despojo de amplias capas de la población.

Las ciencias sociales no quedaron al margen de esto. En muchas ocasiones las disciplinas humanísticas y sociales han argumentado en favor de esta lógica, han argumentado en favor de las políticas económicas, sociales y culturales que impuso el capital.

Esto tiene de fondo una discusión que es política, de posicionamiento ante una sociedad que funciona de determinada manera, y que prefiere que no se reconozca que es posible pensar que otras formas son posibles. Y que no se reconozcan a aquellos que quedaron al margen del “desarrollo”: los campesinos, los indígenas, los “pobres”. Y si existen, que sean un objeto de estudio, desde una perspectiva folclórica, como objeto de la asistencia o como ese otro diferente que es un resabio de otra sociedad. No como parte de ella, sino como excluidos del conjunto social.

A la vez, la formación universitaria ha puesto énfasis en el ingreso rápido al mundo del trabajo. Y la carrera académica. La formación apuntó a un carácter individualista, en recibirse para acceder al sistema de becas de investigación o de cargos dentro de las unidades académicas. También ese conocimiento del que se jacta la universidad ha quedado relegado en función de investigar lo que está de moda, o lo que impone la empresa, o prioriza la perspectiva de la institución (ya sea del estado o privada).

Esto nuevamente tiene un fondo político. El conocimiento se ha convertido en una mercancía.

Podríamos preguntarnos también si el carácter gratuito de la universidad en Argentina garantiza el libre acceso a la educación “superior”. Hoy podemos decir que la universidad es gratuita, pero eso no significa de ninguna manera que la universidad sea de libre acceso, sobre todo para el obrero, para el campesino, para el indígena. Podemos decir, de alguna manera, que actualmente la formación universitaria sigue siendo un privilegio.

Actualmente el campo popular demanda con urgencia el compromiso de la universidad. En particular, el Movimiento Nacional Campesino Indígena en Jujuy ha demandado en varias ocasiones la necesidad de que tanto estudiantes como docentes e investigadores puedan acompañar sus luchas, sus reclamos.

Considero que podemos proponernos, en conjunto, de manera colectiva, la posibilidad de acompañar esa demanda. Y señalo que eso tiene que ser de manera colectiva, porque ¿cómo podemos defender algo que no conocemos? ¿Cómo podemos acompañar los reclamos si no sabemos cómo produce, cómo vive, cómo piensa  ese grupo social? ¿Cómo podemos construir datos, sistematizarlos, describir y analizar la problemática que atraviesan estas personas si no sabemos dónde viven y cuáles son los problemas que los afectan?

Y esto va más allá de las currículas que nos impone la facultad. Y eso colabora al mismo tiempo a romper con la invisibilidad y la negación a estos sectores. Y eso también ayuda a saber que hay muchas formas de conocer y aprender. Y que hay quienes no están dentro de las facultades que tienen mucho para enseñar.

Quizás así podamos habilitar esa posibilidad, esa utopía que proponía el Che y que es una tarea histórica que dejó a los estudiantes universitarios.

“Que la universidad se pinte de pueblo”

* Integrante del movimiento nacional campesino indígena. Antropóloga egresada de la FHyCS-UNJu 

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