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justicia vapuleada

«La utilización de la Justicia para el restablecimiento de la paz política»

Por: Nicolás Flores. (1)

El título que encabeza estas líneas que pretenden acercarse a constituir una “teoría de la justicia” cumple, si se quiere, una doble función, por un lado la propia de todo título como una mera forma de dar un nombre o encabezar una serie de líneas o como prefiera el lector definir a la función que cumple un título en sentido amplio, pero por otro lado, y esta es la «bi-función» a  la que hacemos referencia, cumple también el rol de prólogo, es decir aquel conjunto de líneas que nos empiezan a introducir en la lectura, que nos sirve de preparación a la misma; dicha función no fue casual, fue pensada así y fue construido el mismo en este sentido y con esta finalidad. Aquí, se pretende explicar un conflicto de poderes.

 

Un conflicto de poderes políticos. Conflicto de poderes políticos, en donde se utiliza a la Justicia como elemento o instrumento para lograr el tan anhelado, prometido y clamado «restablecimiento de la paz política», el término o la palabra «política» tampoco es casual en estas líneas, ni fue agregada por una cuestión estética, todo lo contrario, la misma en la construcción de este tan buscado titulo fue inminente y necesaria, ya que no hace más que denotar el trasfondo que aquí intentamos explicar -conflicto político, rivalidad política-. No se pretende con estas líneas ser partidarios de ninguno de los dos bandos, ni tampoco criticar el conflicto político y sus consecuencias, ello escaparía a toda finalidad en cuanto aquí se respecta.

Lo que si se pretende, en virtud de generar una innegable preocupación, es poner de manifiesto y dar a conocer como en estos tiempos se utiliza a la Justicia como un instrumento para la persecución y la proscripción política. Echar mano a la Justicia para estos fines atenta contra todo nuestro sistema democrático y es, a nuestros ojos, y al del resto de los ciudadanos que creen y bregan por una forma de gobierno democrática, inaceptable.

Tolerar un acto de tal magnitud es equivalente al retroceso de una gran cantidad de décadas de lucha y de conquista de derechos inalienables. El mismo es sinónimo de recreo del Estado de Derecho, y ello es de una extrema gravedad. Nos interesa insistir, que nuestro interés no es otro que la plena y constante observancia del Estado de Derecho, y en ese sentido fijamos el norte de estas líneas.

La provincia de Jujuy acaba de cumplir más de 1000 (mil) días de recreo del Estado de Derecho, más que un recreo, podríamos decir que se encuentra sumergido en un profundo sueño del que parece no despertar. La manifiesta sed de venganza y revanchismo político, más la detentación actual de la suma del poder, fue la que sumergió en un profundo sueño al Estado de Derecho jujeño. El objetivo de campaña, que posteriormente se convirtió en un objetivo de gobierno era, fue y es claro, “recuperar la paz (política) y el orden alterado de la provincia” como dé lugar, a cualquier costo, aun pasando por arriba al Estado de Derecho, conculcando una larga lista de derechos y garantías constitucionales.

Tenemos la íntima convicción, que quien detenta por estos tiempos la supremacía del poder jujeño, impulsado y sesgado con su sed de venganza, revanchismo y con la premura de cumplir lo prometido -recuperar la paz provincial- ha hecho de su antigua adversaria política, una presa política. Este es el hecho injusto generador de estas líneas, es la causa fuente de su creación, y constituye su motor impulsor.

[…] «Nadie da gratuitamente nada y menos poder…»

Esta frase recogida, a la cual consideramos oportuno traer a nuestras reflexiones, nos lleva inevitablemente a interrogarnos sobre el poder, que es el poder, quien o quienes lo detentan.

¿Podríamos decir que un Funcionario Público detenta poder…?¿Podríamos permitirnos decir que un Gobernador lo detenta? ¿Un magistrado? Sin lugar a hesitación, creemos que sí, todos estos personajes en mayor o menor medida detentan poder, cada uno en su lugar, dentro de su oficina, dentro de un recinto, dentro de su sala de audiencias o dentro de su Provincia. También sabemos que existe un largo camino para llegar a conseguirlo y también que detrás del poder y en derredor del mismo, siempre existe lo perverso.

Nos permitimos concluir que el poder siempre termina siendo perverso, en mayor o menor medida, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, a quien se le otorga poder -porque claro que alguien debe otorgar tal poder – termina siendo un títere o una especie de marioneta en función de quienes o quien dirige en ese momento el poder superior -o el único que existe-. Y cuando es así,, cuando se está en la máxima expresión de la perversidad del poder, no importa una gran cantidad de cosas que resultan elementales para el correcto funcionamiento de nuestro sistema de derecho y consiguientemente para nuestra sociedad, como por ejemplo, -para citar uno de los tantos que existen- las cualidades personales y de idoneidad profesional de nuestros funcionarios públicos, los encargados de nuestro sistema de justicia quienes van a ser los encargados de impartir y decidir en torno a ella a través de un proceso judicial, la aplicación de la máxima expresión sancionadora del poder estatal, la ultima ratio de nuestro sistema jurídico, provocando sobre quienes deben afrontarlo mortificaciones, vejaciones y tratos inhumanos crueles y degradantes propios del sistema carcelario argentino que, entre nosotros, ya no son de novedad alguna.

Creemos menester preguntarnos porque no habrían de importar estas cualidades de idoneidad del magistrado seleccionado para cumplir la función legitimadora de justicia; y creemos que la respuesta se halla en que la decisión de la imposición de las penas, no depende de este funcionario específicamente seleccionado, no estará sujeta la misma a su sana critica racional, ni a su íntima convicción y menos que menos a las pruebas a rendirse, porque quizás estas ni siquiera existan.

A si como el poder elige -a su antojo-  al funcionario legitimador (léase juzgador), en el mismo acto de su honrosa jura, se le hace entrega de los numerosos cuerpos de expedientes con una llamativa, prolija y legible caratula en donde se encuentra, de modo manifiesto, la sentencia ya impuesta; por lo que este solamente deberá limitarse, en la medida de sus capacidades y posibilidades, a legitimar el acto mismo de la imposición de una pena ya impuesta por el poder.

Legitimar lo anunciado, lo que alguna vez pudo haber sido una amenaza, un deseo impulsado por la sed de venganza, y porque no hasta una promesa de campaña electoral.

[…] «Recuperar la paz provincial»

La selección de quienes, por sus capacidades demostradas en un concurso de antecedentes y oposición, no deberían -al menos en normalidad de circunstancias- haber sido seleccionados, dice mucho y explica que en Jujuy la funcionalidad al poder es la estrella que opaca otras «cualidades menores», como los mayores conocimientos jurídicos; estos últimos, en estas circunstancias, no son de importancia relevante ya que no se necesita de gran conocimiento y larga trayectoria en la materia para simplemente cumplir con una «mera formalidad republicana y democrática» como la de legitimar, mediante un “proceso cirquezco” la imposición de la máxima expresión del poder, en una época en donde sin importar lo que se diga, si lo dicho esta canalizado por las vías institucionalizadas legitimadoras es y será válido y por lo tanto es y será justo, porque claro, así lo dice la «Justicia», y nada que provenga de las sagradas palabras de la «Justicia» podría ser injusto en esta sociedad moderna «racional» actual en la que vivimos.

Se utiliza la «Justicia» con un doble propósito o con una doble finalidad; en primer lugar para poder descargar sobre el adversario político el mayor de los escarmientos, mortificaciones y enseñanzas, cual si fuera el arma más poderosa y dolorosa que detentara quien pretende dar una lección a su adversario. Y en segunda medida, para que esta lección y venganza impuesta, este a la vista de todos completamente legitimada, y se torne una de las máximas expresiones de justicia, al punto tal de que se aplauda y se reclame por más de estas medidas justicieras, ya que vendrían a constituirse en las virtuosas herramientas salvadoras de los males que aquejan a las sociedades contemporáneas de nuestro país.

¡Vaya paradoja!

El sistema, tal como fue ideado y diseñado por su mentor,  funciona a la perfección; la victima de estos tormentos está completamente enmascarada bajo el ropaje del personaje más siniestro que puede conocer una sociedad, cual si fuera uno de los directos responsables de la más trágica historia dictatorial argentina, en donde la sociedad moderna racional clama no solo por su eterno encierro, sino también por penas aun mas severas y ruega que el Estado caiga con lo más pesado de sus fuerzas sobre estas personas. Y por el otro extremo, el victimario, en su carácter de eterno rival político y ahora detentador de la supremacía del poder, autor intelectual y material de todo el sistema de tortura, se ve enrolado en un traje heroico de saco, camisa y prolija corbata, digno de gran dirigente, capaz de conducir y hacer crecer a pasos agigantados a una provincia y su oprimida sociedad, vanagloriado por haber sido el único dirigente y líder capaz de recuperar la paz social y política por la que tantos años ha clamado la aristocracia jujeña.

«Unión, paz y trabajo» (…) Aun por encima de la plena observancia del Estado de Derecho.

(1): Nicolás Flores es actualmente estudiante de quinto año de la carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Las líneas que anteceden intentan constituir una “Teoría de la Justicia” realizada en la materia Filosofía del Derecho dictada por el Dr. Sebastián Raspanti.

 

 

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