Fue un oscuro torturador de la Policía Federal hasta que la dictadura de Videla, Massera & Cía. lo destinó al campo de concentración de la ESMA, donde además de integrar los grupos de tareas asumió una misión específica: capacitar a los marinos en el uso de la picana eléctrica. Ese destino denigrante le valió el apodo “220”, que no sería su única carta de presentación ante los secuestrados: fue el cobarde que ejecutó al escritor, periodista y militante Rodolfo Walsh cuando se defendía con una pistola diminuta frente al pelotón de militares y policías que fracasaría en el intento de secuestrarlo con vida.
“Lo cagamos a tiros y no se caía”, contó en el centro clandestino Ernesto Enrique Frimon Weber, quien murió a los 92 años con dos condenas a prisión perpetua en su haber y guardando el silencio eterno que es regla entre los genocidas.
Nacido el 22 de julio de 1931, Weber tenía 45 años y el grado de subcomisario cuando se produjo el golpe de Estado que sembraría el país de centros de tortura, su especialidad en la carrera policial. Ante más de un secuestrado se jactó de haberle enseñado ese trabajo sucio a los subordinados del almirante Massera, que admitían el dato.
Cuando tuvo oportunidad de declarar, sin juramento de decir verdad como todo imputado, prefirió el silencio o bien sugirió que se limitaba a pedir las “zonas liberadas”.
Formó parte del sector Operaciones de la ESMA en 1977 y 1978. Fue identificado tanto por su participación en secuestros como en sesiones de interrogatorios. Usó también los alias “Armando” y “Boero”.
La certeza temprana sobre su prontuario derivó en que H.I.J.O.S. alertara a los vecinos y le dedicara un escrache el 7 de octubre de 2000, cuando la impunidad parecía eterna, en su casa de calle Virgilio 1264, barrio de Villa Luro. Por entonces contaba con orgullo que nadie le conocía la cara y se cuidaba de no aparecer en fotos. En un garaje vecino guardaba un Falcon verde que no usaba pero hacía limpiar cada tanto.
Los 70 años largos que tenía cuando al fin se reabrió la megacausa ESMA le permitieron evitar la cárcel y acceder al arresto domiciliario. El beneficio le permitió continuar sus paseos con uniforme, gorra y armado en su propia casa, con marchas nazis de fondo. Tenía terror de que lo trasladaran a la cárcel. “Antes me mato”, decía.
“Me baño en Plasticola y quedan todos pegados”, amenazaba. Lucía orgulloso el diploma al “heroico valor en combate” firmado por Massera en 1978 y una foto con el papa Juan Pablo II.
La primera condena, que incluyó el asesinato de Walsh, la recibió el 28 de diciembre de 2011. La segunda, el 29 de noviembre del 2017, también a perpetua. Recién en 2023 la Procuraduría de Investigaciones Administrativas dictaminó que fuera dado de baja de la Policía Federal.
«Otro genocida que se van sin decir DÓNDE ESTÁN los miles de cuerpos que siguen desaparecidos y la verdad sobre nuestras hermanas y hermanos que nacieron en cautiverio», apuntaron desde H.I.J.O.S. Capital.
Le decían "220" porque enseñaba a otros genocidas a usar la picana eléctrica para torturar a las víctimas.
Murió Ernesto Frimón Weber. Integró la Policía Federal. Fue condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA. Le disparó a Rodolfo Walsh. pic.twitter.com/J9hEwUIoHA— H.I.J.O.S. Capital (@hijos_capital) July 11, 2024
Weber tuvo siete hijos, incluidos dos varones que siguieron sus pasos en la Federal: Ernesto Sergio Weber y Ernesto Gabriel Weber. El primero fue sindicado como responsable de los asesinatos de Carlos Almirón, Diego Lamagna y Gastón Riva el 20 de diciembre de 2001 en Plaza de Mayo. A diferencia de su padre, nunca fue juzgado.
Página/12