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Patria o colonia: las pymes como motor para el desarrollo sustentable de un país

Por Daniel Moreira*, en Motor de Ideas. Burgueses y proletarios. Jacobinos y girondinos. Mencheviques y bolcheviques. Tal como lo refleja Karl Marx, a lo largo de toda su obra, la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre. En los más de doscientos años de historia argentina, la grieta también ha hecho lo propio en nuestro país. Federales y unitarios. Peronistas y radicales. Azules y colorados. Kirchneristas y macristas.

No ajenos a la lucha por un país más justo e igualitario, a los pequeños y medianos empresarios nos toca enfrentar hoy a un enemigo mucho más abstracto que los mencionados, aunque con un correlato material en nuestro devenir cotidiano: el neocolonialismo.

La lucha vuelve a repetirse, una vez más: patria o colonia, es la consigna que hoy nos interpela. Pero entender las consecuencias negativas que implica el neoliberalismo en nuestra rutina requiere ahondar en sus orígenes.

Un poco de historia

El neoliberalismo como corriente de pensamiento comienza a aflorar en Europa y América del Norte, luego de la Segunda Guerra Mundial, como reacción política contra un Estado intervencionista y de Bienestar. Las raíces del surgimiento estaban localizadas en el poder excesivo ganado por el movimiento obrero y los sindicatos, que habían socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones reivindicativas sobre los salarios. El argumento para fundamentar el neoliberalismo, tal como apunta el historiador inglés Perry Anderson, consistía en que “la desigualdad era un valor positivo imprescindible” que precisaban las sociedades occidentales porque el Estado de Bienestar “destruía la vitalidad de competencia”.

Esta ola de derechización comenzó a tomar rumbo sustancial a fines de los ‘70 y se consolidó en los ‘80, alrededor del mundo. Al advenimiento de Margaret Tatcher en Inglaterra (1979), Ronald Reagan en EEUU (1980), se le sumaría su corresponsal en Argentina: Carlos Saúl Menem. En el año 1989 Estados Unidos triunfó sobre la Unión Soviética y pisó fuerte en un mundo unipolar con una sólo superpotencia. De esta manera, influenció la política económica y exterior de la Argentina, luego de la redacción del Consenso de Washington en 1989 y las reformas económicas de Domingo Cavallo. Épocas donde proliferaba el discurso de la «plata dulce», la apertura al mundo y el «deme dos». Tiempos de “relaciones carnales” que destruyeron el entramado productivo nacional y que el gobierno posterior de Fernando de la Rúa profundizó, llevándonos a una crisis sin precedentes, en 2001.

No obstante, la bola de nieve había comenzado mucho tiempo atrás: con la Reforma Financiera de 1977 empezó un predominio de la valorización financiera y los productos importados erosionaron, vía precios y la producción interna. De esta manera, la desregulación financiera creó condiciones mucho más propicias para la inversión especulativa que la productiva. Tasas de interés interna más altas que la externa. Desequilibrio del sector externo. Altos déficits de cuenta corriente. Balanza de pagos negativa. Deuda externa en ascenso. Reservas en descenso. Nos suenan algunos de estos conceptos en la coyuntura actual, ¿no?

La mentira como bandera

En la Argentina de Cambiemos, la apertura indiscriminada de las importaciones; la desregulación del mercado; las tasas de interés cada vez más altas; y la dolarización de precios como los de combustibles y tarifas, para una economía que se sustenta fundamentalmente del consumo; sólo multiplicaron la devaluación, la transferencia de recursos y la deuda, para financiar la fuga de capitales.

El neoliberalismo ya nos llevó al fracaso económico y eso es incontrastable. Ahora bien, ¿por qué se repiten tantos conceptos históricamente ligados al neoliberalismo, mientras se sigue presentando a este Gobierno en muchos medios de comunicación como “nueva derecha”?

La estrategia elegida por la Alianza Cambiemos fue presentarse como “desarrollistas” -modelo ante el cual muchas pymes también tenemos nuestras diferencias-, para situarse en otro espacio al del gobierno kirchnerista. Aunque todas las políticas que ha implementado Mauricio Macri desde diciembre de 2015 a la fecha demostraron que esto no es más que neoliberalismo enmascarado.

La derecha se pisó la sábana: pasamos de la “revolución de la alegría”, la “creatividad” y el “optimismo”; al “ajuste”, el “ahorro” y la “responsabilidad”, donde “todos (¿todos?) tenemos que hacer un esfuerzo”.

Lo cierto es que más allá de todo discurso, la realidad nos devuelve el reflejo de más de 11.000 pymes que bajaron sus persianas y nunca más volvieron a subirlas. Ahí está. Eso es el neoliberalismo: un Gobierno del que sobran diagnósticos críticos, que llegó con tres banderas: pobreza cero, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos. Y a casi tres años de mandato sólo ha cumplido una: unir a los argentinos, pero en la miseria, con la mentira como bandera.

El pueblo como actor histórico

Los sectores pymes, al ser responsables del 80 por ciento de la mano de obra del país, somos un sector dinamizador de la generación de empleo, de ingresos y de agregaduría de valor para el país. Cuando una pyme tiene laburo paga sueldos, compra mercadería a proveedores del barrio, mejora las instalaciones, compra máquinas, paga fletes, contrata volquetes: todo eso se vuelca al mercado interno y genera el mencionado círculo virtuoso, porque esos sueldos vuelven al consumo. Algo que hoy no sucede.

Argentina está atravesando una grave crisis económica, política y social, y todos lo sabemos. Y eso se debe en gran medida a que el modelo de Cambiemos puso la economía del país al servicio de la especulación financiera, aniquilando el entramado productivo y a todos sus actores: industriales, trabajadoras y trabajadores, agropecuarios, comerciantes, cooperativistas, entre otros.

Es por todo esto que consideramos que se acabó el tiempo de diagnósticos y de catarsis: es tiempo de un plan de acción.

Arturo Jauretche decía que “si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”. Por eso necesitamos al pueblo como actor histórico, movilizado, en las calles, para dar las peleas que sean necesarias contra quienes representan a este modelo, que sólo genera exclusión.

Necesitamos articular un Frente Productivo Nacional, como espacio de debate y de construcción política y llevar a cabo las acciones necesarias para volver a poner a la producción en el centro de la agenda nacional. Para seguir sumando a la construcción de la fuerza que nos permita avanzar hacia un futuro con más Estado, más Producción y más Trabajo.

Debemos unirnos y dar las peleas que sean necesarias para que este modelo no nos arrebate lo poco que nos dejaron de industria nacional. Porque no hubo, no hay y no habrá reforma social posible sin lucha. Doscientos dos años después, patria o colonia sigue siendo la consigna.

*  Presidente del Frente Productivo Lanús y titular de Asociación Pyme

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