Se celebra una nueva edición del “Toreo de la Vincha”

Este martes, se celebra la única fiesta taurina en el país, en la localidad jujeña de Casabindo, ubicada en plena puna, a unos 3.400 metros sobre el nivel del mar y a unos 270 kilómetros noroeste de la capital provincial.

Centenares de habitantes, ya están listos, para recibir a los miles de personas, entre los jujeños y turistas, que llegan, durante esta jornada, al poblado, para celebrar las fiestas patronales, con la honra a la Virgen de Asunción, y con ella y desde tiempos inmemoriales, el “Toreo de la Vincha”, singular y única corrida taurina de nuestro país, donde el torero queda herido y lastimado y el animal, nada le pasa. Aquí, el animal no muere sino todo lo contrario.

Es una fiesta heredada de los españoles, cuya realización se remonta en los años 1.700, cuando un cacique indio, Pantaleón Tabarcachi, luchaba contra la tiranía del opresor español.

La corrida se llama “de la vincha” porque se trata de sacarle al toro, en una enorme plaza protegida por una pirca de piedra y ubicada al lado de una antigua iglesia colonial, una vincha de monedas de plata que corona sus cuernos.

Los toreros entonces (que pueden ser cualquiera que se anime), entran al ruedo y deben desplegar singular habilidad para sortear los embates de la bestia y desprender, simultáneamente, la vincha de monedas de entre los cuernos para ofrendarla respetuosamente a la virgen.

Al animal, nunca le pasa nada; en cambio, el torero puede ser herido por lo cual esta pronto a ser auxiliado. Más de uno ha quedado con las costillas o la clavícula rota. En tanto, el pueblo entero y los turistas siguen la inusual corrida, que dura un tiempo para cada partícipe y que se convierte en un acontecimiento único de la argentina. Seguramente, la negativa de hacerle daño al toro, proviene de la época de Sarmiento cuando en el siglo pasado se prohibieron las cruentas corridas en todo el país.

En Casabindo, además del toreo de la vincha, la fiesta se complementa con una procesión que lleva a la venerada imagen religiosa, precedida por la “Danza de los Suris” practicada por los “samilantes” paisanos que bailan con trajes ceremoniales adornados con plumas de avestruz.

Igual sucede con los cuarteadores, que son cuatro personas que toman cada una de las cuatro patas de un cordero muerto, eviscerado y despellejado y que en la procesión también bailan al compás de las bandas de sikuris (instrumentos de viento) tironeando los respectivos flancos, hasta que algunos se quedan con la mejor parte cuando el cordero se rompe.

Leyenda

Cuenta la historia que Pantaleón regresó tras haber estudiado en los conventos misioneros y vio como sus hermanos eran sometidos al trabajo duro en los yacimientos de oro, bajo la amenaza de muerte, a través de latigazos. Tras ver, el sufrimiento de los indios, el cacique inició la tarea de convencer a sus prójimos que ese castigo, a lo que eran sometidos, no era divino, sino del tirano español.

Los Ovando era la familia dueña de esos yacimiento, y al ver lo que hacía Pantaleón, lo capturan y lo envían a los canteros, junto a otros indios, pero el encierro, no lo achicó, seguía en su tesitura. Una noche, el cacique, se liberó de su celda y escapó a Chile, pero antes de llegar, fue atrapado por una patrulla, que lo seguía, por orden de los Ovando.

Al llegar, nuevamente, al pueblo, fue acusado de haber asesinado a un guardia, injustamente. Ese delito, se castigaba con la muerte. Se reunieron españoles y curas de la zona, un 15 de agosto y decidieron que Pantaleón, debía morir, frente a los ojos del pueblo.

Dice la historia, que alguien se le ocurrió, poner al indio en la plaza, enfrente de unos toros y que los animales se encarguen de matarlo. Llegó la tarde del 15 de agosto, el cacique arribó a la plaza, con sus mejores ropas y atuendo, entre ellos y sujetando su larga cabellera, tenía puesta un vincha, adornada con soles de plata, mientras el pueblo esperaba su ejecución, un sacerdote, dijo: “si es inocente, las bestias, lo perdonarán”.

Inmediatamente, los toros fueron soltados en la plaza y ante la mirada atónita de los lugareños, los animales no arremetieron contra el cacique. Pasaban las horas y nada sucedía, a su vez, los españoles se desesperaban. Ante esta situación, los guardias le sacaron la vincha, con la intención que los otros indios, que observaban la escena, no hablarán. La vincha, con monedas de oro, fue colocada en el toro más salvaje.

Este, al ver su símbolo de su linaje nativo, se colgó de los cuernos del toro y recuperó la vincha, pero esa acción, le costo que otro toro lo embistiera de atrás al cacique y le atravesó sus astas, dejándolo mortalmente herido. Se arrastró hasta la capilla y a los pies de la virgen, depositó su vincha y pidió por la libertad de su pueblo y el perdón para sus verdugos.

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