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Una inusual charla con Evo, en la enfermería y con oxígeno

evo dakarDesde que nació la posibilidad que el Dakar llegara a tierras bolivianas, el presidente Evo Morales se interesó personalmente en que ese sueño se concretara y en 2014 presenció tramos de carrera, estuvo dos días en el podio y visitó en varias oportunidades en Regimiento de Infantería Número 4, donde se monta el vivac.

En esta segunda edición en la que el Dakar llega ampliado a Uyuni, mágicas tierras del salar más grande del mundo con 12.000 kilómetros cuadrados, el presidente sobrevoló la carrera, quiso bajar a ayudar a un piloto accidentado, visitó el vivac y en la enfermería conversó con esta cronista, que en ese momento estaba conectada al oxigeno, aquejada por el famoso mal de altura o soroche, como le llaman en estas tierras.

Mientras un aparatito apretaba el dedo índice de la enviada de Télam para medir el nivel de oxígeno en sangre y sus ojos comenzaban a cerrarse por el peso que sentían los párpados, un raudo movimiento de personas de seguridad, que fueron y vinieron, los hicieron volver en sí, y fue entonces cuando apareció Evo Morales, ahí mismo, en la enfermería.

Allí estaba, igual que hace un año, con su misma chaquetita de alpaca gris a cuadritos y vivos bordó, camisa blanca y vaqueros negros.

La cronista sabía que no era una visión producto de la altura, porque a Evo le gusta recorrer el campamento y lo hace como cualquier mortal, aunque a veces ese acercamiento con la gente lo aturde un poco.

Minutos después salió del cuarto contiguo al que había ingresado y se detuvo delante de los tubos de oxigeno, uno ocupado por un fotógrafo japonés y el otro por esta enviada.

“Ajá, ¿y ustedes ahí qué hacen, eh? O están ahí por muy finos, o muy flojos”, dijo riendo. Esta periodista se sacó la máscara de la boca para cruzar unas palabras con él. Después comenzó a hablar de una de las cosas que más lo apasionan: el fútbol.

Horas antes, Evo se había dado el gusto de jugar con su equipo un «partidito» con el gobernador del Departamento de Potosí, Félix González.

“¿Y qué pasó hoy con el partido? Estuvo bueno e íbamos ganando, pero después…”, le comentó al personal local que estaba en la enfermería.

El equipo del presidente le había ganado esa mañana al del gobernador por 6-2, lo que podría decirse que fue por goleada, aunque el presidente prefirió elogiar el nivel demostrado por sus adversarios.

Poco después se sentó a almorzar junto a los periodistas, ahí mismo, en una mesa que estaba a un costado, con la misma bandeja de plástico naranja que tenía arriba la ensalada de tomate y ají y las pastas que degustaban los hombres y mujeres de prensa.

Hubo tiempo para las fotos, los saludos, los abrazos y también para hablar de la Patria Grande, mientras afuera miles de bolivianos vivían una fiesta, las mujeres con las polleras coyas y los sombreros bombines, otros con sus trajes típicos de carnaval, con plumas de colores y entremezclados con los que llevaban remeras y camperas del Dakar.

Allí estaban todos, aguardando en el podio de llegada a los pilotos, que eran recibidos como héroes y con enormes muestras de afecto, como el resto de los que llegaron hasta aquí para cumplir otras funciones. 

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