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Una tarde en París

coco garfagniniPor Alejandro ‘Coco’ Garfagnini, en Tiempo. Tratando de sortear un piquete sobre la avenida Figueroa Alcorta, que hicieron Rodríguez Larreta y Papá Noel para dar inicio a la Navidad, decidí sentarme a tomar un café en esas esquinas de Palermo que a uno lo hacen sentirse en París.

Le pedí un diario al mozo y me sumergí en las noticias. Nuestro presidente pasaba un hermoso y relajado fin de semana largo en Córdoba con fotos de una lujosa residencia, las colas de autos en la frontera de Uruguay y Chile llevando dinero al exterior para pasar el fin de semana extra large y el anuncio de la fiesta de la paz y el civilismo democrático en Jujuy.

Juro que por un minuto sentí que no había más grieta y que vivía en un país de felicidad absoluta.

Seguí leyendo el diario, las ofertas de los supermercados para pasar las Fiestas y el precio del tostado de jamón y queso me abdujeron, como Alicia en el país de las maravillas, a otra realidad a otra dimensión, al país de los sueños rotos, el de las promesas incumplidas, el de los despidos, el de la pobreza, el de los desesperados que tienen que elegir entre pagar la luz, el gas o llegar a fin de mes, el de las empresas que cierran. El país que después de 30 años de ser ejemplo en el mundo en Derechos Humanos hoy tiene que soportar la herida lacerante de siete presos políticos.

Intenté buscar un punto de referencia en el tiempo y volví diez días atrás: la ONU ya había pedido la inmediata liberación de Milagro, la OEA a través de una carta de su secretario general, el señor Almagro, también, y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reunida en Panamá insistía en la libertad inmediata de Milagro y en los cuestionamientos a la justicia jujeña. Tuve una inmensa alegría, por fin se habían acabado las persecuciones, por fin me podría reencontrar con la Flaca, por fin mis heroicos compañeros presos se abrazarían con sus familias.

Ingenuidad. Lo cierto es que las alegrías no duran mucho en este otro país. El presidente de la “República” dijo que él y la mayoría de los argentinos “suponían” que Milagro había cometido delitos.Me dije a mí mismo: debe ser un error, un presidente no puede justificar la prisión de una dirigente social por una suposición.

De pronto se abrió una pantalla ante mí como esas que se abren en las computadoras y una diputada de apellido Burgos gritaba desaforada desde su banca que la Tupac Amaru tenía acuerdos económicos con el secretario general de la OEA. Eso me desconcertó, yo soy casi cofundador de la Tupac Amaru y soy su coordinador nacional. Jamás tuvimos relaciones políticas internacionales más allá de la Bolivia de Evo. ¿Algún miembro oculto de mi organización habría logrado llegar a Washington y establecer contactos y acuerdos económicos con la OEA? Dudé de Pachila. Imposible, estuvo presa hasta la semana pasada. Se me vinieron a la mente las virtudes diplomáticas de Shakira. Tampoco. Sigue presa desde hace muchos meses en una olvidada comisaría de Jujuy.

Me preocupé. Imaginé las tapas de los periódicos más prestigiosos del mundo: congresista argentina denuncia al secretario general de la OEA de espurios acuerdos económicos con Milagro Sala. Me preocupé mucho más analizando qué posición tomarían las potencias mundiales ante la noticia, qué diría Trump, qué diría Putin que es tan malhumorado. ¿Y los chinos? ¿Y Europa? Uuuuhhh, en qué quilombo nos metimos, Flaca.

Esto era demasiado en tan solo diez días. Pero había más. El juez Pullen Llermanos, que acusó a Milagro de hasta del asesinato de Kennedy, daba una conferencia de prensa y se había generado mucha expectativa en los democráticos medios de Jujuy. Chau, pensé. Este tipo libra una orden de detención contra Almagro. Gracias a dios me equivoqué, era para transmitirles a los medios que la Tupac Amaru era una organización peligrosa y delictiva. Confieso que no me sorprendió. Es lo que piensa el contador Morales y desde diciembre pasado la mayoría de la justicia jujeña a pesar de que los expedientes judiciales dicen lo contrario.

Me relajé, pero por poco tiempo. Un motín en el penal de Gorriti en Jujuy me sobresaltó. Cuarenta heridos, un muerto. ¡Un muerto! Recé por que no fuera el Beto Cardozo ni Javier Nieva. Al Beto hace tiempo que lo vienen hostigando para sacarle una declaración en contra de Milagro. Lo denunció él y su familia. Y con Nieva, el que según los medios había huido con millones y millones de pesos y fue capturado en un supermercado chino donde trabajaba para sobrevivir, van por el mismo camino. Detuvieron a dos familiares que jamás tuvieron militancia ni política ni social. Todos sabemos que es para presionarlo. Pero resulta que el joven muerto era el sobrino de Beto Cardozo, que si bien no era un militante social y estaba detenido por delitos comunes, no dejaba de ser el sobrino de un preso político y su muerte sucedía en el mismo penal.

Rápidamente los medios democráticos de Jujuy decían que era un suicidio. Pero los familiares y amigos del joven rodeaban el penal y se vivían escenas dramáticas. La justicia decidió detener al subjefe del penal y a siete guardiacárceles. La presión de los familiares continuó y la autopsia reveló que al joven Nelson Cardoso lo habían matado a golpes. Tres horas después de esta confirmación la justicia jujeña liberó a los policías detenidos.

Sí, leyó bien. Liberó a los policías detenidos.

Siguiendo la línea argumental del presidente de la República uno podría decir que la mayoría del pueblo jujeño “supone” que a Nelson lo mataron para sacarle una declaración a Beto Cardozo en contra de Milagro Sala.

Sé que a los lectores les costará entender esto, que les parecerá inentendible e indignante, pero 48 horas después del asesinato de Nelson, el contador Morales hizo una fiesta para celebrar la vuelta a la paz y el civilismo en Jujuy.

¿Será todo esto real? ¿En este otro país la vida no vale nada?

Tanta angustia me hizo volver a ese bar en la esquina de París, perdón, de Palermo. Me encontré sentado, el café frío y el tostado sin tocar. Levanté la vista y personas de apariencia muy republicana en la mesa de al lado elogiaban al nuevo gobierno. Hay que darle tiempo decían. Pasó a mi lado un grupo de jóvenes en patinetas. Me asusté mucho. Pagué la onerosa cuenta y volví rápidamente al barrio de Once, le compré un conejo de peluche chino a Juana, que va a nacer en un mes, me metí en mi casa y llamé al penal de Alto Comedero.

–Hola, ¿me puede dar con Milagro Sala? –Se escuchó un ruido a rejas y una oficial que gritaba: Saalaa, teléfono.

–Hola, Coquito, no puedo hablar mucho, tengo una oficial al lado, deciles a los compañeros que yo no me rindo, que yo no transo, yo soy Milagro Sala y estoy orgullosa de todo lo que hicimos en estos 12 años. Y se cortó la comunicación.

Me quedé con la mirada perdida en la pared, colgué el teléfono y me dije: qué espantoso es vivir en París.

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