Por Alejandro Cano. Faltan pocos días para que termine el primer semestre del año y es un buen momento para tratar de analizar algunos aspectos de la realidad que vive el país.
Lejos ha quedado la idea de que el gobierno de Javier Milei no tenía estructura política y no podía durar mucho. La experiencia que fue moldeando esta etapa histórica argentina posee una clara línea que podemos denominar como el desmantelamiento efectivo de la noción clásica del estado de bienestar con las características propias del país.
En este sentido, desde el momento de la asunción del gobierno libertario, la praxis y el lenguaje (discurso) para sostener la acción política han podido armonizar su sinergia, ante la mirada atónita de los protagonistas del sistema político tradicional.
Sabemos que lo que vive el país no es exclusivo de nuestras pampas. Hay un clima de época que se sostiene a través de esta praxis/discurso que avanza sobre todos los aspectos concretos de la vida de la sociedad.
El eje de la política de Milei ha sido, en gran medida, la lucha contra la inflación, y el esfuerzo de un año y medio de la gestión libertaria está dirigida prioritariamente a este objetivo, casi ciegamente, porque para lograr que esto ocurra se han congelado los salarios, disminuido el gasto público, sosteniendo un dólar de manera artificial para, por lo menos, llegar con chances electorales a octubre.
Este gobierno ha llegado para cuestionar todo. Y, de alguna manera, representa a una mayoría disconforme que no ha podido ser incluida social ni económicamente. Ese sentimiento ha sido de alguna manera dirigido contra otros sectores que no son los responsables de las grandes deudas de la democracia. El binomio praxis/discurso ha encarado y ha enfrentado a las vacas sagradas de la cultura política nacional, como la universidad, el intento de privatizar el fútbol, la salud pública, el ataque al derecho de huelga y a la ciencia local. No se ha privado de nada.
Pero la pregunta vuelve a surgir cuando se analizan los resultados electorales de las últimas elecciones en Salta, Jujuy, San Luis, Chaco y C.A.B.A.: ¿Quién vota a los libertarios?
Algunos estudios han tratado de construir un perfil del electorado libertario y muchos coinciden en lo mismo: prioritariamente varones jóvenes. Y es un tema para un debate profundo, ya que de alguna manera refleja un malestar que la sociedad no ha estado dispuesta a mirar de frente, como un hijo que reclama y reprocha los errores de crianza, como una generación que no tiene muchas expectativas de inserción laboral y de autonomía personal. Una generación que no puede pagarse un alquiler y vivir el mundo de los adultos.
Creo que esto puede ser una clave del éxito electoral, me refiero a la conexión entre el electorado y el líder libertario, un hombre solo, monoparental, sin mujer, sin hijos y sin pareja estable, distanciado de sus padres y aferrado a una hermana como casi único sostén.
Son sólo algunos de los aspectos para discutir, como el cambio abrupto de las representaciones sociales que guiaban la vida y las expectativas de las personas. En este sentido, parece sufrir un golpe fulminante la idea de conciencia de clase en términos marxistas, quedando de lado y siendo reemplazada por un mecanismo de autopercepción de clase, en una espiral donde nadie quiere estar abajo, en el fondo, pisoteado por otros sujetos.
El sujeto social de esta época parece mirarse en otros espejos que el de la realidad concreta, un sistema construido desde la intangibilidad, una ilusión de estar en un escalón social más alto.
Hace años ya, Berger y Luckman afirmaron que la construcción de la realidad es social. Percibimos y construimos nuestra realidad con distintos elementos, pero en aquel escenario la representación social tenía un fuerte anclaje material. Hoy esa idea parece haberse apagado.
Hay otros determinantes, y es menester investigar y desenmascarar los procesos actuales de construcción de la realidad. El binomio libertario de praxis/discurso ha tomado la hegemonía con claridad antes de cumplirse la mitad de su primer mandato.
En la arena de la realidad política, el binomio libertario ha ido tomando fuerza porque hasta el momento no ha encontrado un rival fuerte que lo interpele y le dispute sentido. Es éste el nudo de la cuestión.
La tarea del campo nacional histórico es construir una alternativa que dispute, en primer lugar, el sentido de las cosas y de la vida misma, a través de un discurso que ofrezca esperanza, con nuevas características, que interpele a los sujetos de otra manera, que ponga en el centro de la escena una nueva mirada para que la sociedad se reconfigure con mejor institucionalidad e inclusión socioeconómica.
De otro modo, estos años serán más largos de lo que muchos imaginamos. Y de alguna u otra manera, todos lo vamos a lamentar.