El legado de Menem en Jujuy sigue vivo

Por Gastón Remy, economista, docente de la UNJu. El fallecimiento de Carlos Menem dejó en evidencia las patas cortas del discurso antineoliberal. Nadie puede tener dudas que sus gobiernos fueron una insignia de las políticas de apertura económica, desindustrialización, mayor dependencia económica y financiera con el exterior, las relaciones “carnales” con Washigton y el FMI, en síntesis, el denominado neoliberalismo con el cual Argentina iba a ingresar al “primer mundo”.

Pero lo que hay que dejar en claro es lo siguiente. Quienes hoy lo lloran, sean integrantes del Frente de Todos o de Cambiemos (con Menem no hay “grieta”), ellas y ellos no solo lo hacen por cortesía a uno de los suyos; si no también porque saben rendir tributo al legado que dejó y que hoy ellos siguen usufructuando como gestores de los negocios de los dueños de Jujuy desde el gobierno provincial y en los municipios.

Su programa económico de “modernización” regresiva implicó justamente un retroceso sideral en las condiciones de vida de la clase trabajadora en todo el país. La provincia recibió su cuota con el impacto de los pueblos fantasmas que dejó el cierre del ferrocarril y los talleres ubicados en San Salvador y en Volcán, las privatizaciones de la empresa provincial de energía (dando paso al negocio de Ejesa), el Banco de la Provincia de Jujuy, (que facilitó el monopolio de las cuentas sueldo del Estado por parte de la familia Brito dueña del Macro), Altos Hornos Zapla con el cierre de la mina 9 de octubre y el despido de miles de obreros (luego pasó a manos de capitales privados y finalmente a Sergio Taselli, un empresario amigo de los Kirchner), los despidos que implicaron además la privatizaciones de las sedes provinciales de la empresa de teléfonos (Entel), los aeropuertos, entre otras.

Durante los años 80´el desempleo en la provincia era de 6,5% y a nivel nacional llegaba al 7,1%. Luego finalizó los 90´ en niveles del 19,1% y se agudizó tras la salida de la convertibilidad.

Además, se configuró una masa de trabajadores “sobrante” para las necesidades de negocios de los empresarios que en el pico de la crisis del 2001 llegó al 23% de la población en edad laboral para luego en 2017 bajar al 16% (último dato disponible). Este sector de la clase trabajadora que no consigue empleo registrado o empleo directamente se ve obligado a sobrevivir de changas y/o de la ayuda estatal.

Efectivamente Menem lo hizo en todo el país y en Jujuy de la mano de los gobernadores del PJ y la UCR en su rol de oposición.

Durante los años de crecimiento a “tasas chinas” en el primer gobierno de Néstor Kirchner la desocupación apenas recuperó los niveles previos a la crisis del 2001; mientras que la informalidad laboral pegó un salto y llegó para quedarse. Hoy 9 de cada 10 jóvenes de hasta 24 años trabaja en negro.

El resultado de los años menemistas y la crisis de 2001 dejaron una reestructuración de la clase trabajadora a favor del capital que obtuvo mano de obra cada vez más barata y abundante. El salario en el sector privado registrado de Jujuy es un 21% menor al del resto del país, el trabajo en negro es del 52% y la pobreza asciende a 38% (1er semestre 2020).

Además, implementaron una batería de políticas de asistencia social que jugaron (y juegan) un rol de contención de la miseria y la falta de trabajo genuino, a la vez, que crean una división entre ocupados, desocupados y precarios que termina siendo favorable a los empresarios y sus gobiernos. Los primeros saben que cuentan con un amplio número de potenciales trabajadores dispuestos a salarios de miseria y a aceptar condiciones laborales de superexplotación, los otros a miles de familias que caen en las redes del clientelismo.

Por su parte, el Estado que durante los 80´ había jugado un rol de absorber con empleos de bajos salarios una parte de los despidos masivos en la industria azucarera con Ledesma a la cabeza de la mecanización de la zafra o las minas que cierran ante la caída del precio de los minerales, con Menem y Cavallo pasan a ser “inviables”. O sea, provincias con alto déficit fiscal quedan cada vez más en la esfera de los recortes del gasto público exigidos por los planes de modernización dictados por el FMI.

La respuesta de la clase trabajadora no se hizo esperar y como en Salta o en Neuquén fueron los desocupados y empleados estatales los que encabezaron la resistencia a las políticas de ajuste de los gobiernos menemistas. Bajo la exigencia de trabajo genuino los desocupados cortaban las rutas y ponían en pie coordinadoras; los estatales con movilizaciones de miles exigían el pago en tiempo y forma de sus salarios provocando la caída de 8 gobernadores.

Sin embargo, las direcciones sindicales y políticas sostuvieron una política de conducir la fuerza de las movilizaciones de los trabajadores solo como presión al gobierno justicialista, pero sin ánimo de ir más allá, jugaban dentro de las internas del régimen. Estaba planteada la pelea porque la clase trabajadora capitalizara la crisis de los de arriba para imponer su propio gobierno. Para ello, hacía falta un partido que se lo propusiera, o sea, un partido revolucionario.

Hoy proponerse dar vuelta la herencia menemista implica anular las privatizaciones y recuperar las empresas del Estado bajo control de los trabajadores, generar así trabajo genuino, repartiendo las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, un salario igual a la canasta familiar, entre otras medidas, que solo puede implementar un gobierno de trabajadores en ruptura con el capital. Menem lo hizo, el PJ y la UCR lo usufructuaron hasta ahora, los grandes empresarios como Blaquier de Ledesma, Budeguer que se quedó con el Ingenio La Esperanza a precio de remate o Glencore con el cierre de minera Aguilar se han beneficiado, entonces es hora de preparar un partido que le ponga fin al neoliberalismo.

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