Teresa Laborde nació hace 43 años en el asiento de un patrullero en el que su madre Adriana Calvo, atada y con los ojos vendados, era llevada al centro clandestino conocido como Pozo de Banfield, y reclamó: «Es hora de que los jueces hagan su trabajo, no sobreviví para ver a los represores en sus casas».
«No sé qué pensaría mi mamá sobre el inicio de este juicio, a ella le habría tocado repetir, una vez más, su testimonio; yo lo que pienso es que es hora de que los jueces hagan su trabajo, después de más de 40 años de espera, ahora les toca hacer su parte», exigió en diálogo con Télam Teresa Laborde. «Teresa la que nació presa», como solían decirle los detenidos que compartieron cautiverio con su madre, Adriana Calvo en el Pozo de Banfield.
El Tribunal Oral Federal 1 de La Plata comenzó a juzgar el 27 de octubre último a 18 represores, entre ellos Miguel Etchecolatz y el médico policial Jorge Bergés, por los delitos cometidos durante la última dictadura militar contra casi 500 víctimas en los centros clandestinos de detención conocidos como Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y El Infierno, que funcionó en la Brigada de Lanús.
A raíz de la pandemia de coronavirus, el juicio se desarrolla por videoconferencia. De los 18 represores, solo Etchecolatz y el imputado Jorge Di Pasquale están detenidos en el penal de Campo de Mayo; el resto fue beneficiado con el arresto domiciliario y en cada audiencia es posible verlos cómodos y tranquilos, sentados en el living o el dormitorio de sus casas. Algo que enfurece a la mujer nacida en cautiverio.
Teresa habla y es como si se volviera a oír la voz clara y firme de Adriana Calvo, la primera sobreviviente de un centro clandestino que declaró en el Juicio a las Juntas, exigiendo justicia, en su carácter de víctima y testigo de las atrocidades sufridas por sus compañeras y compañeros con las que compartió detención en diversos centros que funcionaron en territorio bonaerense.
«Ver a (el médico policial Jorge) Bergés, en su casa, contándole a los jueces los atentados que sufrió es una tomadura de pelo, una falta de respeto para los sobrevivientes, los familiares, las abogadas querellantes. ¡Tantos años esperando el juicio y verlos así en su casa!», se quejó Teresa.
Remarcó que «los sobrevivientes hicieron su parte: dieron testimonio y muchos se murieron de viejos, de cáncer, y no llegaron a ver este juicio. Ellos pelearon su segunda vida, porque salir de eso (sobrevivir a la dictadura) es una segunda vida, y hoy siento que los jueces no están haciendo su parte».
Adriana Calvo fue una de las sobrevivientes de la dictadura que no alcanzó a ver el juicio que sigue el TOF 1 de La Plata, pero los jueces y los 18 represores imputados sí podrán verla a ella ya que en la audiencia de mañana se prevé la transmisión de la declaración de Adriana Calvo en anteriores juicios, relatando lo padecido en el Pozo de Banfield.
En 1977, Adriana era investigadora docente de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata y, a pesar que la dictadura había prohibido y perseguía toda actividad gremial, militaba en la agremiación docente de esa institución desde donde en diciembre de 1976 reclamaban por la desaparición de otro docente de esa casa de estudios, Carlos De Francesco.
Corría febrero de 1977 cuando una patota irrumpió en el domicilio de Adriana, en momentos en que se hallaba junto a su hijito Santiago de un año y medio, ya que su hija mayor Martina, de 3, se había quedado a dormir por primera vez en la casa de su abuela materna. Los policías sacaron de la vivienda a Adriana y su hijo, y ya en la calle, cuando se aprestaban a introducirlos en un automóvil, una vecina que vio la escena se animó a intervenir y reclamó al niño.
«´Es mi nieto, no se lo lleven´, dijo esa vecina y así se salvó mi hermano de ser llevado con mi mamá», contó Teresa, que en ese momento llevaba 6 meses de gestación en la panza de Adriana. Primero, estuvo secuestrada en la Brigada de Investigaciones de La Plata; luego, en el Destacamento Arana y en la comisaría quinta de La Plata, donde el 15 de abril de ese año comenzó la labor de parto.
Atada y con los ojos vendados, Adriana fue subida a la parte trasera de un patrullero y a mitad del viaje dio a luz a su beba, Teresa, que debido al traqueteo del auto cayó del asiento y quedó colgada del cordón umbilical.
Años más tarde, Adriana recordaría ese momento: «Hice la promesa de que, si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todo el resto de mis días porque se hiciera justicia». Y así hizo, declarando en más de 15 juicios y lo hará de nuevo mañana cuando una vez más se oiga cómo parió a Teresa cuando era llevada al Pozo de Banfield, donde la recibió el médico Jorge Bergés, que de manera brutal le sacó la placenta y la obligó a limpiar la camilla y baldear el piso antes de permitirle tomar en brazos a su beba.
«Me dejaron colgada del cordón umbilical, sacaban la placenta a golpes y hoy están en sus casas; y uno de los militares hasta pidió en la audiencia pasada que quiten la foto de mi mamá y de Nilda Eloy (otra sobreviviente ya fallecida) porque era ´susceptible´. Es una payasada, estoy indignada, ¡quiero que estén en la cárcel!», reclamó Teresa.
La mujer recordó que supo el contexto en el que había nacido cuando tenía 6 años, poco antes de que su madre declarara en el Juicio a las Juntas, que iba a ser televisado. Adriana y su marido, Miguel Laborde, sentaron a los 3 hijos en la cama y le contaron lo sucedido.
«Ella no tenía miedo, sufrimos muchas amenazas pero no tenía miedo, o tal vez sí y lo ocultaba a los hijos. Era una mujer muy alegre y tenía muchos amigos», recordó Teresa, que pudo compartir con su madre otro nacimiento: el de su primer hijo, hace 14 años.
Explicó que su obstetra, sabiendo lo que había padecido Adriana al parir a Teresa, le permitió estar presente en el parto de su hija: «Vos tenés que estar ahí», le dijo la médica y Adriana pudo ver el nacimiento de su primer nieto y primer hijo de la niña que parió presa. «De la emoción se desmayó», recordó Teresa.
«Yo intento ser feliz, no quejarme porque soy la única bebé que salió con su mamá (de un centro clandestino de detención)», afirmó y agregó rotunda: «Pero yo no sobreviví para que me tomen el pelo y ver a los represores en su casa».
Teresa, al igual que lo hiciera su madre hace 43 años, también se prometió luchar para hacer justicia «hasta que que los represores estén en cárcel común y efectiva», concluyó.
Por Diana López Gijsberts, en Télam