Maxi Mamani, el artista que desde Tilcara y con sus faldas originarias cruza a la «gaycidad blanca»

Por Pablo Vega Maximiliano Mamani, un joven artista nacido en la localidad puneña de Abra Pampa, quien se reconoce como gay indígena, expresa otra mirada de la disidencia sexual, cuestiona estereotipos de la «gaycidad occidental» y entiende desde su cosmovisión que lo «marica» está vinculado al territorio y en línea a una dinámica permanente de la cultura.

El talentoso bailarín de 26 años actualmente vive en el pueblo de Tilcara, donde en diálogo con Télam soltó sus pensamientos y sentires sobre la necesidad de la construcción de una «gaycidad» de manera dinámica, sin desapegarse de las prácticas culturales propias de la región.

Desde la plaza central quebradeña, alejado de los centros urbanos, el también profesor de danzas folclóricas reconoce que en su terruño los pobladores lo leen como el bailarín, el gay, el que abre el evento cultural Enero Tilcareño. Y sostiene que ello genera «vínculos mucho más enmarañados».

En 2018, antes de disputarse la final de la Copa Libertadores entre River y Boca, en el marco del mes del Orgullo Gay, protagonizó junto a Iván Carabajal una intervención en las redes sociales al tomarse una foto dándose un beso, ambos con las camisetas de esos clubes rivales, hecho que tomó una amplia repercusión en todo el país.

– Télam: ¿Qué les motivó a realizar esa intervención en redes sociales?

– Maximiliano Mamani: Queríamos expresarnos de la visibilidad en tanto personas LGTBIQ+ y racializadas. La publicación tuvo amplia repercusión porque se metió en un tema complejo debido a que el ser nacional argentino está vinculado al fútbol y el fútbol está vinculado a la construcción masculina de la argentinidad. Entonces, que seamos dos chabones vestidos de los equipos rivales nos puso en situación de confrontar la masculinidad, el ser nacional y la gaycidad. Con esa imagen hablamos de que no éramos esa marica blanca porteñocentrista, sino que intentábamos encontrarnos y reconocernos como maricas, a secas, y a la vez ser masculinas también. Yo, en particular de un pueblo y mi amiga, de una villa de Salta. La masculinidad en el fútbol se pone muy en contraposición con sodomizar al otro y nosotros nos reivindicamos como gay y nos «chapamos» (NdR: besamos) en la foto.

– T: ¿Qué tipo de opiniones provocó esa acción?

– MM: Si bien tuvo mucha repercusión, en algunos casos nos empezaron a atacar por xenofobia. Nos decían: «Estos son unos peruanos, unos bolivianos». O nos insultaban por feos y otras construcciones estéticas. Eso me parece algo re rico porque traía a la luz que todo el ser nacional masculino y heterosexual, además, era machista y xenófobo.

La «cueca marica» que conjugó la danza con el travestismo

Bartolina Xixa fue el personaje drag que encarnó Maximiliano Mamani en los últimos años, quien en sus intervenciones artísticas supo romper la forma binaria de interpretar las danzas andinas y la estética del travestismo.

El personaje llevaba al centro de la escena las típicas vestimentas de cholas bolivianas, con coloridas polleras y un pequeño sombrero, peinaba largas trenzas y se movía al son de cuecas, huaynos y también de danzas del folclore argentino.

El artista admite que ese personaje cumplió su ciclo, debido a que sintió que Bartolina fue «exotizada» y «utilizada», por lo que tomó la decisión de «abortar» a la destacada drag para ir en busca de otros caminos que le permitan «abrazar» su identidad.

«Bartolina Xixa fue un deseo. Nació para reconocerme como diferente», dijo a Télam, Mamani, sobre el personaje que tomó presencia en diferentes escenarios y producciones artísticas en Jujuy y también Buenos Aires.

«Hay personas que me conoce como Bartolina. Cuando yo era chiquito, mi padre me decía Ban y mis amigos de la primaria, Iván. En la secundaria me reconocí como Maxi y luego me empecé a nombrar como Bartolina Xixa», rememoró quien entendió a esas instancias como «un proceso de sociabilización» que contribuyó a forjarlo como artista.

Mamani señaló a Télam que Bartolina Xixa fue un personaje que le permitió travestirse, encontrar «un lugar desde donde abrazar» su identidad territorial y cultural.

Aunque Bartolina Xixa «quedó atrás», Mamani anticipó que recuperó a su personaje para participar en el videoclip «Linda flor», interpretado por la cantora Paola «Añawita» Palacios, junto a Cristina Paredes.

«Ese personaje fue ‘exotizado’. Las lógicas del mundo tienen un hambre por la alteridad porque la estructura de lo homosexual occidental es aburrida e intenta sostener esa estructura creando la política de la inclusión», reflexionó. «Bartolina llegó a ser un mero entretenimiento para el aplauso de blancos heterosexuales que intentaban reactualizar su estructura abrazándome».

«Decidí usar la danza –continuó- como un vehículo de comunicación, de hablar de nuestra realidad que pasa por el sentir, la danza no está contando desde la argumentación de la palabra, sino que es un movimiento corporal que interpela a la gente desde muchos lugares», explicó

Consultado por lo que es una «cueca marica» manifestó que «bailar una cueca marica es volvernos a abrazar, es una estrategia frente al desarraigo que produce lo LGTBIQ+ y podernos abrazarnos como somos, entendernos diferentes a la norma».

– T: En ese contexto, ¿cómo es pensarse como una marica racializada?

– MM: Para mí pensarme como marica es una decisión y una identidad política. Está vinculado a contraponernos a las lógicas LGTBIQ+ occidentales. El mundo occidental construye una estética de la heterosexualidad, pero también le da formas y sentidos a la alteridad. Entonces, lo LGTBIQ+ se instaura como una forma global que no termina entendiendo las particularidades que tenemos como maricas.

Lo marica me parece que está más vinculado al territorio y a las particularidades que tenemos como latinoamericanas, como indias, indígenas, lo que nos permite otro tipo de conversación. En cambio, lo gay, como forma estereotipada, representa el amor blanco entre hombres y citadinos y a nosotros nos interesan otras cosas, no solamente queremos hablar del amor. Nos interesa hablar de las injusticias, la desigualdad, la falta de oportunidades, el acceso a la tierra, la vinculación con el medioambiente, el encuentro con nuestra ancestralidad.

– T: Cuando haces alusión a la ancestralidad, ¿te reconoces como descendiente de pueblos originarios?

– MM: Lo que me parece fuerte en la construcción del ser nacional argentino es que, a la hora de pensar la alteridad, lo otro que no es el criollo blanco nos obliga todo el tiempo a definirnos y lo que hace eso es olvidar el proceso histórico. Nosotros tenemos un proceso histórico de total sometimiento, ocultamiento, violencias y matanzas que se nos hace muy difícil definirnos de dónde venimos.

En ese sentido, sí me posiciono como una persona que se entiende como india, pero entiendo que mi racialidad no es solo un proceso de autopercepción, también lo es de sociabilización. ¿Por qué? Porque cuando voy a (la ciudad de) Buenos Aires y quiero parar un taxi, siguen de largo porque me perciben como un morocho que tal vez quiere robarles. Ahí hay una diferencia en cómo el otro me lee. Ese otro me lee como alguien diferente.

– T: ¿Cuáles son esas lecturas diferentes?

– MM: Yo me intento reconocer como indio, pero para la lógica del Estado yo necesito hablar una lengua, la lengua que ellos me mataron; tengo que tener acceso al territorio, el territorio que ellos mismos se compraron. Por todo ello, las reglas del juego no son equitativas porque nos prohibieron nuestras cosmovisiones y espiritualidades y a la hora de reconocernos nos piden que todo eso lo tengamos enumerados y eso es imposible.

Si por sociabilización nos discriminan y por autopercepción no tenemos los elementos que nos constituyen, para mí la estrategia es imaginarnos cómo podemos ser. Es la forma de entender la cultura como viva, no buscar enquistarnos a un proceso histórico. Mi familia es de la Puna y siempre vivió en esa región, pero a mí me constituye el presente y en el presente soy diferente a la ficción blanca argentina y quiero construir un mundo diferente, no solo para las lecturas del Estado en relación al indianismo e indigenismo, sino como diferente frente a nuestras propias realidades y nuestro quehacer permanente.

– T: ¿Cómo es interpretada la diversidad en Tilcara?

– MM: Tilcara es un espacio muy abrazador porque acá lo que pasa es que los vínculos son mucho más enmarañados. Aquí no solamente me leen como gay, me leen como puto, como bailarín, como el que está cantando en una comparsa, como el hijo de don Esperanzo y doña Marisa, como el chango que daba clase en el teatro o abría el Enero Tilcareño. Entonces las vinculaciones de las personas están más enredadas. Capaz no terminan de entender del todo mi construcción erótica o mi construcción del deseo, pero sí me entienden por otros lados y siempre hay un acompañamiento. Yo pienso que en las ciudades no se pueden estrechar tanto los vínculos, se conoce a alguien por un solo aspecto y después no sabe qué hace de su vida el otro, entonces se puede volver más violento o efímero.

– T: ¿En los pueblos se sufre más ser parte de las disidencias sexuales?

– MM: Ese es otro concepto que la lógica LGTBIQ+ construye e intenta imponer: que un gay no puede vivir en un lugar como Tilcara porque si yo me tengo que montar como gay occidental, acá no hay bar gay, no hay turismo gay. Y pareciera que uno se tiene que desapegar de su práctica cultural.

Esa es una crítica importante a hacer al mundo LGTBIQ+ debido a que parece ser que salir del closet es desapegarte de tu lugar y nosotras no necesitamos eso, necesitamos vincularnos con nuestro espacio. Ya tenemos una cultura muy rica y en ella podemos construir nuestra gaycidad y nuestro ser diferente.

– T: ¿Qué viene a cuestionar las identidades diversas a la cosmovisión de tu pueblo?

– MM: Lo que suele pasar es que a la alteridad se la mira muy estáticamente, entonces siempre hay políticas proteccionistas para los pueblos que no están en el centro y esas son formas de entender todo de manera muy estática y la cultura es mucho más dinámica.

La cosmovisión puede ser machista o no, pero está en nosotros ser parte de ese proceso. Parece que lo LGTBIQ+ es todo brillo, cruceros y bares gay, cuando en realidad ser disidente de la sexualidad y pensarse diferente a la heteronorma implica pluralidad y en nuestra cultura y en nuestro ser en tanto personas originarias estamos dando la discusión desde adentro.

– T: En el sentido contrario, ¿qué aportes hace a tu propia identidad tu cosmovisión?

– MM: Yo dejo de pensar en posibles aportes porque el mundo, los deseos y sentires son más incoherentes. Yo parto mi construcción artística, por ejemplo desde el deseo y el deseo no tiene conceptualización de la razón. Cuando hacía teatro no podía actuar de otras personas porque no sé cómo sienten esas personas yo sé actuar de mí misma, desde la incoherencia, lo subjetivo y lo corrosivo. No me interesa pensar en un mundo nuevo frente a un mundo que se viene rompiendo, me interesa más aportar para la destrucción de las estructuras para luego crear mundos posibles que se van a venir y hay pensarlo en forma colectiva.

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