Megacausa de lesa humanidad: “No lo reconocí a mi papá por el estado deplorable como lo dejaron”

Una testigo afirmó que “no lo reconocí a mi papá por el estado deplorable como lo habían dejado los militares cuando lo dejaron en libertad”, durante una nueva audiencia que se realizó ayer, jueves, por la megacausa por delitos de lesa humanidad cometidos en Jujuy. Esto lo dijo Silvia Álvarez, hija de Hipólito Álvarez, ex preso político de Calilegua.

También atestiguaron Gladys Artunduaga, ex presa política de San Pedro y Susana Pagliero, ex presa política del departamento de Libertador General San Martín.  La próxima jornada se llevará a cabo, el próximo jueves, desde las 16.00 horas, en la sede del Tribunal Oral Federal N°1 de Jujuy.

En el año 1976, Silvia Álvarez tenía diez años y su hermano apenas mayor, trece. Declaró que en la noche del apagón unas patotas de militares allanaron su casa a la que, mediante empujones, ingresaron abruptamente en busca de su padre, Hipólito Álvarez, por entonces sindicalista y obrero de la empresa Ledesma, a quien en ese momento lo detuvieron y esposaron.

Contó que su madre mandó a su hermano por ayuda y que fue a la casa de sus tíos, Andrés (fallecido) y Jorgelina Leañe, pero cuando llegaron los militares estaban subiendo a Hipólito a un camión del ejército junto a otros vecinos entre los que estaba Salvador Cruz, quien aún permanece desaparecido. Lo trasladaron hasta la subcomisaría de Calilegüa, maniatado y vendado y desde ese lugar, hacia la seccional 24 de Ledesma.

Posteriormente, en otro vehículo lo llevan al CCD de Guerrero, donde sufrió torturas y tormentos y finalmente lo llevaron a la central policial de San Salvador, donde recuperó su libertad. La testigo relató que su padre no regresó a su casa por quince días aproximadamente. En ese tiempo, su madre buscó a Álvarez, pero nadie les dijo nada. Silvia recordó que cuando su papá volvió no lo reconoció porque su estado era deplorable. Cuando Hipólito entró a su casa, cayó de rodillas, comenzó a llorar y no podía emitir una palabra. Cuando su madre y hermano lo ayudaron a higienizarse, vieron que su cuerpo estaba todo lastimado, quemado y golpeado y que cuando sus compañeros del sindicato se enteraron de su regreso lo llevaron al médico.

Al día siguiente, Álvarez contó a su familia lo sucedido en su paso por Guerrero, donde reconoció a Mario Núñez y a Delicia Álvarez, habló con Víctor Escalante y supo que Salvador estaba muy golpeado, todos ellos sobrevivientes. Cuando salió en libertad presentó la renuncia en el ingenio Ledesma porque sostenía que ellos habían entregado una lista de trabajadores para que los secuestraran y junto a su esposa e hijas se fueron a vivir a Villa Jardín de Reyes. No declaró nunca lo sucedido, cuando lo hizo hace pocos años la tristeza lo embargo y finalmente, falleció a causa de problemas cardíacos que le habían quedado como secuela.

La docente, Gladys Ramona Artunduaga, relató que fue detenida ilegalmente el 22 de mayo de 1975 cuando efectivos de la policía de la provincia ingresaron a la escuela Gabriela Mistral de La Mendieta, donde la testigo trabajaba. Luego, la trasladaron a la seccional de policía de esa localidad, al día siguiente la llevaron a la central de policía en San Salvador y seguidamente, la transportaron a la cárcel El Buen Pastor, donde estuvo hasta noviembre del ’75.

Contó que al penal de Gorriti fue llevada por personal del ejército y que el 7 de octubre de 1976 la trasladaron en un avión a la cárcel de Villa Devoto. Gladys recuperó su libertad recién en junio de 1982. Dijo que la situación de supervivencia en el penal de Gorriti fue muy difícil porque el pabellón era inhabitable, había piojos por todos lados, incluso en los colchones y las ventanas estaban selladas con tablones. Recordó que en un operativo realizado por gendarmería en el lugar, las tiraron en el piso, les arrojaron unas sábanas y caminaron sobre ellas accionando las armas.

En el penal pudo ver que entraban personas torturadas entre las que reconoció a Dominga Álvarez Scurta, Juana Torres Cabrera y María Alicia del Valle Ranzoni, todas ellas desaparecidas. Testimonió que el jefe de seguridad de apellido Ortiz les decía que les iba a pasar lo mismo y que a las que entraban al pabellón las encerraban y que por las noches las sacaban y no volvían más.

Declaró que en los interrogatorios en la policía federal le preguntaban qué sabía de la Revolución China o de la de Mayo y la obligaron a sostener una granada porque como “guerrillera” tenía que saber usarla. Al respecto, la testigo sostuvo que la detuvieron la policía de la provincia y Blaquier porque la acusaban de participar en un atentado con bombas al Ingenio Ledesma.

Susana Virginia Pagliero fue detenida el 29 de diciembre de 1976 en el RIM 20 mientras buscaba a su esposo, Carlos Patrignani, que había sido detenido el 26 de noviembre de 1974 mientras se desempeñaba como abogado del sindicato del Ingenio Ledesma. De la detención de su esposo recordó que aquel día un policía se presentó en su domicilio de Libertador General San Martín preguntando por él y que el Jefe Lezcano “quería hablar con él” y ella le dijo que en ese momento no se encontraba.

Cuando Carlos volvió, Susana le comentó la situación y su esposo se dirigió a la seccional de aquella ciudad. Como no volvía, después supo que había sido detenido y llevado a Policía Federal de San Salvador de Jujuy y luego alojado en el penal de Gorriti hasta el 23 de diciembre de 1976. Contó que ese día lo llevaron a la Central para supuestamente otorgarle la libertad junto a otros compañeros –como Jorge Weisz-, pero desde esa fecha no supo más nada de él y hasta hoy permanece desaparecido. Tras enterarse de la supuesta libertad, Susana buscó a su esposo sin éxito. En una “audiencia” en el RIM 20 le preguntaron si era familiar de Patrignani y ante su respuesta afirmativa, le dijeron que estaba detenida. La trasladaron a Comando Radioeléctrico donde permaneció 15 días y fue víctima de delitos contra la integridad sexual y luego la alojaron en Gorriti hasta el 3 de febrero de 1978, cuando recuperó su libertad no sin antes recibir amenazas por parte de Bulgheroni de no preguntar por su esposo (“está muerto”, le dijeron) porque desaparecerían a toda su familia.

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