Por Alberto López Girondo, en Tiempo. «Unasur no era sólo un mecanismo, era un espíritu de integración», afirma Ernesto Samper, expresidente colombiano y el último secretario general de esa organización regional. «Ahí donde había problemas como la amenaza a la continuidad democrática que ocurre hoy en Bolivia; ahí donde había estallidos sociales como los de Chile, que requirieran medidas incluyentes; ahí estaba Unasur», repite.
Samper -hermano de Daniel, periodista y autor de libros de humor junto con Jorge Maronna, uno de los miembros de Les Luthiers- es abogado y economista, fue presidente entre 1994 y 1998, padeció lo que ahora se conoce como lawfare y define el rol que cumplen en su país los exmandatarios como el de «esas señoras gordas que ponían en las fiestas de quinceañeras para cuidar a las niñas. Todo el mundo las saludaba con mucho respeto pero nadie las sacaba a bailar». Tal vez ahí esté su explicación para haberse involucrado en la Unasur, que dirigió entre 2014 y 2017. Se fue cuando no hubo acuerdo para elegirle un sucesor.
–¿Qué agenda hubiera tenido Unasur hoy?
–Unasur fue clave en Bolivia en ese brote secesionista en 2009 en Santa Cruz de la Sierra. La intervención de la presidenta Michelle Bachelet y la respuesta muy rápida de todos los presidentes de la región fueron clave. Lo mismo ocurrió cuando el intento de golpe a (Hugo) Chávez en Venezuela, o el intento de golpe policial a (Rafael) Correa en Ecuador. En este momento se está viendo la ausencia de un mecanismo regional y vemos con mucha preocupación lo que pasa en Bolivia. La OEA no jugó allí un papel constructivo: primero avaló los resultados, luego señaló irregularidades. De alguna manera enturbió el ambiente. La Unasur hoy podría resolver esa crisis.
–¿Qué llevó a esta situación actual?
–Ideologizaron la relación dentro de Unasur. Mientras fui secretario general nunca hubo confrontación de tipo ideológico al interior de la organización. Había una norma que obligaba al consenso, que podía generar dificultades para avanzar pero tenía el mérito de que debían estar todos de acuerdo para tomar decisiones fundamentales. Cuando estos gobiernos de derecha tuvieron una mayoría llevaron el tema de Venezuela a Unasur en términos ideológicos y no políticos. Esto precipitó la crisis. Ideologizaron tanto que terminaron armando una especie de sindicato de gobiernos de derecha, Prosur, que es más bien Pronorte.
–¿Cómo actuaría hoy la Unasur en Venezuela?
–Nosotros hicimos un gran esfuerzo durante dos o tres años para institucionalizar el diálogo en Venezuela. Creo que fue la etapa en que se produjeron los mayores resultados. En noviembre de 2016 habíamos logrado con un delegado del Papa acordar reformas al Consejo Nacional Electoral, que era un reclamo válido de la oposición; se implementaron cuestiones relacionadas con la unificación cambiaria; sobre una Comisión de la Verdad que yo mismo instalé. Nunca habíamos llegado tan lejos, pero se hizo muy difícil implementar esos acuerdos por parte del gobierno y de la oposición. Y cuando se lanzó la Asamblea Constituyente yo marqué distancias porque consideré que estábamos trabajando en mecanismos extraconstitucionales. Pero sigo siendo un firme convencido de que la única salida debe ser pacífica y democrática.
–Desde entonces la sensación es que más que crisis hubo un vaciamiento de Unasur.
–Hubo responsabilidad de muchos países. Hubo resistencia de gobiernos progresistas a que se designara un sucesor mío que no fuera de sus simpatías. Lo que hay es un choque entre dos visiones sobre lo que es la integración. Para muchos de estos gobiernos la integración son solamente acuerdos de libre comercio y un relacionamiento económico: inversión, comercio, algo de propiedad intelectual y punto. Para nosotros la integración tiene que ver con infraestructura, conectividad, programas conjuntos. Es un concepto mucho más complejo. Unasur tenía que ver con la preservación de la región como una zona de paz que llevó a la creación del Consejo Suramericano de Defensa, que cumplió un rol muy importante como el de las bases militares entre Colombia y Venezuela. Hacia adentro había 23 grupos entre consejos sectoriales y de temas especiales en los que se concertaban agendas en temas de salud, educación. Era un modelo bastante parecido al de la Unión Europea, que lamentablemente se abandonó.
–Llama la atención con qué facilidad se lo pudo hacer.
–Con el tiempo, los países que precipitaron su salida de Unasur se han encontrado con que en términos formales no era tan sencillo, porque había un tratado constitutivo con la firma del Ejecutivo y la ratificación del Congreso. El retiro debería tener los mismos trámites y eso no ha ocurrido en Argentina, Brasil, Chile. También había programas en marcha que resultó costoso abandonar. Como el permiso temporal de trabajo que permite a cualquier ciudadano sudamericano trabajar en otro país de la región. Más de 3 millones están con ese permiso temporal, que quedó en el limbo. Otro caso: el Instituto de Salud de Unasur, que estaba en Río de Janeiro, contrataba las vacunas consolidando la oferta. Fue liquidado. La gente de derecha es muy rápida y efectiva en destruir y poco eficaz en construir. No descarto la posibilidad de que cuando asuma el presidente Fernández se reviva un canal para mantener el espíritu y los programas básicos de Unasur.
–En Ecuador, al edificio ya se le dio otro destino, sacaron la estatua de Néstor Kirchner…
–La estatua está bien protegida, se lo puedo asegurar. Está a buen resguardo.
–¿Dónde está?
–Es un secreto de Estado (ríe). Fue oportunamente desmontada por los equipos que trabajaron conmigo en Unasur.
–En algún momento habrá que preguntarle entonces dónde está para volver a colocarla.
«Tal vez Néstor Kirchner quisiera volver a Argentina a partir del 10 de diciembre», culmina, con una mirada cómplice.