Foto: La luna sobre Perú. NASA, 2019

Un relato wichi: Las manchas oscuras de la luna 

Por Silvina López*. Dicen que las culturas son artes de vivir; que tienen fronteras y también puertas, para dar lugar al intercambio y las interrelaciones. Culturas, en plural.

Hace unos años estuve acompañando un trabajo con indígenas wichi del Chaco, en la zona del Impenetrable. Ellos habían comenzado a rescatar relatos e historias de su pueblo, como una forma de no perder la sabiduría de sus ancestros, a quienes llaman los antiguos.

Quizás por estar en estos días cerca de la luna llena, quizás por haber leído una nota sobre los pueblos indígenas de México, que ven en las sombras de la Luna la silueta de un conejo, reacordé algo que me contaron los wichi: lo que ellos ven en la superficie de la luna:

El relato del sol y los cazadores

Hace mucho tiempo, el Sol quería tener flechas y buscó la forma de conseguirlas. Pidió ayuda a las cosas misteriosas y se convirtió en un gran pez. Entró en el río donde van a juntar agua las mujeres, quienes al verlo dieron aviso a los hombres, que vinieron con sus arcos y sus flechas. Ellos estaban contentos y empezaron a disparar, pero no se dieron cuenta de que el pez venía con una misión especial. Cada vez que le tiraban una flecha, el pez se movía para probar su capacidad para escapar. Cuando juntó un montón de flechas y sintió que todavía podía escapar, se sumergió en las partes más profundas del río donde los hombres no podían entrar.

Al hombre Luna también le interesaba juntar flechas, y le pidió consejo a su amigo Sol, que ya conocía cómo hacerlo. Este le remarcó que lo más importante era ir probando la capacidad para escapar, a medida que conseguía más flechas.

Luna fue al río convertido en un pez y los hombres empezaron a tirarle flechas. Entusiasmado con la cantidad de flechas que conseguía, se olvidó de los consejos de su amigo. Cuando quiso escapar, ya no tenía fuerzas para hacerlo. Fue así que los cazadores lo atraparon y lo comieron.

El Sol, preocupado porque su amigo Luna no regresaba, convocó a las cosas misteriosas y se convirtió en perro para rastrearlo. En el camino encontró una gran cantidad de huesos: eran de su amigo Luna.

Recogió los huesos, y luego los tiró para arriba para que volvieran a su lugar. Porque no se puede dejar los huesos en otro lado para que el alma no esté triste, y no esté solita.

Dicen los wichi que los rayos son las flechas que se llevó el Sol y las cicatrices que le quedan. Y las manchas que vemos en la superficie de la luna son los huesos del amigo del  Sol.

Río Teuco-Bermejito. Foto: SL

Otras miradas en otras geografías

La Luna siempre nos muestra la misma cara, debido a que el tiempo que tarda en dar vueltas sobre su eje es similar al que tarda en dar vueltas a la tierra. En cualquier lugar del mundo que nos encontremos, siempre es la misma cara la que vemos.

Las manchas oscuras se ven en Perú como la figura de un zorro enamorado que sube por una escalera hasta su amada, pero queda retenido allá. En Nicaragua es un ladrón que quiso robar los tesoros de la luna. En Brasil es San Jorge luchando contra el dragón. En Canarias son las cenizas que el Sol, enojado, tiró a la cara de su amada. En Alemania se ven como un hombre cargando leña sobre su hombro, castigado por trabajar en domingo; en otras partes de Europa es una mujer la que carga la leña.

Hay referencias bíblicas de la tradición judeocristiana que ven a Caín o a Judas Iscariote, cargando con sus culpas. Otras culturas visualizan un sapo o una rana, como símbolo del agua y de la vida.

En Asia, así como en México y Mesoamérica, ven una liebre o un conejo que saltó y quedó estampado en la Luna. Numerosos textos y creencias se corresponden con estas percepciones tanto en India, China, Japón, como en América.

Existe una explicación para esta variedad de miradas sobre las manchas de la Luna. Es el poco conocido fenómeno de la pareidolia, que es la percepción como una forma reconocible de un fenómeno vago, como pueden ser las nubes, las arrugas de una tela o las manchas en una superficie. Esa percepción, en nuestro caso, está anclada en una gran variedad de mitos y creencias culturales.

Dicen los pueblos mayas:

La cultura es lo que se hace, lo que no se hace, lo que se ve y  lo que no se ve. Es modo de ser, de vivir y de convivir, producto de la relación con la naturaleza y los demás hombres y mujeres. Se expresa en las fiestas, en los bailes, en la comida, en la música, en el arte, en la indumentaria, en las manufacturas, en la lengua: pero no es sólo eso, es todo el sentido de la vida. (Diálogo de San Andrés Sacamch’en de los Pobres, 1996)

Si bien la cara de la luna es siempre la misma, la vemos distinta. En tiempos de intolerancia, el relato aporta a la consigna «por un mundo donde quepan muchos mundos».

* Antropóloga

 

 

 

 

 

 

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