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Alvaro Garcia Linera

García Linera: “Nosotros somos el cambio, la derecha es el pasado”

Alvaro Garcia LineraDiscurso completo del vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires el 30 de mayo de 2016 (tomado de elebece.com)

Yo quisiera hacer una reflexión de lo que está pasando en el Continente, de lo que veo que ocurre en el Continente. No estamos en un buen momento. Tampoco es un momento terrible. Pero este es un momento de inflexión histórica. Algunos hablan de un retroceso, de un avance de los restauradores. Lo cierto es que en el último año, después de diez años de intenso avance, de irradiación territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios en el Continente, este avance se detuvo, en algunos casos retrocedió, y en otros casos está en duda su continuidad. De manera fría, como lo tiene que hacer un revolucionario, debemos hacer un análisis de plaza, en terminología militar, analizar las fuerzas y escenarios reales que hay sin ocultar nada, porque dependiendo de la claridad del análisis que uno hace, es que se podrán encontrar las potencias, las fuerzas reales prácticas del avance futuro.

No cabe duda de que hay una limitación o una contracción territorial de este avance de los gobiernos progresistas. Allá donde triunfaron las fuerzas conservadoras, hay un acelerado proceso de reconstitución de las viejas élites de los años ‘80 y ‘90, que nuevamente quieren asumir el control de la gestión estatal, el control de la función estatal. En términos culturales, hay un esfuerzo denodado desde los medios de comunicación, desde algunas ONG, desde intelectuales orgánicos de la derecha, por devaluar, por poner en duda, por cuestionar la idea y el proyecto de cambio y de revolución.

Todo esto dirige su ataque hacia lo que podemos considerar como la década dorada, la década virtuosa de América latina. Son más de diez años que el continente, de manera plural y diversa, unos más radicales que otros, unos más urbanos, otros más rurales, con distintos lenguajes muy diversos, pero de una manera muy convergente, América latina, desde los años 2000, vivió los años de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno pueda recordar desde la fundación de los Estados en el siglo XIX.

Cuatro cosas caracterizaron esta década virtuosa latinoamericana.

Lo primero, en lo político: un ascenso en lo social y fuerzas populares que asumen el control del poder del Estado, superando el viejo debate de principios de siglo de si es posible cambiar el mundo sin tomar el poder, los sectores populares, trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, clases subalternas, superan ese debate teoricista y contemplativo de una manera práctica. Asumen las tareas de control del Estado. Se vuelven diputados, asambleístas, senadores, asumen función pública, se movilizan, hacen retroceder políticas neoliberales, toman gestión estatal, modifican políticas públicas, modifican presupuestos, y en diez años asistimos a lo que podría denominarse una presencia de lo popular, de lo plebeyo, en sus diversas clases sociales, en la gestión del Estado.

Igualmente en esta década asistimos a un fortalecimiento de la sociedad civil: sindicatos, gremios, pobladores, vecinos, estudiantes y asociaciones comienzan a diversificarse y a proliferar por distintos ámbitos. Se rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación democrática, para recrear una potente sociedad civil que asume un conjunto de tareas en conjunción con los nuevos Estados latinoamericanos.

En lo social, en Brasil, en Venezuela, en la Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Nicaragua, en El Salvador, asistimos a una potente redistribución de la riqueza social. Frente a las políticas de ultra-concentración de la riqueza, que había convertido al continente latinoamericano en uno de los más injustos del mundo, desde los años 2000, a la cabeza de gobiernos progresistas y revolucionarios, asistimos a un poderoso proceso de redistribución de la riqueza. Esta redistribución de la riqueza llevó a una ampliación de las clases medias, no en el sentido sociológico del término, sino en el sentido de su capacidad de consumo. Se amplió la capacidad de consumo de los trabajadores, de los campesinos, de los indígenas, de distintos sectores sociales subalternos.

Igualmente, América latina llevó adelante la limitación de las desigualdades sociales que no habían podido lograrse en los últimos 100 años. Las diferencias en los porcentajes entre el 10% más rico y el 10% de los más pobres, que arrojaba cifras de más de 100, 150, 200 veces en la década del ‘90, al finalizar la primera década del siglo XXI se redujeron a 80, 60, a 40, de una manera que amplía la participación e igualdad de los sectores sociales.

En lo económico, con mayor o menor intensidad, cada uno de los gobiernos de estos Estados ensayó propuestas post-neoliberales en la gestión económica. No estamos hablando todavía de propuestas socialistas. Estamos hablando de propuestas post-neoliberales, que permitieron que el Estado retomara un fuerte protagonismo. Algunos países llevaron adelante procesos de nacionalización de empresas privadas o llevaron adelante la creación de empresas públicas, la ampliación del aparato estatal, la ampliación de la participación del Estado en la economía, para generar formas post-neoliberales de la gestión de la economía, recuperando la importancia del mercado interno, recuperando la importancia del Estado como distribuidor de la riqueza, recuperando la participación del Estado en áreas estratégicas de la economía.

En política externa, se constituyó lo que podríamos denominar de una manera informal, una internacional progresista y revolucionaria a nivel continental. No existió un Comitern, como en la vieja Unión Soviética, pero de alguna manera, el presidente Lula, el presidente Kirchner, el presidente Correa, el presidente Evo y el presidente Chávez asumieron lo que podríamos llamar una especie de comité central, de una internacional latinoamericana, que permitió dar pasos gigantescos en la constitución de nuestra independencia. En esta década, la OEA, que anteriormente decidía los destinos de nuestro continente bajo la batuta de los Estados Unidos, que ponían el dinero y ponían con eso todas las disposiciones, surgió la CELAC, surgió la UNASUR, surgió una integración propia de latinoamericanos, sin los Estados Unidos, sin la necesidad de tutelajes, sin la necesidad de patrones.

Igualmente, la solidaridad entre los gobiernos y entre los países para consolidar una política y externa se llevó adelante. Recordaba el compañero Carlos Girotti, cuando estuvo en Santa Cruz, cuando había un golpe de Estado en Bolivia. En ese entonces, 5 de los 9 departamentos que tiene Bolivia, estaban bajo control de la derecha. Ni el presidente Evo ni este vicepresidente podíamos aterrizar en esos departamentos, no podíamos controlar las autoridades en esos departamentos, no podíamos hacer gestión ahí, el país estaba dividido, la derecha había asumido el control político, había generado una dualidad el poder, amenazaba y llevaba adelante un golpe de Estado, amenazaba con guerra civil. Y en esos tiempos, fue la Unasur, fue el presidente Néstor Kirchner, fue el presiente Chávez, fue el presidente Correa, fue el presidente Lula los que nos ayudaron para restablecer el orden.

En conjunto, entonces, el continente, en esta década virtuosa, llevó adelante cambios políticos: la participación del pueblo en la construcción de Estados de nuevo tipo. Cambios sociales: redistribución de la riqueza y reducción de las desigualdades. Economía: participación activa del Estado en la economía, ampliación del mercado interno, creación de nuevas clases medias. En lo internacional, integración política del continente. No es poca cosa en diez años, que son quizás los años, desde el siglo XIX, más importantes de integración, de soberanía, de independencia, que tuvo nuestro continente.

Sin embargo, y hay que asumir de frente el debate, en los últimos meses este proceso de irradiación y de expansión territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios se estancó. Hay un regreso de sectores de la derecha, en algunos países importantísimos y decisivos del continente, hay amenaza de que la derecha retome el control en otros países. Es importante que nos preguntemos por qué. ¿Qué sucedió para que hayamos llegado a esta situación? Evidentemente la derecha siempre va a intentar sabotear los procesos progresistas. Es un tema de sobrevivencia política de ellos, es un tema de control y disputa por el excedente económico. La derecha en el mundo entero y en el continente se vuelve empresarial, se vuelve millonaria, usufructuando los recursos públicos. Está claro que la derecha siempre va a buscar conspirar y ese es un dato de la realidad. Pero es importante que evaluemos qué cosas no hicimos bien nosotros, dónde tuvimos límites y tropiezos que permitieron que la derecha retomara la iniciativa. Porque si nos damos cuenta dónde está nuestra debilidad, está claro que podemos superarla e impedir ese regreso de la derecha o retomar nuevamente la iniciativa, para sustituir a esa derecha nuevamente con la movilización democrática del pueblo.

Yo marcaría cinco límites y cinco contradicciones que se hicieron presentes, que afloraron en esta década virtuosa continental. No voy a marcar por orden de importancia sino simplemente por orden lógico.

Una primera debilidad, una primera falencia que tuvimos o podemos tener son las contradicciones al interior de la economía. Es como si le hubiésemos dado poca importancia al tema económico al interior de los procesos revolucionarios. Y ese es un peligro. No olviden que Lenin decía que la política es economía concentrada. Claro, en oposición, cuando uno es opositor no gestiona nada. Lanza un proyecto de país, irradia una propuesta económica, pero no gestiona. Su convocatoria hacia el pueblo es en función de propuestas, iniciativas, sugerencias, pero no todavía en función de gestión. Entonces, cuando uno es opositor importa más la política, la organización, las ideas, la movilización, acompañada de propuestas de economía más o menos atractivas, creíbles, articuladoras. Pero cuando uno es gestión de gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía es decisiva. Y no siempre los gobiernos progresistas y los líderes revolucionarios asumieron la importancia decisiva de la economía cuando se está en gestión de gobierno. La base de cualquier proceso revolucionario es la economía. Cuidar la economía, ampliar los procesos de redistribución, ampliar el crecimiento, eran también las preocupaciones de Lenin allá por 1919 a 1922, cuando pasado el comunismo de guerra tenía que afrontar la realidad de un país destrozado. Resistió la invasión de siete países, derrotó a la derecha, pero hay siete millones de personas que murieron de hambre. ¿Qué hace un revolucionario, qué hace Lenin? La economía. Todos los textos de Lenin después del comunismo de guerra son sobre la búsqueda de un lado y del otro para restablecer la confianza de los sectores populares, obreros y campesinos, a partir de la gestión económica, del desarrollo de la producción, de la distribución de la riqueza, del despliegue de iniciativas autónomas de campesinos, de obreros, de pequeños empresarios, incluso de empresarios no tan pequeños, para garantizar una base económica que dé estabilidad, que dé bienestar a su población, habida cuenta de que no se puede construir socialismo ni comunismo desde un solo país, habida cuenta de que hay mercado mundial que regula las relaciones, que el mercado y la moneda no desaparecen por decreto, habida cuenta de que la moneda y el mercado no desaparecen estatizando los medios de producción, habida cuenta de que la economía social y comunitaria solamente podrán surgir en un contexto de avance mundial y continental como es el mercado, como es la moneda, y mientras tanto le toca a cada país resistir, crear condiciones básicas de sobrevivencia, crear condiciones básicas de bienestar para su población. Pero eso sí, manteniendo el poder político en manos de los trabajadores. Se puede hacer cualquier concesión, se puede dialogar con quien sea que permita ayudar al crecimiento económico, pero siempre garantizando el poder político en manos de los trabajadores y los revolucionarios.

La economía es decisiva. En la economía nos jugamos nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no hay satisfactores básicos, no cuenta el discurso. El discurso habrá de ser eficaz, puede crear expectativas positivas colectivas, sobre una base material de satisfacción mínima de condiciones necesarias. Si no están esas condiciones necesarias, cualquier discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que sea, se diluye ante la base económica.

Una segunda debilidad en el tema económico. Algunos de los gobiernos progresistas y revolucionarios adoptaron medidas que afectaron al bloque revolucionario, potenciando al bloque conservador. Ciertamente que un gobierno debe gobernar para todos, es la clave del Estado. El Estado es el monopolio de lo universal, ahí radica su fuerza y su poderío, representar lo universal, sabiendo que lo universal es lo particular irradiado y articulador en el resto de los sectores. Pero gobernar para todos no significa entregar los recursos o tomar decisiones que, por satisfacer a todos, debiliten la base social que te dio vida, que te da sustento y que es, al fin y al cabo, la que saldrá a las calles cuando las cosas se pongan difíciles. ¿Cómo moverse en esa dualidad: gobernar para todos, teniendo en cuenta a todos, pero en primer lugar, por siempre, como dice la Iglesia Católica de base, tomando una opción preferencial, prioritaria por los trabajadores, por los pobladores, por los campesinos? No puede haber ningún tipo de política económica que deje de lado a lo popular. Cuando se hace eso, creyendo que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que se la va a neutralizar, se comete un error, porque la derecha nunca es leal. A los sectores empresariales los podemos neutralizar, pero nunca van a estar de nuestro lado. Vamos a neutralizarlos siempre y cuando vean que lo popular es fuerte y movilizado. En cuanto vean que lo popular es débil, o cuando vean que hay debilidad, los sectores empresariales no van a dudar un solo instante para levantar la mano y clavar un puñal a los gobiernos progresistas y revolucionarios.

Hay quienes dicen, desde el lado de una supuesta izquierda más izquierda, que el problema fue que los gobiernos progresistas no tomaron medidas más duras de socialización y de levantar el comunismo y de acabar con el mercado y disolverlo, como si el problema fuera un tema de voluntad o de decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay mercado, sin embargo el mercado va a seguir. Podemos sacar un decreto que diga que se acaban las compañías extranjeras, sin embargo las herramientas para los celulares y para las máquinas van a requerir el conocimiento universal. Un país no puede volverse autárquico. Ninguna revolución aguantó ni sobrevivió en la autarquía ni en el aislamiento. O la revolución es mundial y continental o es caricatura de revolución.

Y en lo económico, evidentemente, los gobiernos progresistas y revolucionarios, significaron un empoderamiento de trabajadores, campesinos, obreros, mujeres, jóvenes, con mayor o menor radicalidad según el país que se tome en cuenta. Pero un poder político no va a ser duradero si no viene acompañado de un poder económico de sectores populares. ¿Qué significa eso? En cada país habrá que resolverlo. Pero el poder político tiene que ir acompañado del poder económico, porque si no se va a seguir presentando la dualidad. Poder político en manos de los trabajadores, poder económico en manos de los empresarios o el Estado. Pero el Estado no puede sustituir a los trabajadores. Podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano tiene que ir disolviendo poder económico en los sectores subalternos. Creación de capacidad económica, creación de capacidad asociativa productiva de los sectores subalternos, esa es la clave que va a decidir, a futuro, la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un post-capitalismo.

El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos progresistas es la redistribución de riqueza sin politización social. ¿Qué significa esto? La mayor parte de nuestras medidas favorecieron a las clases subalternas. En el caso de Bolivia, el 20% de los bolivianos pasaron a las clases medias en menos de diez años. Hay una ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de los trabajadores, hay una ampliación de derechos necesarios, sino no seríamos un gobierno progresista y revolucionario. Pero si esta ampliación de capacidad de consumo, si esta ampliación de la capacidad de justicia social no viene acompañada con politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos creado una nueva clase media, con capacidad de consumo, con capacidad de satisfacción, pero portadora del viejo sentido común conservador.

¿Cómo acompañar a la redistribución de la riqueza, a la ampliación de la capacidad de consumo, a la ampliación de la satisfacción material de los trabajadores, con un nuevo sentido común? ¿Y qué es el sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno de lo malo en lo más íntimo, lo deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata de un tema de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, de cómo nos situamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo ideológico, lo espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay consolidación de un proceso revolucionario, si no hay una profunda revolución cultural.

Porque es muy cierto que podemos levantarnos y unirnos en un momento de espasmo o arrebato. Deliberamos y tomamos decisiones, pero luego uno regresa a la casa, regresa al trabajo, a la actividad cotidiana, a la escuela, a la universidad, y vuelve a reproducir los viejos esquemas morales y los viejos esquemas lógicos de cómo organizar el mundo. Mi participación en la asamblea fue por espasmo, pero no alcanzó la profundidad que democratiza mi ser interno. ¿Cómo llevar la democratización de la asamblea, como espacio, como experiencia colectiva, a una democratización del alma, al espíritu de cada persona, en su universidad, en su barrio, en su sindicato, en su gremio, en cada lugar? Ese es el gran reto. Es decir, no hay revolución posible si no viene acompañada de una profunda revolución cultural. Y ahí estamos atrasados. Ahí la derecha tomó la iniciativa. A través de medios de comunicación, de control de universidades, de fundaciones, de editoriales, de redes sociales, de publicaciones, a través del conjunto de formas de constitución de sentido común contemporáneas. ¿Cómo retomar la iniciativa? Esta angustia la comentábamos con el presidente Evo, cuando leíamos que muchos de nuestros hermanos que son dirigentes sindicales, o que son líderes estudiantiles, cuando llegan al Parlamento lo ven como una especie de ascenso social, la culminación de una carrera social. Tienen derecho, después de siglos de haber sido marginados del poder político, imaginarse que pueden ser dirigentes: es un hecho de justicia. Pero muchas veces es más importante ser un dirigente de barrio, ser un dirigente de universidad, ser un comentarista de radio, ser un dirigente de base, que ser autoridad. Porque es en el trabajo cotidiano con la base donde uno gesta la construcción de sentido común. Y cuando vemos camadas enteras, cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del barrio, de la comunidad, del sindicato, para buscar con derecho legítimo ser autoridad, luego queda un vacío y ese vacío lo llena la derecha. Y luego tendremos, entonces, un buen ministro o un buen parlamentario, pero tendremos un mal sindicalista, un mal dirigente universitario, en general predispuestos a someterse a la derecha. Vuelvo a decir, cuando uno está en gestión de gobierno es tan importante un buen ministro o parlamentario como un buen dirigente revolucionario sindical, barrial, estudiantil, porque ahí también se hace la batalla por el sentido común.

Una tercera debilidad que estamos presentando los gobiernos progresistas y revolucionarios es una débil reforma moral. La corrupción, es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad, no ahora, sino hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo de una corrupción institucionalizada cuando amarraron la cosa pública y la convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas colectivas a los pueblos de América latina. Las privatizaciones fueron el ejemplo más escandaloso, más inmoral, más indecente, más obsceno, de corrupción generalizada. Y eso combatimos. Pero no basta. No fue suficiente. Es importante que, así como damos ejemplo de restituir la res publica, los recursos públicos, los bienes públicos como bienes de todos, en lo personal, en lo individual, cada compañero, presidente, vicepresidente, ministro, director, parlamentario, gerente, todos, en nuestro comportamiento diario, en nuestra forma de ser, nunca debemos abandonar la humildad, la sencillez, la austeridad y la transparencia.

Hay una campaña de moralismo insuflado últimamente en los medios. En el caso de Bolivia decimos: ¿Qué ministro, qué viceministro, qué diputado del pueblo tiene una compañía en los Papeles de Panamá? Ninguno. Pero en cambio podemos enumerar diputados, senadores, candidatos y ministros de la derecha que en fila inscribieron sus empresas en Panamá para evadir impuestos. Ellos son los corruptos, ellos son los sinvergüenzas y nos acusan a nosotros de corruptos, sinvergüenzas, que no tienen ninguna moral. Pero hay que seguir insistiendo en la capacidad de mostrar con el cuerpo, con el comportamiento y con la vida cotidiana lo que uno procura. No podemos separar lo que pensamos de lo que hacemos, lo que somos de lo que decimos.

Un cuarto elemento, que yo no llamaría debilidad, es uno que se presenta en la experiencia latinoamericana y que no vivieron ni Rusia, ni Cuba, ni China. Me refiero al tema de la continuidad del liderazgo en regímenes democráticos. Cuando triunfa una revolución armada, la cosa es fácil, porque la revolución armada logra finiquitar, casi físicamente, a los sectores conservadores. Pero en las revoluciones democráticas, hay que convivir con el adversario. Lo derrotaste, lo venciste discursivamente, electoralmente, políticamente, moralmente, pero ahí sigue tu adversario. Es parte de la democracia. Y las constituciones tienen límites, 5, 10, 15 años, para la elección de una autoridad. ¿Cómo se da continuidad al proceso revolucionario cuando tiene esos límites? Es un tema del que no se ocuparon otros revolucionarios, porque lo tenían resuelto desde el principio. Nosotros no. Forma parte de nuestra experiencia revolucionaria. ¿Cómo se resuelve el tema de la continuidad del liderazgo? Van a decir: “lo que pasa es que los populistas, los socialistas, son caudillistas”. Pero, ¿qué revolución verdadera no personifica el espíritu de la época? Si todo dependiera de instituciones, eso no sería una revolución. Ninguna revolución late en las instituciones. No hay revolución verdadera sin líderes ni caudillos. Es la subjetividad de las personas que se pone en juego. Cuando ya son las instituciones las que regulan la vida de un país, estamos ante democracias fósiles. Cuando es la subjetividad de las personas la que define los destinos de un país, estamos ante procesos verdaderos de revolución. Pero el tema es cómo damos continuidad al proceso teniendo en cuenta que hay límites constitucionales para un líder. Hay límites constitucionales para una persona. Ese es un gran debate, y nada fácil de resolver. No tengo yo la respuesta. Hay varios países en los que se está atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal vez la importancia ahí es de los liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos colectivos para darle continuidad a los procesos en el ámbito democrático. Pero incluso a veces ni eso es suficiente. Esta es una de las preocupaciones que corresponde resolver en el debate político. ¿Cómo damos proyección subjetiva a los liderazgos revolucionarios para que los procesos no se trunquen, no se limiten, y puedan tener una continuidad en perspectiva histórica?

Por último, una quinta debilidad que quiero mencionar de manera autocrítica pero propositiva, es la débil integración económica continental. Avanzamos muy bien en integración política. Y los bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad de la Argentina, de Brasil, de Ecuador, de Venezuela, de Cuba cuando tuvimos que enfrentar problemas políticos. Gracias a ellos estamos donde estamos. El presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad política de líderes y pueblos latinoamericanos. Pero la integración económica es mucho más difícil. Porque cada gobierno está viendo su espacio geográfico, su economía, su mercado, y cuando tenemos que leer los otros mercados, ahí surgen limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno habla, pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones, tecnología, las cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un convencido que América latina solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XXI si logra constituirse en una especie de Estado continental, plurinacional, que respete las estructuras nacionales de los Estados, pero que la vez, con ese respeto de las estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de instituciones continentales en lo financiero, en lo económico, en lo cultural, en lo político y en lo comercial. ¿Se imaginan si somos 450 millones de personas? Las mayores reservas de minerales, de litio, de agua, de gas, de petróleo, de agricultura. Nosotros podemos direccionar los procesos de mundialización de la economía continental. Solos, somos presas de la angurria y el abuso de empresas y países del Norte. Unidos, vamos a poder pisar fuerte en el siglo XXI y marcar el destino de América latina.

La derecha quiere retomar la iniciativa. Y en algunos lugares lo logró, aprovechando alguna de estas debilidades. ¿Qué va a pasar, en qué momento estamos, qué viene a futuro? No debemos asustarnos. Ni debemos ser pesimistas ante el futuro, ante estas batallas que se vienen. Marx, en 1848, cuando analizaba los procesos revolucionarios, siempre hablaba de la revolución como un proceso por oleadas. Nunca lo imaginó como un proceso ascendente y continuo. Decía: “La revolución se mueve por oleadas”. Una oleada, otra oleada. Y la segunda oleada avanza más allá de la primera, y la tercera más allá de la segunda. Me atrevo a pensar que estamos ante el fin de la primera oleada. Y está viniendo un repliegue. Serán semanas, serán meses, serán años, pero está claro que, como se trata de un proceso, habrá una segunda oleada y lo que tenemos que hacer es prepararnos debatiendo qué cosas hicimos mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué nos faltó hacer, para que cuando se dé la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos revolucionarios continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que lo que lo hicieron en la primera oleada.

Y esta segunda oleada podrá ir más arriba porque tendrá unos soportes, un punto de partida que no lo vamos a ceder.

Tocan tiempos difíciles. Pero, para un revolucionario, los tiempos difíciles son su aire, su oxígeno. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados de los tiempos neoliberales? La década de oro del continente no fue gratis. Fue la lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, desde los barrios, la que dio lugar al ciclo revolucionario. No cayó del cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las heridas de luchas de los otros años. Y si hoy, provisionalmente, temporalmente, tenemos que volver a esas luchas, bienvenido el desafío. Para eso se es un revolucionario.

Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.

Algo que cuenta en nuestro favor: el tiempo histórico está de nuestro lado. Ellos no tienen alternativa, no son portadores de un proyecto de superación de lo nuestro. Ellos simplemente se anidan en los errores, en las envidias de lo pasado. Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que hicieron con el continente. Argentina, Bolivia, Brasil o Ecuador sabemos lo que hicieron ellos, porque ya gobernaron. Y nos convirtieron en países miserables, dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema pobreza, de vergüenza colectiva. Ya conocemos lo que ellos quieren hacer. No representan el futuro. Ellos son zombis, muertos vivientes electoralmente. Nosotros somos el futuro. Somos la esperanza. Hicimos en diez años lo que ni en cien años se atrevieron a hacer ni dictadores ni gobiernos entreguistas, porque nosotros recuperamos la patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad civil. Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son el pasado. Ellos son el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico. Pero hay que ser ahí muy cuidadosos. Aprender lo que aprendimos en los ‘80 y ‘90, cuando todo complotaba contra nosotros. Acumular fuerzas, saber acumular fuerzas. Saber que cuando uno se lanza a una batalla y la pierde, la fuerza va hacia el enemigo y se potencia, y nosotros nos debilitamos. Que al dar una batalla, hay que saber calcularla bien, saber obtener legitimidad, saber explicar a la gente, saber conquistar nuevamente la esperanza, el apoyo, la sensibilidad y el espíritu emotivo de las personas en cada nueva pelea que hagamos. Saber que nuevamente tenemos que entrar a la batalla minúscula y gigantesca de ideas, en los medios de comunicación grandes, en los periódicos, en los pequeños panfletos, en la universidad, en los colegios, en los sindicatos. Que hay que volver a reconstruir nuevo sentido común de la esperanza, de la mística. Ideas, organización, movilización.

No sabemos cuánto durará esta batalla. Pero preparémonos por si dura un año, dos, tres cuatro. Cuando nos tocó soportar los tiempos neoliberales desde la trinchera en que estuvimos, soportamos más de 20 años. Y los que vienen desde la dictadura, soportaron 40 años. Pero, en esos tiempos, la derecha se presentaba como portadora del cambio. Nosotros somos la bandera del cambio. Nosotros. No la derecha. La derecha es la abanderada del pasado.

Por lo tanto, es un buen tiempo. Siempre es un buen tiempo, en gestión de gobierno o en oposición. El continente está en movimiento y más pronto que tarde, ya no serán simplemente 8 o 10 países, seremos 15, seremos 20, 30 países que celebraremos esta gran Internacional de pueblos revolucionarios, progresistas.

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