Este año no hay marcha, pero hay memoria y no vamos a olvidar que miles de compatriotas fueron secuestrados, torturados y asesinados por cometer “el delito” de opinar y militar por una causa que posibilitara la construcción de un futuro mejor.
En el golpe de 1966 desaparecen además de las institucionalidades, la determinación y las convicciones de que la vía política y democrática constituía el instrumento legitimo para la superación social y la concreción de los paradigmas planteados desde lo nacional y popular.
Hubo quienes desencantados de la democracia optaron por la lucha armada, suplantando la construcción política por la violencia como práctica cotidiana para la imposición de ideas.
Con Perón proscripto, sindicatos intervenidos y sin actividad partidaria, se dio el escenario para que atreves de la violencia se crease un clima de instabilidad social y política, que desemboco en la salida democrática de 1973.
Con un gobierno elegido democráticamente se persistió en la violencia como método, lo que constituyo el pretexto ideal para otro derrocamiento que sería el más sangriento de todos, cuyo objetivo era imponer en América latina la “doctrina de seguridad nacional” que sirvió de excusa para que los intereses de las minorías pudiesen gobernar a costa de 30 000 desaparecidos que habían cometido el delito de pensar y comprometerse con un destino en común.
Hoy, a 44 años del golpe, el recuerdo no tiene que ser la efeméride vacía sino la memoria activa y militante. Los sueños de la patria políticamente libre, socialmente justa y económicamente soberana, siguen vigentes. Nuestro legado es rescatar para la memoria colectiva los valores que sostuvieron quienes ya no están, resignificando la política como instrumento de cambio y superación social, desterrando los intentos de imposición y pensamiento único, dejando atrás para siempre todo tipo de grieta que solo sirven a los intereses de las minorías privilegiadas. Todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia.