Por Gaby Tijman. Las comparsas de la Quebrada andan a las corridas, haciendo trámites acá y allá, antes de empezar con la celebración que les da sentido cada año. El carnaval tradicional, el de los pueblos, el de las zonas rurales de la provincia, está enredado en una maraña burocrática que el Estado le impone. A fuerza de coplas, una protesta a comienzos de mes logró que el gobierno diera marcha atrás con algunos de los requisitos, pero muchos jefes de comisarías ni se enteraron del acuerdo y siguen exigiendo papeles y más papeles, que cuestan plata.
Nelson Mendoza es secretario de Los Paseanderos de Juella, la comparsa que nació como retoño de Los Copleros de la Flor del Durazno. “Nos llevamos muy bien; los padres están en la de los copleros y los hijos estamos en la otra. Es muy familiar, sobre todo, a diferencia de otros tipos de carnaval”, cuenta en diálogo con el programa Día 6 (sábados de 16 a 19, 91.5 MHz.).
Cuando habla de “otros tipos” de carnaval, Nelson se está refiriendo a una grieta abierta en los últimos tiempos, sobre todo a partir de los requisitos que les impuso a las comparsas el gobierno provincial, lo que derivó en la protesta de comienzos de mes en la plaza Belgrano.
“La brecha se abrió a partir de quiénes se han adueñado del carnaval; en las posibilidades y oportunidades que da el estado a las comparsas populares. En la antesala del carnaval hay que hacer requisitos, cumplirlos y pagar. Si no fuese por la lucha que se hizo, se iba a estar pagando como 30 mil pesos para un evento cultural”, detalla.
Lo que no parece advertir el gobierno provincial es la enorme diversidad que existe dentro de lo que se llama carnaval. Por eso es que resulta imposible -y a la vez injusto- encuadrar todas las actividades bajo un mismo sistema.
Nelson repasa esa diversidad: “Primero había una comparsa por localidad; después se fueron separando, y entraron como en una disputa o rivalidad. Luego surgen los fortines, que también cumplen una función social con su manera de hacer el carnaval muy diferente a lo que hacen las comparsas. También fueron surgiendo las comparsas en los poblados más grandes, en ciudades como Tilcara y Humahuaca, y mientras tanto siguieron las comparsas rurales, que tienen otra manera, otra cosmovisión, otra representación. Tal vez el mismo ritual, pero otra significación para ellos”.
La intervención del Estado pretende nivelar y estandarizar una actividad que está en permanente cambio. “Lo han hecho”, se lamenta Nelson, y analiza: “Es que el Estado nunca se ha ocupado de ir a los pueblos, a ver las agrupaciones, las comparsas rurales, ver quiénes realmente festejan el carnaval de una manera y de otra. Nos meten a todos en la misma bolsa, como si todos fuésemos grandes empresarios, y tenemos que cumplir todos lo mismos requisitos”.
Protesta y acuerdo
Por la imposición de esos requisitos es que el 8 de febrero pasado un grupo de representantes de comparsas de la Quebrada bajaron hasta San Salvador de Jujuy con sus cantos, coplas y diablitos, para expresar su reclamo.
“Yo no pude estar porque justamente al día siguiente hacíamos el Encuentro de Copleros, Anateros y Erquencheros en Juella. Hubiera querido estar en la plaza cantando alguna copla -rememora Nelson-, pero durante la manifestación yo estaba en Rentas y haciendo el REBA, pagando todo. Hasta ahí, fueron 16 mil pesos”.
Lo que motivó el reclamo fueron algunos requisitos puntuales que sorprendieron por absurdos, pensando en cómo son las actividades de las comparsas. Y algunos, incluso, hubieran sido inaplicables.
Uno de los requisitos provocó sorpresa y enojo. Fue el plan de contingencia, que las comparsas debían presentar, firmado y sellado por un especialista en higiene y seguridad. “Eso sale entre 12 y 16 mil pesos; es lo mismo que le piden a los boliches”, describe Nelson.
En síntesis, el espíritu de la normativa es que donde hay mucha gente, debe haber un vallado o perimetrado, con indicación de los accesos y las salidas.
“Uno está de acuerdo en que los que vienen a carnavalear tengan elementos de seguridad, un matafuego”, dice. El problema es que ese mismo requisito se pretendió aplicar en lugares donde las actividades se realizan a campo abierto. Como en Chorrillos, por ejemplo, donde pidieron que se perimetrara el lugar y se instalaran matafuegos.
Para que se entienda: no todas las comparsas funcionan de la misma manera ni en espacios similares. Además, las comparsas no tienen fines de lucro, sino que organizan rifas y venta de comida y bebida para poder llevar adelante el carnaval de cada año.
“A veces ni siquiera llegan a terminar el piso, y entonces la gente baila sobre la tierra o se junta en otro predio para ver qué se puede hacer. Con todo lo que nos cobran, año tras año, uno no llega ni siquiera a pagar esta habilitación”, describe Nelson.
Otro de los requisitos era el de tener disponible un médico, una habitación para atención sanitaria o una ambulancia, todo a cargo de la comparsa. “Uno entiende, pero si no se pueden afrontar las cosas básicas, imagine si tenemos que pagar eso”, razona.
“En todo caso -afirma Nelson-, que el Estado garantice la seguridad y la salud a los que asisten. Porque ellos se jactan y promocionan el carnaval de Jujuy, pero al final terminan haciendo que nosotros garanticemos todo para los visitantes”.
El Encuentro de Copleros que se hizo en Juella el 9 de febrero es un buen ejemplo de esto. “Hubo muchísima gente, vinieron de El Moreno, de Casira, incluso gente grande”, relata Nelson, y reflexiona: “Nos dimos cuenta de que el Estado no está garantizando espacios donde la gente pueda expresarse. Lo estábamos haciendo nosotros”.
De la protesta que hicieron las comparsas en la plaza Belgrano salió un acuerdo por el cual el gobierno se comprometió a no exigir el plan de contingencia. Pero quedan dudas, porque las autoridades de las agrupaciones, que vienen haciendo todos los trámites, advirtieron que cada comisaría maneja una información distinta.
Lucro o no lucro, esa es la cuestión. Para juntar el dinero que necesitan para cumplir con los requisitos, organizan rifas. Cuando arranca el carnaval, no cobran entrada pero venden las bebidas. Con lo que recaudan, pueden hacer frente a la contratación del sonido, el alquiler del camión que los traslada a las invitaciones en Sumay Pacha o en Tilcara, y los disfraces.
“Ellos dicen ‘ustedes venden bebidas, así que tienen que pagar Rentas y REBA’, pero lo que no están entendiendo es que es sin fines de lucro”, insiste Nelson, y agrega: “Cuando termina, no es que nos sentamos el presidente, el vicepresidente, el secretario, la comisión de la comparsa, a ver muchachos, cuál ha sido la ganancia, nos repartamos. Al contrario. Cuando termina el carnaval estamos pensando qué hacer para recaudar lo que se quedó debiendo”.
Estas complicaciones burocráticas y económicas atentan contra la supervivencia del espíritu del carnaval, e incluso de las mismas comparsas. “Últimamente nadie quiere hacerse cargo, porque nadie quiere estar corriendo, sufriendo hasta última hora”, cuenta Nelson.
El día del Encuentro de Copleros en Juella, estuvo hasta pasadas las seis de la tarde haciendo trámites. Cuando el jefe de la seccional empezó a poner obstáculos, Nelson le dijo: “No estamos lucrando, no se va a desbarrancar todo por la cantidad de gente, la gente se está expresando”. Finalmente, lo desafió: “Bueno, usted vaya y córtelo, a ver si lo dejan”.
El carnaval de Los Tekis
En la protesta en la Plaza Belgrano, denunciaban que con estas medidas el carnaval de las comparsas va a quedar reducido a su mínima expresión, mientras el gobierno promociona y sostiene el que organiza en la Ciudad Cultural de San Salvador de Jujuy.
“Primero habría que discutir qué es el carnaval para ellos, si realmente es el de Los Tekis -reflexiona Nelson-. Si publicitan un lugar, toda la gente se va a amontonar en ese lugar. Y uno sabe que eso tiene un fin, netamente capitalista”.
“Yo no tengo nada contra la música de ellos, de hecho la bailamos, pero ellos se mueven de esa manera, comercial, y no me extraña que se quiera usar como excusa para concentrar el carnaval en San Salvador”, agrega.
Nelson arriesga una explicación: “Para mí no analizan estas cuestiones porque no escuchan realmente lo que está pasando. Yo no sé qué otro beneficio les daría, además de que es lucrativo. Porque si la gente viene a Jujuy y si se llega a los lugares más recónditos, va a ver otro tipo de carnaval, que no es este”.
“En los carnavales más rurales se comparte la comida, se comparte. No la venden como acá. Hay una entrada libre y gratuita. Uno está ahí y hace lo que el resto hace. Se comparte el mismo vaso, y eso nos dice bastante. No hay una entrada como en la ciudad, de 500 pesos”, describe.
“Dicen que Los Tekis han traído el carnaval a la ciudad, pero hay unos pocos que se hacen cargo de la cantina. Eso, claramente, es intencional”, concluye, y advierte: “Cuando suceden estas cosas, el carnaval se derrumba y termina siendo netamente comercial, y ya no debería llamarse carnaval”.
-Las comparsas tienen entonces un papel importante para que no se derrumbe el carnaval. Van a tener que cuidarlo.
-Seguramente va a ser así. Conozco muchos copleros, muchos anateros y erquencheros que les gusta hacer lo que hacemos. Siempre vamos a estar, a partir de la organización de la comunidad, de todas las organizaciones, para demandar y repudiar todo lo que atente contra lo popular.
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