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Honran en Casabindo a la Virgen de la Asunción con el Toreo de la Vincha

casabindo-toreo 03Se celebran hoy en Casabindo las fiestas patronales, con la honra a la Virgen de la Asunción y el tradicional Toreo de la Vincha, singular corrida donde es el torero el que puede sallir lastimado, mientras que al animal no le pasa nada. Los pobladores locales se preparan para recibir a miles de visitantes que llegan  a ver la única actividad taurina de la Argentina. 

El Toreo de la Vincha es una fiesta que fue heredada de los españoles, y su realización se remonta al siglo XVIII, cuando un cacique indio, Pantaleón Tabarcachi, luchaba contra la tiranía del opresor español. 

 Casabindo, de no más de 500 habitantes, se encuentra ubicado a 270 kilómetros al norte de esta capital, en plena puna jujeña, y a unos 3.700 metros sobre el nivel del mar.

 El festejo, que incluye la ceremonia del toreo, es parte de la celebración, con misa incluida, que se lleva adelante durante todo el día en honor de la Virgen de la Asunción, de las Canchillas y Copacabana.

 La corrida se llama «de la vincha» porque se trata de sacarle al toro una vincha de monedas de plata que corona sus cuernos. Se hace en la enorme plaza protegida por una pirca que está ubicada junto a la iglesia local. 

 Cualquiera que se anime puede ser torero. Hay que desplegar una singular habilidad para sortear los embates del toro y desprender la vincha de monedas de entre los cuernos para ofrendarla respetuosamente a la virgen.

 Al animal nunca le pasa nada; en cambio, el torero puede ser herido, por lo cual esta pronto a ser auxiliado. Más de uno ha quedado con las costillas o la clavícula rota. En tanto, el pueblo entero y los turistas siguen la inusual corrida, que dura un tiempo limitado para cada uno y que se convierte en un acontecimiento único de la Argentina.

Se cree que la negativa de hacerle daño al toro proviene de la época de Sarmiento, cuando se prohibieron las cruentas corridas en todo el país.

 En Casabindo, además del Toreo de la Vincha, la fiesta se complementa con una procesión que lleva a la venerada imagen religiosa, precedida por la danza de los suris practicada por los samilantes, paisanos que bailan con trajes ceremoniales adornados con plumas de avestruz. Igual sucede con los cuarteadores, que son cuatro personas que toman cada una de las cuatro patas de un cordero muerto, eviscerado y despellejado y que en la procesión también bailan al compás de las bandas de sikuris, tironeando los respectivos flancos, hasta que algunos se quedan con la mejor parte cuando el cordero se rompe.

 Cada 15 de agosto, el pequeño pueblo de Casabindo se convierte en el centro de atención de lugareños y turistas, muchos de los cuales se quedan a participar en otras ceremonias relacionadas con la Pachamama.

 La leyenda

Cuenta la historia que Pantaleón regresó tras haber estudiado en los conventos misioneros y vio cómo sus hermanos eran sometidos al trabajo duro en los yacimientos de oro, bajo la amenaza de muerte, a través de latigazos. Tras ver el sufrimiento de los indios, el cacique inició la tarea de convencer a sus prójimos de que ese castigo no era divino, sino del tirano español.

 Los Ovando era la familia dueña de esos yacimientos, y al ver lo que hacía Pantaleón, lo capturan y lo envían a los canteros, junto a otros indios. Pero el encierro no lo achicó. Una noche, el cacique se liberó de su celda y escapó a Chile, pero antes de llegar fue atrapado por una patrulla que lo seguía por orden de los Ovando.

 Al llegar nuevamente al pueblo, fue acusado de haber asesinado a un guardia, injustamente. Ese delito se castigaba con la muerte. Se reunieron españoles y curas de la zona, y decidieron que Pantaleón debía morir frente a los ojos del pueblo.

 Dice la historia que a alguien se le ocurrió poner al indio en la plaza frente a unos toros y dejar que los animales se encarguaran de matarlo. Llegó la tarde del 15 de agosto. El cacique arribó a la plaza con sus mejores ropas y atuendo. Sujetando su larga cabellera, tenía puesta un vincha adornada con soles de plata. Mientras el pueblo esperaba su ejecución, un sacerdote, dijo: «Si es inocente, las bestias, lo perdonarán».

 Inmediatamente, los toros fueron soltados en la plaza y ante la mirada atónita de los lugareños, los animales no arremetieron contra el cacique. Pasaban las horas y nada sucedía. Los españoles se desesperaban. Ante esta situación, los guardias le sacaron la vincha y se la colocaron al toro más salvaje.

 El condenado se colgó de los cuernos del toro y recuperó la vincha, pero esa acción le costó que otro animal lo embistiera de atrás y lo atravesara con sus astas, dejándolo mortalmente herido. Se arrastró hasta la capilla y, a los pies de la virgen, depositó su vincha y pidió por la libertad de su pueblo y el perdón para sus verdugos.

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