Por Alejandra Dandan, en Página|12. “Señoras y señores el juicio ha concluido”, se escuchó. El presidente del Tribunal Oral Federal 5 Daniel Obligado clausuró así cinco años larguísimos del juicio más importante en la historia de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad de este país.
Las 48 condenas a los 54 imputados por los crímenes de la ESMA incluyeron lo que hasta minutos antes todavía estaba en duda: dos perpetuas para los comandantes que tripularon los aviones Skyvan. Uno de esos aviones es que el se habría usado para el “traslado” de los 12 secuestrados de la Iglesia de la Santa Cruz, entre ellos tres madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas Alice Domon y Leonié Duquet.
De esa manera, las condenas a los pilotos Mario Daniel Arru y Alejandro Domingo D’Agostino, de Prefectura dieron por probado sus responsabilidades en los crímenes pero también lo que este juicio tenía como materia pendiente: la existencia de los vuelos de la muerte como mecánica de exterminio masiva fabricada por los genocidas.
El fallo, dividido y discutido hasta minutos antes de la sentencia, tuvo 29 perpetuas y 10 condenas muy escasas de entre 8 y 10 años de prisión con 4 excarcelaciones. También hubo otras nueve condenas de entre 10 y 25 años y 6 absoluciones, entre ellas al ex ministro de Hacienda Juan Alemann, uno de los dos civiles juzgados, y a los otros tres acusados por los vuelos, aquellos que confesaron ante compañeros de trabajo y familia su participación.
Las absoluciones salieron en dos casos por el voto en mayoría de Lepoldo Bruglia y Adriana Pagliotti. Y por unanimidad en el caso de Julio Poch, reciclado como aviador civil en la línea de bandera de Holanda, dueño de un fabuloso poder de lobby en ese país.
Cuando Obligado terminó la lectura, después de cinco horas de audiencia, Poch se levantó de la silla eufórico, abrazado por antiguos camaradas de armas y con el festejo de las esposas de los marinos que incluyó aplausos, himno nacional, reparto de cedés y cancionero en tono falangista entre quienes siguieron la lectura desde el primer piso repleto de la sala Amia de los tribunales de Comodoro Py. “¡Cárcel común, perpetua y efectiva, ni un sólo genocida por las calles argentinas!”, cantó la sala de abajo en el final. Nora Cortiñas, Vera Jarach y Clara Weinstein, todas Madres de Plaza de Mayo, se levantaban de las sillas. Se oyó fuerte el “Como a los nazis les va a pasar”, mientras larguísimas filas de los ahora condenados iban tratando de abandonar la sala. Las manos de los familiares y sobrevivientes se pegaron contra el blindex ante la euforia de los 10 que ya mismo salieron en libertad. Los familiares de las víctimas sostuvieron las imágenes de los desaparecidos en las manos. Entre ellos, Silvia Lizaso levantó la foto de familia. Dijo: soy la única sobreviviente, y señaló desaparecidos y asesinados de tres generaciones distintas.
“Creo que es un juicio histórico”, dijo Ana María Careaga apenas salió. Es hija de Esther Ballestrino de Careaga, una de las madres de Plaza de Mayo asesinadas en los vuelos de la muerte. “No ha habido ningún juicio así en ningún lugar del mundo -dijo– y en la Argentina es el juicio más grande, duró cinco años, con muchas víctimas, 54 represores, algunos se murieron, pero es la primer vez en la historia de este país que se condena a los que eran el último eslabón del engranaje, que eran los pilotos que arrojaban con vida a los desparecidos al mar. Por eso creo que es importantísimo. Después habrá tiempo para ver los fundamentos, porque las condenas siempre son injustas”.
Atrás, Patricia Walsh dejaba la sala. “Es importante rescatar con este resultado lo que nuestra lucha consigue –dijo– en este caso 29 condenas perpetuas cuando sabemos que era todo muy difícil y denunciar lo que significa la construcción de impunidad para estas absoluciones que vamos a apelar y vamos a seguir insistiendo con la verdad, la memoria y la justicia”.
Nora Cortiñas salía con Victor Basterra, uno de los muchos sobrevivientes de la sala. Cuando se iba Víctor se quedó mirando a los represores. “Mirá ahí, ¿lo ves?”, preguntó. “Es el Hormiga Orlando Gonzalez”. Ese hombre que se daba aires de fotógrafo en la ESMA, fotografiando a las prisioneras, acaba de ser condenado a perpetua. “Es una jornada media histórica, realmente”, explicó Basterra. “El juicio más grande cuando en realidad tenemos muchas contras porque lleva cinco años y estamos en un contexto difícil”. Hormiga Negra, para entonces, con su camisa blanca y saco gris había dejado la sala.
Quién es quién
La sentencia se discutió hasta minutos antes del final. Por eso el comienzo previsto para las dos de la tarde se demoró hasta las 15.45. Bruglia y Pagliotti no tenían definido su voto para vuelos. Obligado se retiró del debate porque había dictado su voto con una condena a todos a perpetua, incluso a los absueltos, menos a Poch. Por eso las absoluciones salieron en disidencia. Y hubo también diferencias en los hechos imputados, detalles que se conocerán con los fundamentos previstos para el 5 de marzo.
Los dos condenados por vuelos fueron condenados sólo por los 12 de la Santa Cruz y no como fueron acusados, por una enorme cantidad de víctimas, una diferencia que también contempló el voto en minoría. Esos dos condenados -Arrú y D’Agostino– son los pilotos cuyos nombres se encontraron en las planillas del avión Skyvan vendido a Estados Unidos, datos investigados por Miriam Lewin en su condición de periodista y peritados más tarde por la Unidad de lesa humanidad del Ministerio Público Fiscal entre cientos de planillas que desclasificó Prefectura y en las que se observaron vuelos anómalos.
Los absueltos, en cambio, fueron los tres acusados que confesaron su participación en los vuelos de la muerte ante compañeros de trabajo y familia. Poch que confesó en una cena en Bali que “estaban drogados” y “tendríamos que haberlos matado a todos”; Emir Sisul Hess, piloto de helicópteros Alouette y Seaking, al que sus compañeros escucharon hablar de “vuelos de limpieza” desde donde se veía “a la gente que caía como hormigas” y Ricardo Ormello, mecánico motorista en Ezeiza, que años más tarde dijo a sus compañeros: “Una vez trajeron a una gorda que pesaba como cien kilos y la droga no le había hecho el efecto suficiente”.
Los fiscales Mercedes Soiza Reilly y Guillermo Friele –pero también todas las querellas desde el Cels hasta Justicia Ya, Kaos y Luis Zamora–, los acusaron además por las pruebas que aportaron los documentos del Ministerio de Defensa y Seguridad que dieron cuenta de los lugares que ocuparon en la estructura de vuelos organizada por la Armada. El descubrimiento del rol del Comando de Operaciones Navales en esa estructura fue uno de los hallazgos de este juicio. Pero hasta última hora de ayer, los dos jueces no tenían decidida la imputación. Finalmente decidieron reducir los cargos a los 12 de la Santa Cruz, según supo este diario. Por todo esto, las lecturas sobre esas condenas mostraron cierta contradicción.
“La prueba tal como fue configurada por la fiscalía completó el proceso de investigación que se inició con la localización y ubicación de las planillas de vuelo del Skyvan. Pero la Armada tenía 14 pilotos de Skyvan en esa época: todos están comprometidos en los vuelos irregulares y la justicia también tiene que ir por ellos”, dijo Miriam Lewin apenas escuchó a Obligado leer las perpetuas a dos de los pilotos.
Fuera de eso, hay que decir que la sentencia alcanzó nuevamente a las caras más simbólicas de la ESMA y otras desconocidas fuera de la ESMA. Entre los primeros están el Tigre Jorge Acosta, saludado con el himno nacional cuando entró a la sala por la platea de familiares, ahora con su segunda condena a perpetua. Alcanzó nuevamente a Alfredo Astiz, condenado a perpetua en ESMA II y quien llegó a la sala con un libro en la mano y su inseparable escarapela en el pecho. También por segunda vez recibió una perpetua Ricardo Cavallo, que no paró de anotar. Esta vez también le tocó una perpetua Juan Carlos Rolón, absuelto en el juicio anterior. Y a los hermanos Miguel Angel y Pablo Eduardo García Velazco. Además, las perpetuas por primera vez incluyen a Rolón, los dos pilotos y también a integrantes de las patotas que funcionaron en la ESMA desde 1979 a 1983, un período que no se había juzgado en ESMA II. De ese período son los nombres menos conocidos, la mayor parte integrantes del Servicio de Inteligencia Naval que tomó el control político del centro clandestino con la salida de Acosta en 1979.
Entre los desconocidos está Hormiga Negra, pero también hombres como Julio Cesar Binotti y Juan de Dios Daer con penas de 8 años. De ese período son las penas más leves, la mayoría votadas con la disidencia de Obligado. Seis represores fueron condenados a 8 años de prisión y 2 a diez años, cuando tenían penas a perpetuas pedidas por la fiscalía. De esos 10, 4 fueron excarcelados luego del juicio. Hubo además 6 absueltos, cuatro por unanimidad. Además de Alemann y de los tres confesos de vuelos, Roque Angel Martello y Ricardo Linch Jones, operativo del Grupo de Tareas de la ESMA, que, sin embargo, dice que él no era el malo sino su hermano.
“Los montos bajos de estas penas no se corresponden con la dimensión de los delitos”, dijo Jorge Auat coordinador de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad. Y en ese sentido el abogado de Justicia Ya Pedro Dinani explicó que el Tribunal otorgó penas de 8 años por más de 100 hechos de tormentos en algunos casos, un dato que traducido haría suponer que se están dando menos de tres días de prisión por cada uno de esos tormentos. “La justicia tiene detenida a Milagro Sala hace dos años sin pruebas, y acá con más de cien casos de secuestros y tormentos los dejan en libertad”.
“¿Vos sos de la RAM?”, preguntó la esposa del “Nabo” Ernesto Barreiro a uno de los periodistas ubicados en ese palco repleto de las esposas y camaradas. Sentada en la primera fila y bien temprano se ubicaron Cecilia Pando y Paloma Alarcón, vocera del grupo Justicia y Concordia que brega por la impunidad de los crímenes. “Los derechos humanos son de todos”, se les oyó mientras repartían un cedé a cada periodista: Argentina en Guerra, Volumen 1, Los ejércitos revolucionarios.
Abajo, en tanto, iban entrando temprano los y las sobrevivientes. Ricardo Coquet. Andrea Bello. En silla de ruedas llegó Beatriz Cantarini de Abriatta, 91 años, con el pañuelo, la madre de Hernán Abriatta. A las 15.45 a casi dos horas de espera la sala observó el ingreso del Tigre Acosta. ¡Asesino! ¡Asesino!, comenzó a gritar. ¡Violadores! ¡Asesinos! De nuevo, y ahora entraba Astiz y Cavallo. “¡Vas a morir como Videla en la cárcel, Astiz!”, se oyó. Y entonces, bien fuerte, los de arriba gritaron el himno. Y alguien escuchó que también gritaron mueran los terroristas. “¡Si quieren continuar con el acto, pido silencio a la sala!”, pegó un increíble grito Obligado. “¡Si no se callan voy a desalojar!, repitió.
Los presentes levantaron sus fotos. Los reporteros gráficos pasaron a la sala. Obligado se exaltó porque los fotógrafos demoraban su repaso por las caras del mal. Y volvió a pedir que se apuren. Los de arriba protestaron. Y entonces, se oyó un grito de Liliana Alanis, abogada de Justicia Ya, en este juicio. “No respetan el trabajo de la prensa -dijo–: ya bastante no respetan a los 30.000 desaparecidos”. La noche del martes Silvia Lizaso no pudo dormir. “¿Sabés lo que me pasaba? Entendí que volvía a sentir un agradecimiento a los sobrevivientes, me pasó eso, decir que estos compañeros han sido de una coherencia durante toda su vida”.
En la sala estuvieron representantes de la embajada sueca por el caso de Dagmar Hagelin. Estuvo el juez federal Daniel Rafecas. Estuvo Estela de Carlotto. No hubo un solo representante del gobierno nacional, salvo, hay que decirlo, los abogados de la querella de la Secretaría de Derechos Humanos, pero, hay que decir también, todos vienen de los años en los que estos juicios se sostuvieron como política de Estado.