Por Francisco A. Taiana, en Télam*. La Iniciativa de la Franja y la Ruta es, en primer lugar, un plan de desarrollo basado en un conglomerado de proyectos de infraestructura por tierra y por mar, pensados a escala continental. Originalmente, se concibió con un epicentro en el corazón de Eurasia, pero con el correr de los años fue incorporando regiones como África, el Ártico y América Latina.
Debido a las dimensiones colosales de lo que cómodamente puede ser descripto como «el proyecto del siglo», tiene la potencialidad de reconfigurar el comercio internacional, al acoplar de maneras creativas y dinámicas nuevas vías de intercambio que alivien la dependencia mundial sobre rutas marítimas tradicionales.
A su vez, en línea con las posturas tradicionales de la diplomacia china, la Franja y la Ruta tiene un énfasis especial en los países del mundo en vías de desarrollo, de los cuales China se identifica como parte. En ellos, busca fomentar el desarrollo a partir de la mejora de las condiciones materiales locales como eje en la promoción de la estabilidad y la prosperidad.
En un segundo plano, la Iniciativa de la Franja y la Ruta puede pensarse como una salida estratégica, que le permite a Beijing sobreponerse a los complejos desafíos geográficos que la rodean. Tanto China como Rusia tienen la mayor cantidad de fronteras internacionales del mundo, al limitar cada uno con catorce países diferentes. Por otro lado, el continente asiático aún posee numerosas hipótesis de conflicto. En respuesta a ello, la Franja y la Ruta multiplica las maneras en las que Beijing se interconecta con el resto del mundo y le garantiza su acceso a los mercados internacionales sin tener que convertirse en una superpotencia militar y resguardando el comercio de contingencias bélicas.
Por último, la Iniciativa de la Franja y la Ruta también debe entenderse desde la dimensión del ‘soft power’; la capacidad de un país de actuar en el escenario internacional a través de su influencia, atractivo cultural y prestigio. En este aspecto más abstracto, este proyecto representa la propuesta china para una nueva etapa en la globalización; una etapa que, por primera vez en la historia, no se halla dictaminada por la preponderancia de Occidente. Debido a ello, es posible identificar una impronta marcada. La Iniciativa de la Franja y la Ruta comparte la naturaleza tradicional de la influencia china: no es centrífuga, sino que es centrípeta; no pretende expandir del centro a una periferia, sino que busca atraer desde la periferia al centro. Para ello, se modela sobre la antigua Ruta de la Seda, que durante siglos sirvió de puente entre China y el resto del mundo y que atraía a mercaderes y exploradores de los rincones más distante a sus cortes imperiales.
En cuanto refiere a las oportunidades que la Franja y la Ruta conlleva para la Argentina, estas no solo deben entenderse en términos internos sino también regionales. La incorporación de nuestra República a esta iniciativa, el país latinoamericano más importante en hacerlo hasta el momento, es sin dudas un hecho trascendente y un hito en la historia de las relaciones sino-argentinas que este 19 de febrero cumplen medio siglo.
No obstante, debido a la escala continental del proyecto, ahora se presenta el imperativo de pensar a la Franja y la Ruta como un motor para la integración latinoamericana; una integración que debe ser retomada no solamente desde el plano de lo político y lo institucional sino también desde lo material, para que los puentes que unan a nuestra región sean tanto simbólicos como concretos.
* Magister en Historia. Sinólogo. Actualmente realiza una investigación sobre las relaciones bilaterales entre Argentina y China desde 1945 al presente sobre la que publicará un libro.