Por Gustavo Veiga, en Página/12. Cuba se regirá con una nueva constitución discutida, corregida y ratificada por su pueblo. El referendo que se desarrolló ayer en la isla fue el último paso para dejar atrás la Carta Magna de 1976. La jornada que movilizó a más de ocho millones de votantes, coincidió con el aniversario de una fecha histórica y martiana. Un 24 de febrero de 1895 se inició la última guerra por la independencia del imperio español. Como entonces, como ahora, Estados Unidos se arrogó la posibilidad de intervenir.
Mientras los cubanos ampliaron derechos con su decisión –como el acceso a diferentes formas de propiedad y el camino legal que los llevará hacia el matrimonio igualitario– en la semana que pasó, Donald Trump habló más veces de comunismo que el gobierno de Miguel Díaz Canel. Lo hizo desde Miami para atacar a Cuba, Venezuela y Nicaragua en un acelerado retorno a la Guerra Fría. Una manera de alentar en su fase actual las injerencias en esos países.
Los cambios a la constitución –que son muchos– comenzaron a gestarse en 2013. Reflejan el producto de extensos debates en grupos de trabajo y en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Pero además, incluyeron propuestas de la gente que se analizaron y aprobaron durante casi tres meses de consulta popular. Entre el 13 de agosto y el 15 de noviembre del año pasado hubo, según medios cubanos, unas 130 mil reuniones de ciudadanos de a pie, donde se hicieron casi un millar de propuestas y el 50 por ciento de ellas fueron agregadas a la máxima ley con que se regirá Cuba en el futuro.
Votaron en el referendo los mayores de 16 años y residentes en el país por un período no menor a dos años. Antes lo habían hecho los ciudadanos radicados en el exterior. Se habilitaron 25.348 colegios electorales y hubo además 195 recintos especiales en lugares de alta concentración de personas como terminales de ómnibus, aeropuertos y hospitales. Los millones de cubanos que participaron de la votación tuvieron que responder a la pregunta: “¿Ratifica usted la nueva Constitución de la República?”. Sí o no eran las opciones presentadas. Al cierre de esta edición aún no se anunciaban los resultados oficiales.
La constitución cubana modifica 113 artículos, incorpora 87 y elimina 11 respecto de la que estaba vigente hasta hoy. Uno de los que alteró su contenido –aunque simbólico– es el referido al cargo de presidente. Ahora será de la República y no más del Consejo de Estado y de Ministros. También se restableció la figura de primer ministro. Díaz Canel no podrá seguir en el gobierno más allá de 2028 –sólo tendría la posibilidad de ser reelecto para un segundo mandato de cinco años– y su sucesor deberá cumplir un requisito que también contiene la constitución: no tener más de 60 años de edad.
A diferencia de la Carta Magna del 76, la que acaba de votarse define al matrimonio como la unión concertada entre dos personas, sin precisar el sexo. Se abre así la vía para el casamiento entre parejas homosexuales, una vieja demanda de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales).
La doctora en Ciencias Jurídicas Martha Prieto Valdés, vicepresidenta de la Sociedad Cubana de Derecho, comentó sobre los valores que expresa la nueva constitución en el sitio Cubadebate: “Son esenciales: la dignidad humana, se ha reforzado su tratamiento, irradiándola a todo el texto, a los derechos y todo el ordenamiento jurídico; la igualdad, también con más amplitud, dentro del reconocimiento de la diversidad; la protección de los intereses personales, con la exigencia de la solidaridad humana como medio de asegurar la existencia de la persona, en lo individual y colectivo”.
La Comisión Nacional Electoral difundirá los resultados del referendo y más adelante la Asamblea Nacional proclamará la aprobación popular de la nueva constitución, y la fecha determinada para su entrada en vigencia. El trámite formal se cerrará cuando se envíe para su publicación en la Gaceta Oficial.
El punto de partida de la norma fueron los antecedentes constitucionales de 1940 y 1959, el año de la Revolución. Cuba había recorrido el siglo XIX con varios textos de corta vigencia. La primera intervención de Estados Unidos interrumpió la que se votó en 1897. Apenas duró un año. Incluso en 1901 el gobierno de la isla incorporó la enmienda Platt a su carta magna bajo presión de EE.UU. Esta le permitía intervenir a la potencia del norte bajo el argumento de “la conservación de la independencia cubana”.
Aún durante más de un siglo de injerencias y de un bloqueo económico que perdura casi como los años transcurridos desde la entrada a La Habana de Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che, Cuba resiste con su constitución en la mano y ahora le agregó el concepto novedoso de que será “un estado socialista de derecho”.
En política exterior, el país ratificará los principios con que se rigió hasta hoy e incorporará otros: entre los nuevos, la multipolaridad en las relaciones entre los Estados, más la protección y conservación del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Y mantendrá su proverbial “condena al imperialismo, al fascismo, al colonialismo o neocolonialismo en cualquiera de sus manifestaciones”.
Desde Estados Unidos tampoco aflojan en sus propósitos. Trump lo dejó explicitado otra vez el lunes 18. Como si fuera contemporáneo de Nikita Kruschev y Leonid Brezhnev dio un discurso de media hora para endulzar los oídos del núcleo duro de anticastristas y lobistas contra Cuba que se arraciman en Miami. Saludó con su habitual histrionismo a los senadores por Florida, Marco Rubio y Rick Scott, al representante del mismo Estado Mario Díaz-Balart, al embajador en la OEA Carlos Trujillo y a su asesor de Seguridad Nacional, John Bolton. Según las crónicas periodísticas que describieron en detalle su perorata, mencionó “socialismo” en 29 oportunidades y “comunismo” en otras seis. Incluyó a Venezuela y Nicaragua en sus diatribas para redondear su idea sobre el eje del mal y habilitar la intervención directa en el primero de esos países. Una semana después, el pueblo de Cuba le respondió con su apoyo a la nueva constitución.