Por Ana Laura Lobo Stegmayer, directora ejecutiva de Andhes. «¿Dónde está Santiago Maldonado?” Es la pregunta que quisieron hacerse algunos docentes, otros tantos dirigentes gremiales y alguna que otra escuela. Inmediatamente la iniciativa fue censurada y la pregunta prohibida: “Con mis hijos no” fue la consigna que rápidamente se viralizó. “No hagan política con los niños”, el reclamo clamoroso de algunos padres en las redes sociales. El eslogan rápidamente fue avalado y legitimado por los funcionarios del Estado. El Secretario de DDHH había advertido oportunamente: “Esto implica utilizar a los chicos, desinformando y adoctrinando”, mientras desde el Ministerio porteño se activaba el 0800 para la denuncia: “si en la escuela de su hijo hablan de Santiago denuncie aquí”. En Jujuy la cosa se puso densa, en la escuela Obispo Padilla, una madre arrancó un afiche que pedía por Maldonado, porque “Mi hijo no tiene por qué saber de política de nada [sic]”; y las jornadas de debate sobre derechos humanos del Colegio “Martín Pescador” (en las que se habló también de Santiago) desencadenaron un escándalo inusitado en las redes sociales a tal punto que la Ministra Calsina salió a decir “que se evaluarán las sanciones (…) y que se ha utilizado política partidaria en las escuelas utilizando a los chicos, (…) con los chicos no se juega”, concluyó.
Todas estas afirmaciones tienen por detrás concepciones ideológicas y definiciones “políticas” sobre niños y niñas, estudiantes, la escuela, la educación, los docentes y la política en sí misma., se trata de ideas fundadas en ideologías y paradigmas educativos basados en un visión simplista de la realidad, que encubre sus propios mecanismos de politización. Pero además, implican acciones que atentan contra algunos valores fundamentales de la democracia, como la libertad de expresión y, en educación, la libertad de cátedra. Ignora además los compromisos asumidos de educar en el respeto por los derechos humanos. La propia convención sobre los derechos del niño de las Naciones Unidas en su artículo 29 promueve inculcar a niños y niñas el respeto por los derechos humanos y las libertades democráticas. Estas afirmaciones ignoran que la pregunta por Santiago Maldonado es una pregunta que atraviesa curricularmente a la escuela, que constituye contenido concreto abordado desde diferentes áreas disciplinares del sistema educativo. En definitiva, la censura y la prohibición son incompatibles con la democracia, en palabras de Freire, “… glorificar a la democracia y silenciar a la gente es una farsa (…). Nadie es, si prohíbe que otros sean”. Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta.
¿Por qué el alboroto, entonces? ¿Qué concepciones educativas están por detrás de estas afirmaciones? ¿Cómo se define al educando y al educador en las mismas? ¿Cuál es “la política” que no debe “entrar” a la escuela y “contaminar” a los “niños”?
La escuela y la educación no son islas independientes y alejadas de la realidad; se inscriben en su contexto, en base al cual se da forma a su contenido curricular. En la escuela se trasmiten todo el tiempo concepciones religiosas, políticas, filosóficas: sobre la colonización, sobre la sexualidad, sobre la construcción de la Nación, sobre el origen del hombre. Pensar o pretender que educación y política van por caminos separados es una falacia que se sustenta en la posibilidad de la “neutralidad” del pensamiento y la praxis social. Toda práctica, toda idea, toda palabra, todo acto “es” desde un lugar determinado. Que ese lugar constituya “hegemonía”, que “naturalicemos” esos lugares desde donde se construyen no lo hace neutral, todo lo contrario; no existe nada más ideológico (y peligroso) que la idea de neutralidad. Porque lo que se naturaliza deja de ser objeto de pregunta, de indagación, de búsqueda, y renunciar a la pregunta es renunciar a la educación como práctica “concientizadora y transformadora”, implica renunciar a la comprensión crítica de la realidad y la posibilidad de transformarla.
La escuela es política en múltiples sentidos, y lo es además por su papel en la construcción de ciudadanía. Al respecto, Habermas nos invita a pensar una ciudadanía ya no asociada con una identidad nacional o con un conjunto de rasgos culturales o biológicos compartidos, sino como una comunidad que comparte por igual un conjunto de derechos democráticos, de participación y comunicación, para lo cual se precisa la socialización de los ciudadanos en una cultura política. Cuando afirmamos “que no queremos que se utilice a los chicos para hacer política” ¿cómo definimos la tarea de construcción de ciudadanía? ¿Qué características les atribuimos a estos chicos y chicas?
El educando es presentado desde un lugar pasivo y meramente receptor, se anula su capacidad crítica y reflexiva y los conocimientos previos que ya traen los alumnos desde sus hogares, por la relación con sus grupos y pares, y por los mismísimos de medios de comunicación.
Negarles la posibilidad de la pregunta crítica por lo que pasa en el mundo en el que viven es negarles su condición en tanto sujetos de derechos, en tanto agentes de cambio; es negarlos como ciudadanos válidos, como parte de la comunidad política. “Son sólo chicos” decía Lanata en una nota periodística para el diario Clarín; y de esta manera deslegitimaba “por su condición de niños, niñas y adolescentes”, la voz y los reclamos de los cientos de alumnos que tomaron las escuelas en Bs. As. pidiendo que sus opiniones sean escuchadas a la hora de plantear una reforma educativa. Excluyéndolos del diálogo y dejándolos al margen de la construcción política por su condición de niñxs, aunque todos los tratados internacionales en materia de niñez planteen lo contrario.
Es imperativo, por tanto, colocar al estudiante en elcentro del proceso educativo. Esto significa reconocerlo y nombrarlo como sujeto de derecho pleno, con voz para opinar y deliberar. La educación para la ciudadanía centrada en los derechos humanos implica, en el mismo sentido, replantear las relaciones entre los distintos actores al interior de la escuela, a fin de velar por el pleno respeto a los educandos, implica obligadamente una pedagogía de la pregunta en lugar de la falacia de la neutralidad. El sistema educativo es (o debería ser) lugar para generar conflicto ideológico; la política es parte la función misma de “educar” en tanto praxis tranformadora, los educadores debemos abandonar la supuesta neutralidad y no ser indiferentes a las injusticias, a la desigualdad, a la pobreza. Por eso, mi pregunta obligada, como pedagoga y como miembro de la sociedad civil organizada, es por el rol de la escuela en la construcción de esta ciudadanía, por su relación con el poder y con la política. ¿Qué tipos de sujetos de derecho forma? ¿Qué espacios y modos de participación habilita? ¿Qué relaciones con lo político y la política enseña? ¿Qué vínculos propone con los grupos minoritarios y sus reivindicaciones? Como diría Paulo Freire, “…no es en la resignación en la que nos afirmamos, sino en la rebeldía frente a las injusticias”.