Opinión: El negacionismo es un crimen

Por Alejandro Kaufman*. Para designar al negacionismo hay que delimitar el término, antes para exterminios y genocidios -o fenómenos afines- que para la negación de la realidad fáctica. Sin esta distinción caeríamos en su trampa, consistente en admitir un debate sobre el reconocimiento de hechos cuando poco tiene que ver con ello.

El primer paso por el que se cae en la trampa tendida por los negacionistas es aceptarles la separación entre a) el hecho que se niega y b) la negación. No son dos cosas diferentes sino una misma cuestión, precedente al genocidio o exterminio.

A diferencia del exterminio, las guerras están sustentadas por antiquísimas tradiciones, doctrinas, bibliotecas, armas diseñadas según estrategias, ejércitos innúmeros entrenados y preparados: todo a la luz del día, consentido, deliberado, legal, vinculado con moralidades o hasta religiones.

El exterminio, en cambio, no viene anunciado ni precedido por nada parecido. Se prepara en el orden de la lengua, a través de segregaciones, inculpaciones y eufemismos. Mientras suceden tales preparativos, como quien no quiere la cosa, al que dé aviso de incendio, como sabemos, se le ignorará o se le opondrán enunciados negacionistas; dirán que los eufemismos, las segregaciones y las inculpaciones son opiniones, y que toda interdicción es censura.

Una vez en curso el exterminio, su acontecer es clandestino, aludido con nuevos eufemismos y segregaciones, todos ellos siempre desmentidos por afirmaciones: lo que está ocurriendo no está ocurriendo, las denuncias y testimonios son falsos, y además tal cosa no podría suceder.

Una vez que el genocidio o exterminio queda inconcluso, si no logra todo lo que se propuso, se lo da por finalizado, aunque la sentencia liquidadora, la solución final, es irrevocable porque nunca fue pronunciada como tal. O sea: se trata de una sentencia denegada como tal, que cuando se lleva a cabo no es explícita. Una vez finalizado se dice Nunca Más, se llevan a cabo diversas medidas, como desnazificaciones y juicios a Juntas, y se establece la institucionalidad democrática y la libertad de expresión.

Es entonces cuando cómplices y adherentes al genocidio o exterminio, deslegitimados, marginados y prohibidos, encuentran en lo que llamamos negacionismo la forma de dar cauce a la continuidad de sus propósitos.

El asunto no es que nieguen lo sucedido: no lo niegan, o niegan que niegan, pero…. Y emplean fórmulas pertenecientes al orden retórico y veritativo que confirieron a la lengua desde el huevo de la serpiente.

De nuevo acechan la fibra incauta de una sociedad que no pudo prevenir primero, ni evitar luego, ni erradicar definitivamente el horror. Y caemos de nuevo en la trampa.

Frente al negacionismo, la estatalidad no puede sino ser responsable y caracterizarlo jurídicamente. Por lo demás, efectos adversos, dudas e incertidumbres ocurren como con todo lo judiciable; solo de todo ello no se infiere despenalizar.

El negacionismo es un crimen inseparable del exterminio y debe ser reconocido como tal por el Estado y por la sociedad.

* Profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Quilmes. Participó del panel de presentación de ‘Negacionismo’, primer número de la colección ‘Repertorios. Perspectivas y debates en clave de Derechos Humanos’, realizado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

 

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