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Rosa Grillo fue la única sobreviviente viva al momento del juicio, en 2022. Tenía 114 años. Falleció un año después

Mujeres indígenas alzan su voz a 100 años de la Masacre de Napalpí

Por Agencia Presentes. Fue una de las matanzas masivas de personas más trágicas de nuestra historia. ¿Qué rol cumplieron las abuelas en la transmisión de las memorias? ¿Cómo se llegó al Juicio por la Verdad? ¿Se hizo justicia? Mujeres qom y moqoit de Chaco recuperan las voces de sus ancestras y reflexionan sobre las huellas del silencio, el pasado y el presente de un territorio masacrado.

“Siempre me pregunto cómo habrá sido ese momento. Y se me arma una película en mi mente. ¿Será que mi gente se habrá puesto alguna zapatilla para correr entre los montes? ¿O mis ancestras y mis ancestros anduvieron descalzos entre las espinas? ¿Te imaginás a las ancianas sin poder correr?”.

A Fiorella Anahí Gómez, joven artista qom y bisnieta de sobrevivientes, se le enciende la mirada cuando habla de esto. Ella vive en la Colonia Aborigen (Chaco) donde funcionó la Reducción de Napalpí, epicentro de la matanza perpetrada el 19 de julio de 1924.

Su abuela Matilde Romualdo y su abuelo Salustiano Romualdo fueron testigos en el Juicio por la Verdad que se realizó en 2022. El veredicto tuvo traducción simultánea a las lenguas qom y moqoit, y la jueza federal Zunilda Niremperger de Resistencia resolvió que existió responsabilidad del Estado Nacional en la Masacre de Napalpí. Y consideró que se trató de crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas.

La sentencia, entre otras medidas preparatorias, exhortó al Congreso de la Nación a determinar el 19 de julio como Día Nacional de Conmemoración de la Masacre de Napalpí.

Mural colectivo, Centro Cultural Paco Urondo. Se realizó en las Jornadas “Napalpí: A 100 años de la masacre”, organizadas por el Proyecto UBACyT Memorias, resistencias y agencias políticas de comunidades y colectivos indígenas

¿Qué pasó en Napalpí?

La “Reducción de Indios de Napalpí” fue parte de un sistema concentracionario de sometimiento sobre la población originaria sobreviviente de las Campañas al “Desierto Verde”.

Allí la población indígena era sujeta de trabajo forzado: mientras los varones debían desmontar cientos de miles de árboles nativos a pura hacha para proveer a la industria maderera y al propio Estado, a mujeres e infancias se las obligaba al trabajo de la cosecha, casi siempre de algodón.

Los informes de la época hablan de violencia, enfermedades, hambre y hasta tortura. Eran las condiciones de vida que les proponía el Estado.

En 1924, centenares de indígenas qom y moqoit se reunieron en la zona del Aguará (dentro de la reducción) para reclamar por un decreto que les prohibía trabajar fuera de ese ámbito. También por una quita al precio de la cosecha, las condiciones de salud, alimentación y explotación laboral, entre otras.

Los caciques qom Dionisio Gómez y José Machado, y Pedro Maidana y Mercedes Dominga entre los moqoit; dialogaban con autoridades como referentes de la protesta. Mientras las fuerzas represivas del Estado, con el apoyo de colonos criollos, desplegaron por tierra y aire toda su ferocidad sobre los cuerpos indígenas. Fue la primera vez en la historia argentina que se utilizó un avión para reprimir a población civil.

La persecución continuó durante días en el monte. Cuerpos quemados en fosas comunes. Violación de mujeres y niñas. Mutilaciones de testículos que se exponían como trofeo. Un terror que se enraizó y el silencio como estrategia colectiva de supervivencia.

Fragmento de «Bordando luchas de ayer y de hoy«, una exposición itinerante del colectivo “Bordando luchas”. Se expone hasta el 12 de agosto en el Museo Etnográfico, (CABA)

Viviana: Enseñar y aprender en territorio masacrado

Viviana Notagay es qom, docente, madre y miembro de la comunidad Colonia Aborigen. Trabaja en la Escuela N° 14. “Hice la escuela donde hoy soy docente. Nunca me contaron de la masacre. Escuché hablar en el seno familiar, muy por encima, por el temor que existía. Recién me entero en el último año de la formación docente, a partir de un hecho de discriminación con hermanos que eran hablantes. Eso llevó a que nosotros investiguemos cuál fue la causa de la pérdida de nuestra lengua y ahí apareció Napalpí. Somos indígenas pero nacimos en un territorio masacrado”.

Cuando Viviana era niña no se hablaba “nada de nada” de la masacre de Napalpí. Al igual que otras mujeres, fue preguntando. Las familias reconocían la masacre pero no podían identificarse como pueblos indígenas. “Tuvieron que mantener la cultura en silencio para cuidarnos la vida entre todos”.

Patricia: “La que contaba era mi abuela”

Patricia Villalba, moqoit, pudo ir a la escuela hasta tercer grado pero nadie le habló del tema. Ella es de La Tigra, Chaco. Su abuela sí le contaba historias. “Mi abuelo se cambió de nombre después de la masacre. Y nunca dijo nada. Él iba, trabajaba, nos daba de comer y ya. La que contaba era mi abuela, Dorinda Gómez. Ella nos contó que varias personas cambiaron de nombre y también la edad, por el miedo que tenían. Se decía que los que tenían piel blanca decidían si te dejaban vivo”.

Tiene siete hijos y está separada. Hace meses debió migrar al conurbano bonaerense en búsqueda de trabajo para que ellos puedan seguir estudiando. Vive en Avellaneda  (Buenos Aires), cuidando a una abuela de 97 años. Su ex pareja, criollo, nunca quiso que en su casa se hablara en moqoit.

“Recién ahora les estoy contando a mis hijos la historia de Napalpí. Y lo doloroso que fue, la sangre que se derramó de nuestras comunidades, de nuestros hermanos, de la familia de mi abuela. Todavía falta dar a conocer lo que pasó. Los docentes no saben. No todos tienen la suerte que yo tuve con mi abuela”.

Fragmento del mural colectivo, Centro Cultural Paco Urondo

La investigación comunitaria

En 2008, Juan Chico y Mario Fernández publicaron el primer libro de personas qom sobre la masacre de Napalpí, “La voz de la sangre”, escrito en español y qom la´aqtac. Dos años después, Juan Chico -historiador, comunicador, docente y activista indígena- movilizó a otrxs integrantes de la comunidad para involucrarse en la búsqueda de la verdad, una investigación colectiva y comunitaria sobre la masacre.

“En 2010 -recuerda Viviana- tuvimos una charla con Juan donde nos propuso trabajar sobre Napalpí, investigar quiénes somos. Ahí nació el grupo Renacer Napalpí. Anduvimos en el territorio relevando relatos orales de gente de la comunidad. Ahí nos contaron con dolor todo lo que ocurrió. Mi papá, por ejemplo, contó que su abuela Eme Ventura le dijo que tuvo que enterrarse medio cuerpo en el monte para esconderse”.

Fiorella: “Nuestros abuelos sabían pero por miedo no querían hablar”

Esa investigación llegó a la casa de Fiorella, la artista qom y bisnieta de sobrevivientes. “Cuando el hermano Juan llegó, mi abuela se negó a hablar. Pero a mí me contó que su abuela Lorenza Molina estaba en ese lugar y vio cómo le violaban y abusaban a las mujeres. Y cuando logró escapar, le balearon un ojo. Siempre mostraba que su brazo tenía una cicatriz de bala. Mucho tiempo resistieron en el silencio. Era malo hablar de Napalpí. Yo veía entrar a gente criolla indagando, periodistas e historiadores, y la propia comunidad no sabía nada de esa historia. Los que sabían eran nuestros abuelos, que no querían hablar”.

Juan es una figura clave en la recuperación de las memorias de Napalpí. “Tuvimos el privilegio de que naciera en nuestro territorio”, dice Viviana y se emociona. En esas recorridas hallaron a Rosa Grillo, una centenaria sobreviviente de la masacre. La entrevistaron en 2018 junto a la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal de Resistencia y su declaración se incorporó como testimonio. Juan murió por Covid el 12 de junio de 2021 y no llegó a ver el Juicio por la Verdad.

Fiorella, por su parte, animó a su abuela Matilde a declarar. Ese día, la anciana le preguntó a uno de los fiscales si después iba a quedar presa. “Me van a grabar y después me van a ir a buscar con los policías. ¿Y yo qué voy a hacer? Yo soy anciana, qué voy a estar haciendo en la cárcel”, decía. El terror a las represalias, casi un siglo después, estaba intacto.

Viviana, Patricia y Fiorella estuvieron en el predio de la ex-Esma de la Ciudad de Buenos Aires donde se realizaron dos de las siete audiencias del juicio. Cuando pasearon por el centro porteño, confirmaron lo que suponían: casi nadie sabía lo que había pasado en Napalpí ni tampoco se conocía el Juicio por la Verdad.

Para las tres entrevistadas, los liderazgos de mujeres indígenas son relativamente nuevos. Si bien la Cacica Mercedes Dominga es un emblema histórico del pueblo moqoit, Patricia considera que ocupar lugares de representación “es nuevo para las mujeres indígenas. Nadie se imagina que yo fui al Juicio por la Verdad. La comunidad mucho no lo sabe. En mi barrio ellos casi no aceptan ser lo que son, pueblos originarios. Ahí nadie habla el moqoit, justamente por la historia y la discriminación”.

Fiorella señala que “muchos cuestionan por qué no hablamos la lengua. ¿Cómo que son de Colonia Aborigen y no hablan la lengua?  Y eso duele porque nosotros tenemos una historia que explica por qué se enterró nuestra lengua materna: porque todo aquel que hablaba era buscado”.

Hablar de Napalpí no es fácil. “Las preguntas son sencillas pero cuesta mucho responder”, dice Patricia, que siente “una mezcla de bronca, de dolor, de impotencia” al recordar la masacre. “No hay una explicación de por qué esa saña, de no tener piedad y matar a tantos niños inocentes, abuelos, padres. Para mí es un orgullo ser del Pueblo Moqoit. Ser descendiente de algunos de los sobrevivientes de Napalpí. Lo que hubiera dado por tener a mi abuela y decirle que se hizo justicia, que se supo la verdad”.

Las tres coinciden: la verdad no es una meta sino un piso desde donde construir una vida más justa para la comunidad. Patricia subraya: “siguen sucediendo asesinatos por violencia de género en nuestra comunidad. Hay algunos que salen a la luz, y otros que no, siguen con miedo y nadie hace nada”. Y Fiorella agrega que “las niñas indígenas son violadas, son tiradas como restos de basura. En las mismas noticias dicen que los criollos salen a ´cazar´ indígenas. Es muy fuerte eso. Todavía sigue ocurriendo”.

Qué pasó después del Juicio por la Verdad

¿Se cumple con las medidas de reparación que indicó la sentencia? ¿Cambió la vida de la comunidad de la Colonia Aborigen? “No hay reparación histórica -opina Patricia- si no hay escuelas, calles como corresponde, un salón comunitario, agua potable. Nuestros territorios se están extranjerizando, los pequeños productores están vendiendo sus tierras y arrasan nuestros recursos naturales. Sin una conciencia nacional sobre los hechos horrendos de nuestra historia, nos van a seguir quitando las tierras”.

Viviana considera que “más allá de la resistencia, las consecuencias de la masacre siguen intactas. Por ejemplo, en el no reconocimiento del acceso a la salud, a una educación, a vivienda. Y hoy seguimos reclamando dignidad para nuestros pueblos. Que el Estado reconozca a cada comunidad en el pleno derecho a acceder a la justicia”.

El día de la sentencia del Juicio por la Verdad, mayo de 2022. Foto: Secretaría de DDHH y Género del Chaco

“Llegar a un Juicio por la Verdad no fue nada fácil -reflexiona la docente. Fue un proceso duro. Nos recompensa que el Estado reconozca que fue un genocida con nuestros pueblos indígenas, que formamos parte de la historia que nunca se contó. Nos querían exterminar. Y nuestros ancestros perduraron en el silencio. Permanecieron y resistieron. Por eso estamos acá”.

Fragmento de Ayem Napa´lpi / Soy Napalpí, de Juan Chico

Esta nota está ilustrada con obras de «Bordando luchas de ayer y de hoy«, una exposición itinerante del colectivo “Bordando luchas” que se expone hasta el 12 de agosto en el Museo Etnográfico, Moreno 350 (CABA). También con fragmentos del mural colectivo que se realizó en el Centro Cultural Paco Urondo en el marco de las Jornadas “Napalpí: A 100 años de la masacre”, organizadas por el Proyecto UBACyT Memorias, resistencias y agencias políticas de comunidades y colectivos indígenas. Fueron tomadas por Florencia Marmissolle y Luciana Mignoli.

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