Por Raúl Dellatorre, en Página/12. Hernán Lacunza no tiene los títulos académicos en el exterior de esos con los que al PRO le gustaba pavonearse para exhibir a los suyos como «el mejor equipo de los últimos…» treinta, cincuenta o doscientos años. Tampoco es de uno de esos «prestigiosos» gurúes mimados por el establishment, que suelen llenar salas de lujosos hoteles para decirles a los CEOs que conforman la concurrencia, ni más ni menos, lo que quieren escuchar. Unos y otros, los «académicos» y los «prestigiosos» eran los que conformaban la «primera selección» de expertos en economía a los que recurrió el gobierno de Cambiemos desde diciembre de 2015 para ocupar los casilleros centrales. Lacunza, en cambio, fue al lugar al que nadie de esa cofradía hubiera aceptado ser enviado: acompañar a María Eugenia Vidal como candidato a ministro de una menos que improbable gestión como gobernadora de Buenos Aires. Más que por mérito propio, llegó por deserción del resto. A este economista de «descarte» en los momentos de gloria de Cambiemos, pero que en cuatro años se convirtió en figura clave del gobierno de Vidal (sólo equiparable a la de Federico Salvai), recurrió Mauricio Macri en su hora más aciaga. Para sentarse en el sillón que abandonó Nicolás Dujovne, cuando aquel empezó a parecerse a una silla eléctrica.
Lacunza deja una provincia gravemente endeudada, con una estructura productiva quebrada, una economía en caída libre y un desempleo que supera al del nivel nacional. Pero su tarea en el Palacio de Hacienda de Hipólito Yrigoyen 250 será mucho más modesta que los objetivos que no pudo cumplir en la provincia más rica del país: asegurar una transición pacífica, pero cruzando un puente que hoy se percibe quebrado y tembloroso. Con todo, sus cualidades le dan cierta ventaja sobre el renunciante Dujovne, incapaz de entablar la más modesta negociación política con sectores de la oposición, ni cumplir otra tarea que no fuera responder al mandato e instrucciones enviados desde el Fondo Monetario Internacional.
En la semana más traumática desde el inicio de su gestión, tanto para el gobierno de Mauricio Macri como para el de María Eugenia Vidal, el nuevo ministro de uno y ex ministro de otra se encontraba de vacaciones en Neuquén. Casi un signo de identidad de Cambiemos. También lo identifican con el modelo imperante desde diciembre de 2015 algunos resultados de su gestión: los datos bonaerenses del primer trimestre del corriente año muestran una caída del 6,1 por ciento en el nivel de actividad provincial, pese a una cosecha récord que permitió un aumento de la producción agropecuaria del 12 por ciento, pero con un retroceso industrial del 14 por ciento en el último año. Otras señales de esa gestión son una pérdida de 60 mil puestos de trabajo en la producción, la reducción de 16.200 millones de pesos en los recursos destinados a la salud con respecto al año anterior, menos dinero para seguridad (20.400 millones) y el retroceso de la atención educativa (290 establecimientos menos).
La reasignación de recursos tuvo un destino muy claramente marcado: el pago de intereses de la deuda externa creció cerca de un 99 por ciento en el primer trimestre de este año con respecto al año anterior. Durante su gestión, Lacunza no sólo aumentó el volumen de la deuda provincial, sino que además acortó el plazo promedio de vencimientos en casi dos años, creció la participación de la deuda en moneda extranjera sobre el total y se elevó la relación entre deuda y recursos de la provincia (en un 25,4 por ciento) y la proporción de deuda y producto provincial. Es decir, que cayó la capacidad de pago. Y será peor cuando se vuelva a calcular tras la reciente megadevaluación.
Lacunza tiene en el actual presidente del Banco Central, Guido Sandleris, a un viejo conocido. Fue su primer subsecretario de Finanzas en la provincia y, como tal, principal co-responsable en la primera y más intensa etapa de endeudamiento bonaerense. También tiene una antigua e intensa relación con otra figura que recuperó relevancia en los últimos días, justamente en relación a la actual gestión del Banco Central: Martín Redrado. Lacunza fue miembro de la Fundación Capital, que presidía Redrado. Cuando el «golden boy» (así bautizado en los años de la dictadura cívico militar) fue a Cancillería como secretario de Relaciones Económicas Internacionales (año 2002, con Carlos Ruckauf como canciller, y Eduardo Duhalde como presidente provisional), lo ubicó a Lacunza como director del Centro de Economía Internacional. Dos años después, Redrado era designado presidente del Banco Central por Néstor Kirchner, y pocos meses después de asumir ubicaba a Lacunza como gerente general (reemplazando a Carlos Pérez, otro ex Fundación Capital, ascendido a director).
Tras la salida de ambos, Redrado y Lacunza, del Banco Central luego de chocar con el kirchnerismo por el rechazo de ambos a utilizar las reservas para el pago de vencimientos de la deuda, el último comienza su acercamiento al PRO. Primero forma una consultora de efímera existencia, Empiria, para pocos meses después saltar al puesto de Gerente General del Banco Ciudad, ya siendo Mauricio Macri jefe de gobierno porteño. Allí estuvo hasta diciembre de 2015, cuando es nombrado ministro de hacienda de la flamante gobernadora Vidal.
Quienes lo conocen bien, afirman que su alejamiento de Redrado, en 2010, marcó un distanciamiento definitivo. Y también aseguran que mientras Redrado hoy busca una postura de alta confrontación con el gobierno (denunció que Macri alimentó el salto del dólar el lunes para «castigar» a los electores), ven a Lacunza en una postura más conciliadora. «Hernán no aceptaría que lo convocaran para incendiar la pradera y dejarle al próximo gobierno la tierra arrasada», sugieren. Lo ven como un conciliador, alguien con mayor capacidad (que Dujovne) para entender que su misión es administrar una «transición», en la que tendrá que mantener buenas relaciones con referentes de la actual oposición. Incluso recuerdan su vínculo con una economista que hoy ocupa un lugar clave junto a Alberto Fernández: Cecilia Todesca. Con ella, aseguran, negoció su salida (su indemnización) del Banco Central tras el alejamiento de Redrado y cuando ya había desembarcado Mercedes Marcó del Pont, con Todesca como integrante de su equipo.
La persona de mayor peso en el entorno de Lacunza es, desde hace años, Pedro Rabasa, que lo acompañó desde un cargo menor en la provincia de Buenos Aires pero participando de cada decisión importante que tuvo que asumir. Seguramente volverá a estar a su lado en la etapa que hoy inicia. Lacunza, además, es un viejo conocido de Alejandro Werner, director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI. El hasta ahora ministro de Hacienda bonaerense viajó frecuentemente a Washington formando parte de la delegación argentina a las reuniones del Fondo, y Werner a su vez conoce en detalle la situación de la provincia de Buenos Aires y su deuda. Este será el nexo principal que deberá atender Lacunza para superar su primera prueba de fuego: lograr que el FMI no se baje del desembolso por 5400 millones de dólares comprometidos para la primera quincena de septiembre, aunque Argentina esté lejos de haber cumplido las metas del programa económico fijadas para esta última etapa.