Carta abierta: por nuestra compañera, por todos, por la educación que nos debemos

Por el Colectivo Docente de la Escuela Normal “Juan Ignacio Gorriti”- Nivel Primario. Hoy escribimos con el corazón en la mano y la urgencia de quien sabe que el silencio ya no es una opción. El pasado jueves 20 de marzo, nuestra compañera de la tiza se descompensó en función, en el mismo lugar que dedicó años a sembrar futuro. Y posteriormente falleció.

Su partida fue el último eslabón de una cadena de situaciones que nos interpela como docentes a poner sobre la mesa una diversidad de situaciones por las que atravesamos diariamente.

Sabemos que ser docente es una profesión compleja porque nos exigen ser psicólogos improvisados, mediadores familiares, y burócratas perfectos en un sistema que prioriza papeles sobre personas. A diario, trabajamos en aulas superpobladas y recibimos niños que llegan con heridas sociales que ningún plan educativo contempla, familias, alguna de ellas con poder, que exigen resultados inmediatos y excelencia académica sin considerar las realidades que enfrentamos y nos ven como enemigos al solicitar apoyo especializado o simplemente comprensión.¿Y el Estado?.

Tal vez, debería revisar sus protocolos, decisiones, acciones y exigencias burocràticas para que se traten realmente las adversidades y no quede desdibujada la figura docente que considera a cada uno de sus alumnos como sujetos únicos y valiosos.

Aun así, seguimos. Seguimos porque creemos en los abrazos que curan, en las palabras que iluminan, en las risas que sanan. Pero hoy, con nuestra compañera ausente, nos preguntamos: ¿La escuela vale nuestras vidas? ¿Hasta cuándo?

Detrás de cada chaqueta blanca hay una persona que también sangra cuando las palabras se convierten en cuchillos. No somos funcionarios de un mostrador: somos aliados en esta lucha por educar.  Pedimos a todos empatía; que entiendan que cuando solicitamos comprensión, acompañamiento y presencia en diferentes situaciones, no es indiferencia, es responsabilidad de ustedes; porque debemos velar por todo nuestro grupo de estudiantes.

La muerte de nuestra compañera no es un drama aislado. Es el síntoma de una enfermedad que carcome la educación pública: la normalización del desgaste docente como si fuera un sacrificio obligatorio. Por eso, hoy exigimos con la fuerza de quien ya no tiene nada que perder:

¿Cuándo las teorías considerarán lo que realmente se vive en la práctica?

¿Cuándo tendremos el respaldo legal que todo trabajador necesita?

¿Cuándo tendremos los gabinetes psicopedagógicos reales en todas las escuelas?

Es hora de que nos escuchen, de que la realidad entre en las oficinas donde se escriben las resoluciones, circulares y toma de decisiones que después no se pueden sostener, porque el contraste de las aulas es otro.

Adriana nos enseñó que la educación es un acto de fe en el mañana. Hoy, honramos su memoria convirtiendo el dolor en lucha.  Cada vez que una docente cae exhausta, se apaga una luz en la comunidad. No permitiremos que su nombre se pierda en el olvido. Será la bandera que nos una para exigir escuelas donde nadie muera por enseñar.

Por ella. Por las que seguimos en pie. Por las que vendrán. Para que esto no vuelva a ocurrir.

“De esta situación no se sale solo, querido colega”.

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